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Francisco Ortiz Pinchetti

03/02/2017 - 12:05 am

Y ahora… ¡burros en peligro!

Aunque usted no lo crea y los medios de comunicación nos reflejen todos los días lo contrario, nos estamos quedando sin burros.

Aunque usted no lo crea y los medios de comunicación nos reflejen todos los días lo contrario, nos estamos quedando sin burros. Foto: Cuartoscuro

No es asunto baladí en estos días turbulentos referirnos a otra desgracia nacional muy poco difundida. A pesar de lo que vemos, leemos y oímos todos los días –y que nos hace menear la cabeza para un lado y para otro–, la verdad es que en México está en peligro de extinción nada menos que el equino simbólico de la versión folclórica de nuestro país. Si, el compañero inseparable del indito ocioso de calzón de manta, sarape y sombrero de palma que se la pasa siempre sentado al lado de un nopal, la imagen por cierto que tanto gusta a los gringos.

Para decirlo tal cual y aunque nos duela: nos estamos quedando sin burros.  Según el censo Agropecuario de 1991, había en nuestro país un millón y medio de asnos; pero de acuerdo al último registro oficial de 2007 la población de esos equinos descendió a 581 mil 40. Hoy se estima que quedan apenas 300 mil.

Los asnos están ligados históricamente a nuestro país como pocos animales. Fueron traídos por los conquistadores españoles en el siglo XVI y durante centurias fueron compañeros y colaboradores admirables de nuestros campesinos. Primero se les utilizó como bestias de carga y, en algunos lugares, como animales de tiro. Luego también como medio de transporte; pero con la expansión de la maquinaria agrícola y el desarrollo de los medios de movilidad, los burros han sido desplazados y cada vez menos son valorados como un medio de apoyo para el hombre.

De acuerdo con una información publicada por Excélsior hace unos días, la desaparición de estos jumentos es un fenómeno mundial. Su número se ha reducido en el planeta drásticamente en las últimas décadas aun en los principales países productores de esta especie, como China, Pakistán, India, Etiopía y Egipto. Hoy quedan sólo 44 millones de asnos. Pese a ello, son muy pocos los lugares o instituciones interesadas en su rescate y preservación.

En Inglaterra, Francia, España, Aruba y Suiza existen de tiempo atrás refugios o santuarios para su cuidado. En México hay desde hace una década un criadero-refugio,  único en América. Se llama Burrolandia y está ubicado en el poblado mexiquense de Otumba, muy cerca de la capital, donde cada 1° de mayo se celebra la Feria Nacional del Burro. El festejo incluye una insólita y colorida carrera de asnos disfrazados, al que ya nos hemos referido en este espacio.

Los estados de la República mexicana donde hay mayor número de burros según las más recientes estadísticas conocidas, fíjese bien, son Guerrero (con 93 mil 057), Oaxaca (71 mil 077), Puebla (63 mil 031), Veracruz (46 mil 357), Estado de México (41 mil 54) y Guanajuato (31 mil 802). Mientras que las entidades con menor número de jamelgos son Yucatán, con 45; Campeche, con 118, y Ciudad de México, con 303.

Según un reportaje de National Geographic  sobre el tema, los burros son la especie de equinos mejor adaptada para vivir en tierras áridas, como son las que integran la mayor parte del territorio mexicano. Sus grandes orejas, que por mucho tiempo han sido un símbolo de ignorancia en las escuelas en todo el mundo, en realidad le permiten detectar frecuencias de audio imperceptibles para los oídos humanos y disipar su calor corporal.

Otro de los sentidos más desarrollados de estos equinos es el olfato. Su nariz les permite detectar olores a 10 kilómetros de distancia y su aparato digestivo es más resistente que el de los caballos, permitiéndole consumir más variedades de plantas y extraer de forma más eficiente el agua de los alimentos.

Y ahora resulta que otra de sus cualidades naturales es un agravante (además de su desplazamiento por la maquinaria agrícola y el transporte automotor) contra su subsistencia en el planeta. Ocurre que su piel contiene una jalea llamada “ejiao”, que se usa en China como una medicina tradicional  considerada tan infalible como el ginseng. Sirve para aliviar problemas de la circulación sanguínea o para la menstruación irregular, la anemia, el insomnio o el mareo, entre otros males. Esto provoca una demanda incontenible de estos animales en el país asiático.

La propia población de burros chinos ha caído un 3.5 por ciento anual desde la década de los 90. Hace 25 años, China tenía 11 millones de burros. Hoy sólo posee entre cuatro y cinco millones. Un 97 por ciento se cría en unas pocas áreas del norte de China. Y es que el burro “es difícil de criar, su crecimiento es largo y no es fácil criarlos a gran escala”, según explica Bu Xun, director del Centro de Biotecnología de la Academia de Ciencias Agrícolas de Shandong.

Precisamente en Shandong, una provincia en el noreste de China, se concentra la mayor parte de estos animales en el país y, no es una coincidencia, la mayor producción de “ejiao”. La escasez de jumentos también ha ocasionado un aumento en el precio del “ejiao”. En 2010 una piel de burro costaba menos de 500 yuanes (unos 84 dólares), mientras que hoy sobrepasa los dos mil 600 yuanes (340 dólares).

Resulta entonces atractivo sacrificar burros ya prácticamente inservibles para obtener pieles y exportarlas de manera legal o clandestina a China. Un lote compuesto por dos docenas de pieles representa algo así como 180 mil pesos. Ello puede estar ocurriendo en México, aunque no hay ninguna evidencia ni menos estadística de esa práctica, salvo el indicio de una acelerada reducción en el número de cabezas. De una u otra forma, lo cierto es que aunque usted no lo crea y los medios de comunicación nos reflejen todos los días lo contrario, nos estamos quedando sin burros. Válgame.

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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