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Antonio Salgado Borge

03/02/2017 - 12:05 am

¿Qué esperábamos de Carlos Slim?

Es muy probable que el diagnóstico de Slim –Trump explicado como negociador- sea profundamente equivocado.

Es muy probable que el diagnóstico de Slim –Trump explicado como negociador- sea profundamente equivocado. Foto: AP

El ascenso de Donald Trump representa la amenaza externa más directa e importante a la que esta generación de mexicanos se ha enfrentado. El temor generado en nuestro país por la llegada al poder del nuevo Presidente estadounidense ha sido tal que la semana pasada el hombre más rico de México, normalmente alejado de los reflectores políticos, sintió necesario convocar a una conferencia de prensa en la que alabó la unidad y, sobre todo, buscó calmar los ánimos.

Así, durante hora y media, Carlos Slim dejó en claro que, para él, lo dicho y hecho por Donald Trump no resulta alarmante. “No hay secretos” ni “sorpresas” en las intenciones del nuevo Presidente estadounidense, repitió Slim en cada una de las múltiples ocasiones en que se refirió a un libro en que Trump “dice todo lo que quiere hacer”. El millonario mexicano también afirmó que las condiciones actuales en Estados Unidos en realidad nos son muy favorables, que Trump “es una gente con sentido común e inteligente”, “un negociator y no un Terminator”, que no pone en peligro la libertad de prensa en Estados Unidos y que “está transformando algunas cosas para bien y otras para mal”.

Es muy probable que el diagnóstico de Slim –Trump explicado como negociador- sea profundamente equivocado. En todo caso resultaría mala idea asumir de entrada, como lo hizo buena parte de la base de votantes de Trump, que ser millonario y económicamente “triunfador”, automáticamente confieren a un individuo conocimientos y habilidades más allá de las necesarias para desenvolverse en el ámbito que les ha permitido el éxito económico. Este justificado escepticismo se entiende con mayor razón en economías en que las grandes fortunas están directamente ligadas a modelos extractivos, como claramente es el caso de la mexicana.

Lo cierto es que la visión que Slim compartió en público contrasta con las preocupadas opiniones de académicos y defensores de derechos humanos y con los reportajes y análisis de los más reconocidos medios y figuras de la prensa internacional, empezando por el valiente e invaluable The New York Times –del que, por cierto, Slim es accionista-. El veto a los ciudadanos de algunos países con mayoría musulmana, la desarticulación de estructuras institucionales para concentrar poder en un círculo cerrado, la inclusión del impresentable Steve Bannon –a quién el NY Times considera prácticamente Presidente de facto- en un Consejo de Seguridad clave, y hasta la amenaza velada de enviar tropas a México, relevada el miércoles pasado por Dolia Estévez en el programa de Carmen Aristegui y confirmada ese mismo día por la AP, son tan sólo algunas de las señales que tienen a varias naciones en estado de alerta máxima.

El saldo de la conferencia del miércoles pasado es profundamente negativo. En primer lugar, porque en vez de usar su enorme poder económico y político para tranquilizar a Trump, Carlos Slim optó por salir a tranquilizarnos a los mexicanos. Ante lo dicho y hecho por Trump, lo peor que podríamos hacer los mexicanos es relajarnos y sentarnos a esperar a que se materialice nuestra suerte. Sin embargo, probablemente buscando despresurizar el ambiente, Slim nos aseguró que Trump “tiene una estimación por México” y redujo los problemas que este Presidente tiene con otras naciones y grupos, así como sus amenazas, a la categoría de “negociaciones”. Finalmente, en referencias a los grandes proyectos que ha anunciado Trump, el mexicano le deseó que “ojalá le funcionen sus planes” y que éstos tendrían un impacto positivo en las empresas de grupo Carso en Estados Unidos. Con sus palabras, Slim ha avalado y legitimado lo hecho hasta ahora por el Presidente estadounidense. Avalar algo como normal y aceptable equivale, finalmente, a legitimarlo. Y Slim no hizo ninguna referencia, por ejemplo, a los sobradamente documentados medios que el republicano con que el Republicano planea alcanzar sus objetivos.

Mucho más importante que lo que Slim ha dicho de los mexicanos en su conferencia de prensa es lo que los mexicanos hemos dicho de Slim a partir de su conferencia de prensa. No es de extrañar que las declaraciones de Slim hayan generado sentimientos encontrados en nuestro país. En este contexto, quizás una de las preguntas más repetidas es “¿qué esperábamos de Slim?” La respuesta depende del sentido en que tomemos la palabra esperar. En un primer sentido, habría hecho falta una alta dosis de ingenuidad para pronosticar que Slim se pondría por delante en la defensa de los mexicanos. A estas alturas, con su influencia política y económica, el hombre más rico del país probablemente ha tenido oportunidades de sobra para transformar radicalmente el contexto nacional.

Desde luego que nada obligaba a Slim salir a defender a los mexicanos y que un individuo poderoso no debería nunca sustituir a las instituciones, pero estar convencido de ello no cancela la posibilidad identificar que no es necesario creer en salvadores para valorar la auténtica rebeldía y que no hace falta negar a las instituciones para aquilatar el potencial transformador de la acción individual en ciertas circunstancias.

Pero, en otro sentido, la pregunta “¿qué esperábamos de Slim?”, representa la actitud asumida por algunos sectores para normalizar que un individuo favorecido por el presente orden presente de cosas, en posición privilegiada y con capacidad para transformar positivamente la realidad de otros, sin arriesgar gran cosa la propia, opte por atrincherarse para proteger sus propios intereses. Quizás una visión de esta naturaleza evidencie en alguna medida el alcance de la falsa conciencia, que siempre favorece a las élites, y la conquista de los valores económicos sobre lo político; el ser humano reducido a un átomo aislado que cuya única meta o -en un sentido más radical- única función es cuidar a toda costa sus propios intereses.

Es posible argumentar que lo contrario -que un individuo con capacidades y recursos sobrados anteponga en ocasiones los intereses de su comunidad a los propios- es poco realista y que equivale a esperar demasiado del ser humano. Probablemente sea poco realista; pero en ello difícilmente puede haber algo de malo. Si aceptamos que no hay tal cosa como una esencia o naturaleza humana fijas, es fácil ver que lo mejor para la mayoría será siempre conveniente ponernos la vara alta y empujarnos hacia las mejores de nuestras potencialidades. Y no seguir a nuestras élites, económicas o políticas, cuando pretendan convencernos que vamos en sentido contrario.

@asalgadoborge
[email protected]

Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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