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Francisco Ortiz Pinchetti

03/03/2017 - 12:04 am

Una Cuaresma política

Que el INE decrete una surte de Cuaresma Política y durante seis, siete semanas nuestros aspirantes a puestos de elección popular o a salvadores de la Patria se abstengan de repetir sandeces.

Que el INE decrete una surte de Cuaresma Política y durante seis, siete semanas nuestros aspirantes a puestos de elección popular o a salvadores de la Patria se abstengan de repetir sandeces. Fotos: Cuartoscuro

Con la tiznada del miércoles pasado llegó la Cuaresma. Dicen quienes saben de esos menesteres que es una época del año dedicada al recogimiento y la penitencia. Es tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados y de cambiar algo de nosotros para ser mejores. Días en algún modo de guardar silencio.

La Cuaresma dura 40 días, por supuesto, aunque nadie atina a precisar sus límites. Comienza el Miércoles de Ceniza, eso lo sabemos todos, pero hay quienes afirman que termina el Domingo de Ramos para dar paso a la Semana Santa y otros aseguran que su final es justo antes de la misa de la Última Cena del Señor, el Jueves Santo. No falta quien la prolonga hasta la noche del sábado, cuando se abre la gloria con la celebración  gozosa de la Resurrección de Cristo.

Se nos ilustra que la duración de la Cuaresma está basada en el símbolo del número 40 en la Biblia. En las Sagradas Escrituras, en efecto, se habla de los 40 días del Diluvio, de los 40 años de la marcha del pueblo judío por el desierto, de los 40 días de Moisés y de Elías en la montaña, de los 40 días que pasó Jesús en el desierto antes de comenzar su vida pública, de los 400 años que duró la estancia de los judíos en Egipto.

La Cuaresma, pone el portal de la Agencia Católica de Informaciones (ACI Prensa) “es el tiempo del perdón y de la reconciliación fraterna: cada día hemos de arrojar de nuestros corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos que se oponen a nuestro amor a Dios y a los hermanos”.

Época también es ésta de expiaciones y sacrificios, particularmente el ayuno y la abstinencia. El ayuno consiste en hacer una sola comida fuerte al día. La abstinencia consiste en no comer carne. Recuerdo que en mi infancia y adolescencia tales sacrificios debían realizarse todos los viernes de Cuaresma, lo que le daba ya una peculiaridad gastronómica a esa temporada. Eran tiempos de comer pescado, caldo de haba, romeritos, huauzontles, tortitas de papa o de espinaca, chiles rellenos, flores de calabaza capeadas, capirotada y otras delicias de la cocina mexicana.

Ahora es distinto. Hoy únicamente persisten dos días de ayuno y abstinencia en el año: el Miércoles de Ceniza y el Viernes Santo, que en esta ocasión caerá el 14 de abril. Con una salvedad, además: que la abstinencia obliga a partir de los catorce años de edad y el ayuno de los dieciocho hasta los cincuenta y nueve años, lo que a estas alturas me da calidad de exento.

El tema, además de ser de temporada, me lleva a una propuesta tan descabellada como desesperada: que el INE decrete una surte de Cuaresma Política y durante seis, siete semanas nuestros aspirantes a puestos de elección popular o a salvadores de la Patria se abstengan de repetir sandeces, lugares comunes, ataques y recriminaciones y se entreguen a la meditación, el arrepentimiento y la oración. Una suerte de tregua que nos permita descansar al menos por cuarenta días de escuchar spots insulsos y  leer declaraciones demagógicas o populistas, pleitos.

Que se perdonen los unos a los otros, aunque sea de dientes para afuera. Que reflexionen sobre sus excesos y sus mentiras. Que arrojen de sus corazones el odio, el rencor, la envidia, los celos, como quedó dicho. Que  guarden por un rato sus promesas peregrinas y se pongan –y nos pongan– en ayuno permanente de acusaciones mutuas absolutamente intrascendentes, inútiles, y que se abstengan de comer carne… de perro. ¡Que se callen!

Vendrán otros tiempos, por desgracia muy cercanos, para tirar la primera piedra –y la segunda–, rasgarse las vestiduras e injuriar a los rivales. Habrá pasión, crucifixiones, calvarios… Y a lo mejor, también, alguna resurrección. El elenco se completará a tiempo, sin duda, y la función superará por mucho a la de Iztapalapa, donde por cierto bajaron de su campaña a un Cristo balín que adulteró su credencial de elector para hacerse pasar por solterito.

Ya tenemos por lo pronto nuestro Mesías, que no para de predicar en el desierto desde hace por lo menos doce o trece años la misma Buena Nueva, en su peregrinar eterno por el país. Se dice que cada día suma a su causa nuevos discípulos. Ya también anda por ahí Judas, el traidor. Cuidado. Escribas y fariseos, protegidos por sus guardias pretorianos, se reúnen en Atlacomulco para fraguar sus triquiñuelas. Perdón, sus estrategias. Muchos de túnica amarilla ya andan de Herodes a Pilatos, por si acaso. En la mansión azul, hay un joven Caifás que es juez y parte y dispone a su antojo.

Para el papel principal está apuntado casi todo el santoral, incluidos tres arcángeles: Miguel, Gabriel y Rafael. Levantan la mano Pedro, por supuesto, y también Andrés Manuel; dos Miguel Ángel, Ricardo, Jorge, Margarita, Emilio, Eruviel, Aurelio, José Antonio, Luis, Silvano,  Ernesto, Jaime, Ivonne, Graco, Enrique, Juan Ramón… ¡Deteneos en caridad de Dios! Sólo les pedimos esperar un poco. Cuarenta días. Ya podrán darse vuelo, caramba. Y aguas: en ese lapso no se dejen tentar por Satanás. Válgame.

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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