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Alejandro Páez Varela

03/03/2014 - 12:05 am

Michoacán: El siguiente (e inevitable) paso

La estrategia del ex Presidente Felipe Calderón Hinojosa en Michoacán no fue efectiva, pero sí tenía objetivos específicos que se fueron revelando con el tiempo. El primero, de mayo de 2009, fue exhibir a los políticos que él y su equipo suponían corruptos; sobre todo los de partidos no afines. El segundo era plantear a […]

La estrategia del ex Presidente Felipe Calderón Hinojosa en Michoacán no fue efectiva, pero sí tenía objetivos específicos que se fueron revelando con el tiempo. El primero, de mayo de 2009, fue exhibir a los políticos que él y su equipo suponían corruptos; sobre todo los de partidos no afines. El segundo era plantear a Acción Nacional (PAN) como una alternativa “de manos limpias”: Germán Martínez utilizó la lucha contra el narco en la campaña electoral de ese mismo verano (2009), mientras vapuleaba al PRD y al PRI. Y luego, un tercer objetivo: Calderón quería que su hermana Luisa María quedara al frente del gobierno del estado en 2011. El objetivo de la “guerra contra los criminales” no se lo compró casi nadie. El ex Presidente contaminó de intereses personales –dicho incluso por los mismos panistas– todas las acciones de su gobierno. Está muy escrito y muy documentado lo anterior; no los entretengo.

Pero la estrategia falló, como muchas otras cosas en el sexenio calderonista, porque estaba fincada en la amenaza y en la marrullería; en esa cultura de Calderón del “te chingo porque te chingo, y luego ya vemos”, versión más ruda del “haiga sido como haiga sido” de todos conocida. Así trató a los opositores dentro y fuera de su partido. Así dirigió el PAN seis años (hasta convertirlo en tercera fuerza electoral) y así impuso a sus familiares e incondicionales dentro del Congreso, hasta donde llegaron sin importar la militancia y la cultura de los atributos. Prefirió a una Mariana Gómez del Campo, mujer sin ninguna gracia, por encima de Manuel Clouthier, por ejemplo. O intentó hundir a Javier Corral (y hasta le lanzó groserías delante de más personas, en Los Pinos) a la vez que encumbraba a su amigo César Nava, sobre quien corren todo tipo de historias de corrupción.

Lo mismo sucedió durante su sexenio en Michoacán: primero golpes y humillación que averiguaciones y causas fundadas; primero reducir que la vía larga: rescatar a los pueblos y a las comunidades del abandono institucional y de sus corruptores, a la vez que construir y fundamentar causas que no se vinieran abajo. Cuando salieron los últimos funcionarios arrestados durante el “michoacanazo”, Calderón recurrió a la marrullería: dijo que los jueces eran corruptos… y, otra vez, tampoco fundamentó esa causa. Varias veces polemizó con el sistema judicial. Al final, le salió el tiro por la culata.

Ahora, la estrategia del gobierno federal priista va más o menos en el mismo camino en Michoacán, con una gran diferencia: suma a su causa, antes de imponerse. Va en el mismo sentido de atender primero las razones de seguridad que las sociales –se entiende la urgencia–, pero más sabe el diablo por viejo: los del PRI reconocen que necesitan base social para cualquier acción, aunque sus fines sean turbios. La base social da legitimidad, y dígame si no: muchos aplauden a los grupos de autodefensa porque saben que entre ellos hay gente harta de los delincuentes, aunque a la vez entiendan el peligro de que ciudadanos armados estén tomando al toro por los cuernos.

Lo de los grupos de autodefensa, a pesar del respaldo que tienen por todo el país (según las encuestas) no dejan de ser lo que son: civiles aplicando la ley por su propia mano. ¿Eran necesarios? Nadie dice que no o que sí; se trata de civiles por encima de las leyes (a los que rechazamos) que no necesitaron la orden de un juez para allanar la casa de Enrique “Kike” Plancarte (lo que aceptamos) en Nueva Italia, por ejemplo. Son ciudadanos valientes (a quienes aplaudimos) aplicando la ley por su mano (y se lo rechazamos). Esa ambigüedad es cómoda para el gobierno priista, que conoce la utilidad de las causas populares. Calderón, en cambio, nunca lo entendió; su soberbia no le permitió siquiera respetar a la militancia en su partido. Por eso sus causas se hundieron.

Así pues, la pregunta que ronda es: ¿qué sigue en Michoacán?

Mi pronóstico es que los grupos criminales no se van a quedar esperando y van a tratar de corromper y amedrentar para retomar sus posiciones; van a intentar las amenazas para regresar del exilio. Las autoridades deberán estar preparadas para ese regreso furioso, porque si no se genera desde ahora una defensa sólida rodarán cabezas, y en Michoacán todo puede ser así de literal.

Los periodistas no somos necesariamente especialistas en seguridad. No podemos dar claves o estrategias, como tampoco, según yo, deben hacerlo Alejandro Martí o Isabel Miranda de Wallace. Nos guiamos en el razonamiento lógico y planteamos asuntos a partir de la observación, y nada más. Pero aún sin ser especialista en el tema, pareciera –bajo la anterior advertencia– que lo que sigue es desmovilizar a los grupos civiles armados; seguir combatiendo a los criminales, sí, pero darle una salida, platear alternativas a todos esos que decidieron abandonar sus casas para enfrentarse a los secuestradores, violadores, explotadores, pervertidores y narcotraficantes. Los comunitarios deben regresar a sus casas lo más pronto posible pero, ¿en calidad de qué? ¿Querrán de verdad convertirse en policías rurales?

Aquí está el asunto. Y lo planteo de manera muy breve: Hay tres o cuatro grupos dentro de los autodefensas: 1) Los líderes, que son agricultores o profesionistas y tuvieron dinero para armarse y pagar a otros para defender primero sus propiedades. 2) La gente de pueblo, que eran víctimas de sus abusos: les quitaban a sus mujeres, les robaban lo poco que tenían. 3) Los templarios arrepentidos, que dejaron a unos por irse con los otros y; 4) Los infiltrados, ¿por qué no?, que siguen siendo templarios y ahora son guardias comunitarios de perfil bajo y esperan el momento para actuar.

Los primeros no querrán ser policías ni tienen necesidad. Y los segundos, terceros y cuartos, que bien pueden ser amedrentados (como en el pasado) o corrompidos (como en el pasado) son los únicos que podrían convertirse en policías. Y entonces, las cosas volverán a ser como antes; serán amenazados y comprados. No hay razones para pensar en otra cosa.

La única manera de plantear una estrategia duradera –insisto en que no soy especialista– es a partir del desarrollo. No hay de otra. Esos segundos, terceros y cuartos, que pueden todavía caer en manos del crimen organizado, deben ser alcanzados por el Estado de la mejor forma: con empleo, salud y educación; con proyectos duraderos y no asistenciales. Es la única forma de que no sean tentados o no sean llevados por la mala hacia el lado oscuro por esa industria de la corrupción y el dinero fácil que es la criminalidad.

El desarrollo es el principal problema de México. Sólo el empleo, la salud y la educación; sólo la presencia firme del Estado mexicano (y no únicamente con soldados y policías) puede realmente garantizar la paz duradera en Michoacán y en todas partes.

Pero, ¿realmente está dispuesto el gobierno federal a invertir en progreso, que es la vía larga para resolver el grave problema de inseguridad que vive México? ¿Podrá este gobierno priista vencer sus propias inercias, dejar de temerle al desarrollo y educar a los ciudadanos sin tratar de ganarlos para su causa? En pocas palabras: ¿Sabrán invertir esos 45 mil millones que prometió Peña Nieto sin querer votos o “moches” a cambio?

Hay mucho espacio para la derrota en la estrategia del gobierno federal. Así lo veo. Pero también lo hay para el triunfo, si existe buena voluntad.

Eso opino sobre el futuro de Michoacán. Son momentos decisivos; es ahora cuando la estrategia debe mostrar nobleza, o todo el esfuerzo realizado se irá al caño.

Pero, como digo, uno no es el especialista.

Alejandro Páez Varela
Periodista, escritor. Es autor de las novelas Corazón de Kaláshnikov (Alfaguara 2014, Planeta 2008), Música para Perros (Alfaguara 2013), El Reino de las Moscas (Alfaguara 2012) y Oriundo Laredo (Alfaguara 2017). También de los libros de relatos No Incluye Baterías (Cal y Arena 2009) y Paracaídas que no abre (2007). Escribió Presidente en Espera (Planeta 2011) y es coautor de otros libros de periodismo como La Guerra por Juárez (Planeta, 2008), Los Suspirantes 2006 (Planeta 2005) Los Suspirantes 2012 (Planeta 2011), Los Amos de México (2007), Los Intocables (2008) y Los Suspirantes 2018 (Planeta 2017). Fue subdirector editorial de El Universal, subdirector de la revista Día Siete y editor en Reforma y El Economista. Actualmente es director general de SinEmbargo.mx

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