El esplendor de una vida sencilla, contra la estridencia macabra de la muerte

01/10/2016 - 12:00 am
¿Cuántas cosas conspiran para que nuestra vida sencilla, modesta y tranquila no se exprese con naturalidad y se vea violentada a diario con noticias semejantes? Foto Especial
¿Cuántas cosas conspiran para que nuestra vida sencilla, modesta y tranquila no se exprese con naturalidad y se vea violentada a diario con noticias semejantes? Foto Especial

“Cuando llueve, la humedad en el aire cubre nuestro pueblo con el olor de posos de café que llega flotando desde la fábrica Nescafé, situada en el extremo este del municipio. No me gusta el café, pero sí ese olor. Es reconfortante; une al pueblo en una experiencia sensorial común; es una buena industria, como la fábrica de alfombras que colma nuestros oídos, ofrece empleos y señala la vitalidad de nuestro pueblo”.

Las primeras líneas de Born to Run, la autobiografía del “jefe” Bruce Springsteen, recientemente editada por Literatura Random House, brincaron en mi corazón con la fuerza de una certeza emotiva: la infancia en un barrio de provincia, con la sirena de las fábricas llamando al trabajo o al recreo, los hombres y mujeres generalmente vestidos con guardapolvos o mamelucos grises o azules, en una caravana dignificante que era fruto de un pacto social que creíamos inamovible.

Trabajar para que los hijos pudieran estudiar, para irse de vacaciones modestamente un año sí y otro también, para comer una carne asada en domingo, en compañía de los seres queridos: los niños juegan en el patio, mientras los mayores apuran una cerveza helada, cuidan el punto de la carne y hablan en voz muy alta.

No hace mucho percibí lo sencilla que es mi vida. Y todo lo que hay que luchar ahora, cuánto cuesta, llegar a una vida tranquila, sin lujos, a veces con sobresaltos económicos –el gas, la luz, el teléfono, la ropa, los zapatos-, una aventura existencial en la que están involucradas, inmersas, casi todas las personas que conozco y estimo.

Escribir, leer, bañarme con agua tibia, a veces demorarme más de la cuenta bajo la lluvia de la regadera, esperar el viernes para ver una película, leer un libro desde la primera a la última página, distraerme indefectiblemente en algunas tareas que me hacen olvidar otras, comprar cosas inútiles, reírme a mandíbula batiente cuando él llama y me cuenta un chiste que nunca entiendo, no saber el día o la hora en que vivo.

Cuando era pequeña tenía grandes planes para mí: ser actriz, cineasta, cantante de rock, pero la vida me fue llevando a la escritura y ya no pude salir de allí. Escribir es ser pobre, la mayoría de las veces y en mi caso también. Pero la pobreza es material, esa conciencia de que nunca gastaré, por ejemplo, cinco mil pesos en un par de zapatos o que nunca tendré una cuenta bancaria con muchos ceros a la derecha. El resto, es ganancia.

La vida sencilla, modesta, saber estar sola, poner a todo volumen una canción y pisarla con mi garganta gastada, encontrar una película que me mantiene con los ojos fijos y abiertos durante dos horas, es una riqueza infinita. Siento y alabo ese privilegio.

Sin embargo, en estos días me he olvidado mucho más de la cuenta de las cosas. Perdí las llaves de la casa, olvidé escribir una nota que tenía planeada, no me fijé en el reloj y la vida fue una serie de obstáculos a vencer, el principal: yo misma.

La enfermedad grave de una de mis hermanas me sacó de mi eje y aunque la violencia circundante no es novedad, tuvo en estos últimos días la fuerza devastadora que llega precisamente para poner patas arriba la vida de cualquiera.

Primero fue el cruel asesinato del cineasta León Serment, que murió en la plenitud de su vida, asesinado en un robo. Lo había entrevistado sólo en una oportunidad, no era mi amigo ni nada de eso, pero pensé en eso irreparable que tiene la muerte y cómo la insignificancia de un atraco se convierte en tragedia inmensa. Las películas que ya no hará, la vida sencilla que dejará de respirar, esa tristeza.

A los pocos días, la esposa de León, la productora Adriana Rosique, también falleció, presumiblemente a causa de un suicidio.

Sin embargo, pocos días después se supo que ambos fueron asesinados, merced a un plan macabro ideado por el hijo de la pareja.

En estos días, buscando cariño, fui a visitar a unos amigos queridos. Fue una noche de viernes, lluviosa, como son las noches en esta época. Comimos cuscús, tomamos vino argentino, degustamos un quiché delicioso y nos despedimos con esa euforia previa a la madrugada, prometiéndonos mutuamente futuros encuentros amorosos.

Al día siguiente, mi amiga puso en Facebook la siguiente leyenda: “Acabamos de llegar a casa y resulta que nos robaron, casi todo. Joyas, computadoras, iPads, ahí tenía los correos abiertos así que si reciben correos extraños, no les hagan caso, estamos es shock así que poco a poco iremos cerrando y cambiando contraseñas”.

Fue estremecedor pensar que mientras nosotros reíamos y festejábamos el hecho de estar juntos, alguien vigilaba la casa, la “marcaba” para despojar a mis amigos de todas sus pertenencias, entre ellas, el trabajo de 20 años de mi amiga, fotógrafa.

Becky Espinosa de los Monteros es una amiga periodista. Organiza espectáculos, hace prensa para shows como el último que dio el bailarín Joaquín Cortés hasta la fecha en nuestro país o la siempre interesante Feria del vino y el queso.

Ella también vivía una vida sencilla, modesta, evocaría tal vez a menudo sus días de infancia y no faltaría el día en que se miraría al espejo orgullosa por su hija Karen, una preciosa morena de 19 años que llevaba su sangre y sus ojos chispeantes.

Karen desapareció el 22 de septiembre, para desesperación de su madre, que en la búsqueda llegó a escribir una carta pública al Gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila, denunciando el caso.

Hace unos días, el cadáver de Karen apareció en una maleta. Y ya no sé qué más decir en esta columna.

Hoy amanecí cantando “Esa tristeza”, la canción del uruguayo Eduardo Mateo que viene una y otra vez a mi mente y a mi corazón.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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