De ángeles y estremecimientos

01/11/2015 - 12:02 am

Para quienes aún se estremecen.

“Cuando el niño era niño…”. “Als das kind kind war” dice una voz, jugando por instantes con la música que guardan las palabras, como lo haría un niño. “Als das kind kind war”. Alguien escribe los versos de Peter Handke sobre un papel. “Cuando el niño era niño / era el tiempo de preguntar: / ¿Por qué soy yo y no tú? / ¿Por qué estoy aquí y no allá? / ¿Cuándo comenzó el tiempo y dónde termina el espacio?”. La canción de la infancia, es el título de este poema que va repitiéndose a lo largo de la película.

Vuelvo una y otra vez a Las alas del deseo (Der Himmel Über Berlin) como se vuelve a un ritual entrañable. Si hay películas “talismán” –ésas que nos ayudan a recuperar la relación con la vida, a recuperar nuestro propio centro, nuestras palabras y nuestros silencios- Las alas del deseo es para mí una de ellas. Alguna vez he contado ya que algo similar me sucede con Piedra de sol (y con algunas otras páginas, en general de poesía). Regreso a los versos de Octavio Paz siempre que necesito reencontrarme; leo entonces en voz alta, y pienso que si aún la belleza me estremece, no todo está perdido.

Desde las primeras líneas de Handke (guionista del film junto con el propio Wim Wenders) nos sumergimos en una Berlín en blanco y negro a través de la mirada de los ángeles Damiel (Bruno Ganz) y Cassiel (Otto Sander). Los murmullos que les llegan cuentan millones de historias a la vez en el entramado de voces que cubre la ciudad. Oímos apenas fragmentos de algunas de ellas, palabras sueltas, tonos: desamparo, abandono, soledad, frustración, tristeza. Ésa es la realidad. El imperio de la desesperanza. Los ángeles escuchan e intentan salvar a los desesperados. Sólo los niños pueden verlos.

En la biblioteca, el sitio de reunión de estos seres compasivos, las voces de la memoria hablan también del horror. Una de las primeras frases que escuchamos ahí es: “Walter Benjamin compró en 1921 el ‘Angeus novus’ de Paul Klee.” Con esta obra, lo sabemos, nace la Novena Tesis de Filosofía de la Historia:

“Hay un cuadro de Klee que se titula Angelus Novus. Se ve en él un ángel, al parecer en el momento de alejarse de algo sobre lo cual clava la mirada. Tiene los ojos desorbitados, la boca abierta y las alas tendidas. El ángel de la historia debe tener ese aspecto. Su rostro está vuelto hacia el pasado. En lo que para nosotros aparece como una cadena de acontecimientos, él ve una catástrofe única, que arroja a sus pies ruina sobre ruina, amontonándolas sin cesar. El ángel quisiera detenerse, despertar a los muertos y recomponer lo destruido. Pero un huracán sopla desde el paraíso y se arremolina en sus alas, y es tan fuerte que el ángel ya no puede plegarlas. Este huracán lo arrastra irresistiblemente hacia el futuro, al cual vuelve las espaldas, mientras el cúmulo de ruinas crece ante él hasta el cielo. Este huracán es lo que nosotros llamamos progreso”.

Quizás Damiel y Cassiel sean los ángeles de la historia intentando recomponer lo destruido. Las ruinas que ha dejado la segunda guerra son recurrentes a lo largo del film. No olvidemos que el propio Wenders nació en 1945, y que por lo tanto toda su vida ha estado marcada por esa memoria.

En el presente del relato –1987– esas imágenes son las huellas de un pasado que aún duele. Allí, el griego Homero es un viejo que está solo y perdido en la ciudad herida por un muro. Se ha vuelto un “organillero que pasa inadvertido”. No hay más lugar para la poesía, para el canto, para los lazos que tejen las palabras.

“El mundo parece perderse en la penumbra –cuenta- pero yo narro como al inicio (…) Mis protagonistas ya no son los guerreros y reyes sino las cosas de la paz (…). Pero nadie ha logrado aún entonar una epopeya de la paz. ¿Qué tiene la paz como para no entusiasmar a la larga y que casi no se pueda narrar sobre ella? ¿Debo rendirme ahora? Si me doy por vencido la humanidad perderá a su narrador. Y una vez que la humanidad lo haya perdido también habrá perdido su infancia”.

El poeta, como el niño, se hará las preguntas por el sentido, por el universo, por su propio ser. “¿Por qué soy yo y no tú? / ¿Por qué estoy aquí y no allá? / ¿Cuándo comenzó el tiempo y dónde termina el espacio?”.

En las historias que guardan los libros, en la infancia: es allí donde quizás estén las salidas del laberinto del dolor, del desamparo y la desmemoria. Sigo pensando, hoy en pleno siglo XXI, que la palabra literaria nos transforma; la que está en los libros, pero también la de la oralidad, la de los arrullos, la de los cuentos que pasan de boca en boca y de generación en generación. En ella se entretejen lo individual y lo colectivo, la estética y la ética, la memoria y el futuro, nuestras miradas y nuestros deseos.

En la literatura, en la infancia… y en el amor. Wim Wenders hace en “Las alas del deseo” uno de sus mayores homenajes al amor. Damiel, agobiado de eternidad, desea convertirse también él en un ser para la muerte. “A veces me hastía mi presencia de espíritu”, confiesa en una de las escenas. “Y ya no quisiera ese flotar eterno, quisiera sentir un peso que anulara en mí lo ilimitado y me atara a la tierra. Poder, a cada paso, a cada golpe de viento, decir «ahora» y «ahora» y «ahora»… Y ya no más «desde siempre» y «para siempre»”. Elige, entonces, ser mortal, falible, finito, sangrante (“Ahora entiendo muchas cosas”, dice al probar la sangre que brota de su cuerpo cuando se hace una pequeña herida); elige tener cuerpo, sentir enojo y tristeza, sentir frío, poder “llegar a casa y darle de comer al gato como Phillip Marlow”, “sacarme los zapatos y estirar los pies”. Damiel elige la posibilidad de enamorarse, elige el estremecimiento, cuando conoce a Marion (Solveig Dommartin), la trapecista francesa que vestida de ángel (a pesar de las “alas de pollo”) intenta volar.

Las ruinas de la historia no desaparecerán, seguirán allí acumulándose ante la mirada atónica del ángel de Benjamin, pero cobrarán un sentido que no será solamente el de la herida, sino el de la posibilidad de aprender a crecer y descubrir con los otros. “Las alas del deseo”, como nuestros libros y nuestras historias y poemas “talismán”, tal vez no sea sino el intento de entonar, a pesar de todo, una epopeya de paz.

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).
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