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Jorge Alberto Gudiño Hernández

01/10/2016 - 12:00 am

Verificar un coche

Llevo muchos años manejando y otros tanto haciendo fila en la calle, dos veces al año, para conseguir la calcomanía que me permita circular. Siempre ha sido un proceso tardado. Incluso cuando he tenido la suerte de que haya pocos autos esperando su turno. Nunca he salido de ahí en menos de media hora, aunque […]

Queda claro que el sistema de verificación está colapsado. Algo no funciona y no parece que nadie lo esté resolviendo. Si antes era cansado, aburrido y costoso. Ahora es excesivo. Foto Cuartoscuro
Queda claro que el sistema de verificación está colapsado. Algo no funciona y no parece que nadie lo esté resolviendo. Si antes era cansado, aburrido y costoso. Ahora es excesivo. Foto Cuartoscuro

Llevo muchos años manejando y otros tanto haciendo fila en la calle, dos veces al año, para conseguir la calcomanía que me permita circular. Siempre ha sido un proceso tardado. Incluso cuando he tenido la suerte de que haya pocos autos esperando su turno. Nunca he salido de ahí en menos de media hora, aunque lo común es perder más de una. Al menos, hasta ahora.

Un buen amigo mío llevó su coche el mes pasado. Yo le insistí que hiciera cita pero él, conocedor profundo del proceso, prefirió levantarse temprano: si nunca había hecho una cita, no era momento de quebrantar su costumbre. Fueron dos horas y media de espera. Aun cuando me parece un buen método para fomentar la lectura, no queda más remedio que aceptar la enorme pérdida de tiempo que el proceso significa. Dos horas y media multiplicadas por un buen número de automovilistas. Sobra decir que, además del tiempo, de las horas laborales perdidas, del enojo, el enfado y la ira, también se contamina bastante aunque uno apague y prenda el automóvil.

No le dieron la calcomanía 1 (su coche no es nuevo) porque entraba en los parámetros de la 0. Tampoco se la dieron porque él se había formado por la 1. Así, en medio del absurdo argumental, debió formarse de nuevo, al día siguiente.

El papá de un amigo de mi hijo es extranjero. No habla bien español pero se volvió estoico las tres ocasiones en que debió ir al Verificentro. La primera apenas duró: llegó sin cita pues nadie le había avisado que era necesaria. Lo regresaron con un número telefónico impreso en un papelito. Llamó, al día siguiente, durante dos horas para conseguir la cita prometida (hay novias a quienes se les insiste menos). Llegó entonces a hacer la larga cola: es necesario decir que la cita no nos exime de la espera. Cuando ya faltaban un par de turnos para llegar, el sistema se cayó. Al menos le dieron otra cita de forma automática. La nueva espera apenas duró una hora. Entre una cosa y la otra, llamadas telefónicas incluidas, perdió alrededor de seis horas. Preguntaba, espantado, si eso padecería cada seis meses. No pudimos sino asentir algo avergonzados.

Antier, mientras me dirigía a la Ibero, donde doy clases, me sorprendí al encontrarme una hilera de coches en sentido contrario. Estacionados. Aún no amanecía. Como están construyendo en esa avenida, el tránsito es lento. Así que pude contar, al menos dos centenas de coches. No era ningún misterio: esperaban a que abriera el Verificentro. Alguien dirá que es su culpa por ir los últimos días del mes pero uno no siempre puede ir en otras fechas.

Anécdotas como las anteriores se multiplican por doquier. He escuchado voces aliviadas porque su espera sólo duró unas dos horas. ¡Enhorabuena!, los han felicitado para, acto seguido, compartir la experiencia propia.

Queda claro que el sistema de verificación está colapsado. Algo no funciona y no parece que nadie lo esté resolviendo. Si antes era cansado, aburrido y costoso. Ahora es excesivo. Son muy pocos los lugares donde se puede verificar un automóvil, considerando el enorme parque vehicular de estas latitudes. Además, los horarios de atención son bastante limitados. Para colmo, coinciden con horas de oficina. Se me ocurre que, así como uno llega con una constancia médica para justificar sus faltas, ahora se puede presentar el comprobante de verificación para explicar por qué uno perdió toda la mañana. Al jefe no le quedará más que ser comprensivo: a fin de cuentas, a él le tocará verificar al mes siguiente.

Es claro, también, que el caos ha sido propiciado por errores de las autoridades, incluso por sus propias contradicciones. Tal vez se pueda aventurar alguna solución. No me parece mala idea, por ejemplo, que abran el turno nocturno. No sólo se producirían más fuentes de empleo sino que, además, se evitarían congestionamientos viales producto de quienes esperan. Incluso, el jefe dejaría de estar molesto. También se podrían hacer pactos con la industria automotriz: que todos los coches nuevos salieran verificados y con holograma quitaría a un buen porcentaje de los que hacen cola. Si nada práctico se pone en marcha, al menos que hagan de la espera algo divertido: no es lo mismo padecer el calor, los humores de la gasolina y el encierro a que uno pueda imaginarse dentro de un autocinema. Sí, ya lo sé, es absurdo. No lo es, en cambio, que abran más Verificentros. A fin de cuentas, son un negocio.

Al final de la espera, con el holograma en el parabrisas, uno suspira resignado: ya le tocará, pronto, hacer una nueva cola. Eso sí, en cuanto uno vuelve a la calle, constata que casi ninguno de los camiones de servicio público, de los microbuses y peseros, obtendría la calcomanía 0… ni la 1 ni la 2. Así que el asunto se vuelve, además, doloroso.

Aún no me toca verificar pero ya me voy haciendo a la idea. Ojalá el asunto se normalice pronto. No lo digo por mí sino por todo lo que nos hace padecer el proceso; incluso si no tenemos coche.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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