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Alma Delia Murillo

02/07/2016 - 12:00 am

¿Es necesaria la vergüenza?

Porque alguien (o muchos) poco a poco o tal vez de golpe y porrazo, intentaremos buscar una salida y abandonaremos la legión de jueces fanáticos que hoy conformamos.

¿Por qué lo hacemos? ¿en qué pensamos cuando lo hacemos? ¿qué sentimos? ¿de qué estamos enfermos?Foto: busquedactualidad.wordpress.com
¿Por qué lo hacemos? ¿en qué pensamos cuando lo hacemos? ¿qué sentimos? ¿de qué estamos enfermos?Foto: busquedactualidad.wordpress.com

Estamos atrapados, lo que es una buena noticia, en el fondo.

Porque alguien (o muchos) poco a poco o tal vez de golpe y porrazo, intentaremos buscar una salida y abandonaremos la legión de jueces fanáticos que hoy conformamos. Sólo así se aflojará ese tejido poderoso y asfixiante que hemos hilado con pegajosas hebras de lo peor de nosotros mismos.

La semana pasada crucificamos a Lydia Cumming, una joven de veinticuatro años, ex empleada de Tv Azteca Puebla, ahora de por vida rebautizada como Lady Reportera y exhibida en redes sociales con comentarios, memes, chistes y juicios que van desde lo infantil hasta lo melodramático y lo bíblico, porque aceptó que dos personas la cargaran para trasladarla un par de metros sobre el piso inundado por las lluvias torrenciales en una colonia popular en Puebla. Incluso marcas como Cinemex, desde su cuenta oficial de Twitter, se sumaron a la fiesta haciendo montajes para caricaturizar a Lydia Cumming incorporándola en imágenes de películas. Si eso no es una conducta poco ética como empresa, entonces no sé.

No nos detuvimos a pensar si era importante o no, si era la batalla fundamental que había que dar en ese momento, simplemente nos sumamos a lo que de manera frívola y simpática denominamos el “tren del mame”. Por encima de cualquier otra noticia simultánea: pasando por el Brexit, el conflicto de la CNTE y hasta la visita de Enrique Peña Nieto a Canadá; el asunto de Lady reportera arrasó y se convirtió en el mono tema que los usuarios de las redes sociales perseguimos durante 9 o 10 horas los pasados días 28 y 29 de junio.

Esa cosa que nombramos tren del mame puede ser muy poderosa como arma de destrucción masiva o como llamado colectivo para la transformación positiva, pero lo cierto es que lentamente se ha ido cargando hacia un lado de la balanza: los mexicanos la usamos para destruir y linchar antes que para procurar cambios en beneficio de la mayoría.

Creo que les he hablado de un libro que escribió Jennifer Jacquet a principios de este año, en el texto hace un análisis agudo de la vergüenza pública como un elemento clave para conseguir avances colectivos y lo documenta con transformaciones históricas a partir de la exposición, la culpa y la vergüenza que sintieron quienes le debían una conducta más ética y menos egoísta a la sociedad: corporativos y cadenas comerciales que dañan el medio ambiente, políticos, etcétera.

Is Shame Necessary? New Uses for an Old Tool. (Penguin Random House, 2016) se titula el texto al que me refiero y que podríamos traducir como ¿Es necesaria la vergüenza? Nuevos usos para una antigua herramienta.

Jacquet parte de una premisa basal: “Una audiencia es pre-requisito para la vergüenza, incluso si esa audiencia es imaginaria o virtual (…)”

Pero hablemos de la audiencia digital mexicana. Según la AMIPCI (Asociación Mexicana de Internet) en el estudio que publica anualmente sobre los hábitos de los usuarios de la red, en este país somos más de 65 millones quienes nos conectamos a internet durante más de 7 horas diarias, el 92% tenemos cuentas en las redes sociales (en promedio 5 redes sociales por persona), desde luego Facebook con 60 millones de usuarios y Twitter con más de 35 millones son las plataformas líderes a las que los internautas mexicanos les dedicamos casi una jornada laboral completa. Qué audiencia tan potente, carajo. Una audiencia que además es interactiva, que, como nunca antes se había visto, genera la noticia que luego retransmiten en los medios tradicionales como la televisión y la radio. Es alucinante si imaginamos todo lo que podríamos hacer con ello. Y aterrador ver lo que estamos haciendo.

Se nos acabó la fiesta de Lady Reportera, a quien, por cierto, echaron del empleo y quien subió un video a YouTube donde nos ofrece una disculpa por haber aceptado que la cargaran. Sí, Lydia Cumming se disculpa con nosotros, con todos nosotros. No sé ustedes pero yo me siento incómoda al pensar que esa chica de veinticuatro años no me debe a mí (que no la cargué, que no me ofendió y que probablemente soy responsable de que perdiera su empleo) una disculpa.

Sin embargo, ahora mismo —es viernes pero empiezo a sospechar que el asunto no hará más que cambiar de nombre si se asoman cualquier día de la semana— ya hay un “Lady Mancera” para referirse al Jefe de Gobierno, ese sí, funcionario público y con responsabilidades de uso del presupuesto de todos nosotros. La línea es delgada pero peligrosa, ¿qué tan inteligente es equiparar una cosa con la otra? ¿perseguirnos entre nosotros por cualquier error y luego perseguir a políticos y funcionarios públicos como si todos fuéramos trofeos de la misma guerra? ¿no será que simplemente vamos con las fauces bien dispuestas tras cualquier carnada que ese monstruo babeante y descomunal llamado tren del mame nos pone delante?

No puedo más que preguntarme ¿por qué lo hacemos? ¿en qué pensamos cuando lo hacemos? ¿qué sentimos? ¿de qué estamos enfermos?

Es descorazonador lo que hemos mostrado ahora que podemos atacar en manada, bajo el doble anonimato de la masa digital y desde la comodidad del ámbito privado.

Insisto, estamos atrapados y la amenaza de asfixia está ahí, latente, cotidiana y lista para convertirse en la pesadilla de cualquiera de nosotros ahora que nos hemos convertido en una red de policías sin rostro, sin criterio ni códigos de ética pero con un teléfono celular que blandiremos contra toda causa a la que seamos llamados.

@AlmaDeliaMC

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