Ser mujer y escritora en el 8 de marzo: Las creadoras opinan

03/03/2018 - 12:05 am

La semana que viene se cumplirá otro día en honor de las damas. A veces cuesta mirar esta fecha con solidaridad y con paciencia. ¿Quiere decir que los otros 364 días son de los hombres? Sin embargo, los feminicidios y las grandes diferencias que hay en los trabajos de unos y de otras, nos obligan a ver este mundo como del patriarcado, tan odiado. Falta mucho tiempo para ser consideradas iguales y otro tanto de años para que el mundo se asemeje a nuestro ideal. Así que sigamos festejando y reflexionando.

Ciudad de México, 3 de marzo (SinEmbargo).- Nunca nos ponemos a pensar: soy mujer y por tanto me va a pasar esto o aquello. Sin embargo, hay tantas cosas que hoy sabemos y por todo lo que hay que luchar para conseguir un espacio, una opinión, un reconocimiento, que ser mujer nos obliga a reflexionar sobre esa circunstancia que hoy nos permite marcar una diferencia.

Ser mujer y ser escritora en el mundo del patriarcado (leer El origen del patriarcado: Gerda Lerner, aquí mismo) nos hace pensar que las mujeres escriben para un mundo de lectoras y que suele negársele los premios, las lecturas públicas, los reconocimientos. Hay que empezar a dar las cartas de nuevo, en un juego que siempre nos tiene que tener como protagonistas. Estas son las opiniones.

Su novela “Ojos llenos de sombra” ganó el premio Gran Angular 2012. Foto: Facebook

Raquel Castro, México

Ser mujer escritora no debería ser distinto que ser hombre escritor. Sin embargo… todavía nos falta mucho para llegar a eso: las mujeres que escribimos todavía somos una minoría (a pesar de que la mitad de la población del mundo es femenina, sí). Eso significa que cada texto se va a leer como si lo escribiéramos a nombre de todas las mujeres, y si mi texto es sensiblero, cursi, agresivo, irónico o de plano mal escrito, no va a faltar quien diga que las mujeres (¡todas!) son (¡somos!) sensibleras, cursis, agresivas, irónicas o malas escritoras. Pero la opción no puede ser paralizarnos o tratar de escribir de modo que demos gusto a todos o que se nos considere un buen ejemplo. Al contrario, tenemos que perserverar y luchar por nuestro derecho de ser sensibleras, cursis, agresivas, irónicas o malas escritoras sin que eso se convierta en una generalización. Escribir con entusiasmo o tortuosamente, como sea que escriba cada una de nosotras, para que más mujeres se animen a escribir y dejemos de ser tratadas como una minoría en el medio editorial. Mientras tanto, no está de más reflexionar en el privilegio y la responsabilidad de ser portavoces del 50% de la población, incluso si no lo pedimos.

Irma es también periodista cultural. Foto: Facebook

Irma Gallo, México

Desde que era una niña, las historias me han salvado: de mis cambios de humor, de los muchos momentos de soledad en la primaria, cuando sentía que nomás no encajaba y después en la prepa. Me las inventaba en la cabeza, también para poder dormir, pero nunca las ponía en papel. En esos primeros años me las inventaba quizá como una manera de evadirme de la realidad, porque, aunque tenía (y tengo) una familia maravillosa, siempre me sentía insatisfecha.

Hacia los 15 o 16 años empecé a ponerlas por escrito; la mayoría eran historias fantásticas que tenían que ver con romper las barreras del tiempo y el espacio, no con temas estrictamente de mujeres, o de mi ser mujer. Creo que en ese momento no tenía muy introyectada la idea de que esto significara en algún modo una condición especial.

Crecí, me enamoré del teatro, me rechazaron, llegué al periodismo y este se convirtió en mi tabla de salvación. Y luego, al empezar la vida laboral, y después, al convertirme en madre de una niña, comencé a escribir sobre las cosas que me preocupaban: cómo compaginar la maternidad con la vida laboral, cómo decirle a mi hija que vive en una época y en un país particularmente peligrosos para las mujeres, y más aún, para las menores de edad, cómo muchas mujeres han salido adelante en circunstancias de violencia, discriminación o inequidad, negándose a quedarse en el papel de víctimas.

Hasta ahora sólo mi segundo libro, #yonomásdigo, es de ficción (aunque inspirado en mi hija), y de los dos proyectos que estoy desarrollando ahora son uno de no ficción y otro de ficción, pero tienen una cosa en común: son historias de cómo ser mujer, ahora, en este país bañado de sangre e inequidad, pero profundamente amado.

Recientemente ha publicado Territorio Lolita. Foto: Facebook

Ana Clavel, México

Ser escritora siempre ha significado para mí, por sobre todas las cosas, libertad creadora. Y así la he ejercido por más de treinta años y en más de diez libros publicados con temas transgresores pero, sobre todo, en los que la imaginación y la indagación en el deseo me permiten esa tarea de colocarme en los pies, en la cabeza, en el cuerpo y en la sensibilidad de otros. Es por eso que he llegado a decir a manera de juego, pero también como seña de identidad y responsabilidad con mi oficio: “Yo no soy mujer… soy escritora”. Creo fervientemente que uno de los pocos espacios de libertad íntima y auténtica, así como de ritualización del deseo, son la escritura y el arte. Y al menos a mí, en mi trabajo, me interesa hacerles lugar, a trasmano de estos tiempos neopuritanos, militancias y posiciones de corrección ortopédica y política. Una forma de ser mujer libre en México “sin morir en el intento”, precisamente ahora que la realidad encarna con brutal literalidad la sutileza y el placer de las metáforas y que las guillotinas de las redes sociales buscan erigirse en hidra moral.

Su poemario Eros una vez ganó el premio Mario Benedetti. Foto: facebook

Julia Santibáñez, México

Cuando me siento a escribir o cuando voy haciéndolo en mi cabeza (aunque no tenga una pantalla o un papel enfrente) nunca me planteo “soy escritora”, igual que no pienso “soy mexicana” o “soy mamá”. Esas condiciones las llevo entretejidas y forman parte de mi manera de habitar el mundo, sin que deba esforzarme por plasmarlas al crear. Ni me emociona ni me molesta que un lector piense, al tomar un libro mío, que está leyendo a una mujer. En ese sentido, igual que a un autor masculino no se le pregunta si hace “literatura para hombres”, quiero que mi trabajo sea “literatura”, sin mayor etiqueta.

Acaba de escribir la novela El otro Tom. Foto: Facebook

Laura Santullo, Uruguay

Creo que la identidad de una persona, y por lo tanto la identidad de un creador, de un escritor, se conforma por decenas de asuntos esenciales: tu historia personal y la historia colectiva a la que perteneces, tu nacionalidad, tu religión, tu ideología, tus miedos, tus fobias, y sí, también el género. Siendo así, no ubico el hecho de ser mujer como el asunto que me define como escritora, sino como uno entre varios hilos que atraviesan lo que hago y de manera bastante inconsciente debo decir. La idea de una “mirada femenina” o de una “literatura de mujeres” me resulta un tanto inquietante, porque implica una reducción y muchas veces oculta una visión condescendiente. A mi parecer las mujeres tanto como los hombres, cobijamos un universo inmenso de posibilidades en nuestras escrituras; ángeles y demonios, horrores y delicias, el arma asesina y un campo en flor. Creo que escribir es barajar los naipes completos de la experiencia humana, con la mayor libertad que te sea posible.

Verónica Ortiz acaba de publicar La niña en el jardín. Foto: Facebook

Verónica Ortiz, Ciudad de México

Vivo y escribo desde la complejidad de ser mujer. Si las formas culturales han sido masculinas, la profundidad de esas formas es femenina. Ahí adentro, desde los sentimientos y las emociones construyo mis razones para escribir.

Betina Keizman publicará este año Recurso de amparo, un policial. Foto: Especial

Betina Keizman, Argentina

¿Qué significa ser mujer escritora? El mundo de los escritores no se diferencia de otros ámbitos, también progresa bajo la atenta vigilancia de clanes de hombres poco dispuestos a deponer privilegios. Mientras tanto, en demasiadas latitudes seguimos peleando contra el acoso, los feminicidios, el derecho al aborto o, de modo más general, por recuperar la propiedad sobre nuestros cuerpos e ideas. Es terrible, sobre todo si no reconocemos que en esas luchas se juega algo positivo, una fuerza comunitaria que las voces negras declaran extinguidas porque, ya se sabe, esta es la época en que cada cual o cada cuala se ocupa de su propio ombligo. Pero también, ser mujer escritora es otorgarse un derecho amplio, librarse de la obligación de escribir el tema femenino, de hablar desde nosotras, de dar el punto de vista de la mujer. Podemos hacerlo, pero un derecho no es una imposición. En definitiva, mi deseo es que algún día esta pregunta resulte, no irrelevante, absurda, incluso incomprensible. ¿Qué significará ser hombre escritor? ¿O escritor chino? ¿O escritor diabético? ¿O escritora hermafrodita? ¿O escritor indígena? ¿O escritor oligarca? ¿Escritor mamífero o lagartija? ¿Escritor migrante? Me gustaría saberlo.

Publicó Lo que Facebook se llevó. Es directora de la revista Dorsia. Foto: Facebook

Alejandra Macchia, México

Para ser escritora (en México) se necesita una gran tolerancia a la frustración. Cuando comencé a escribir y después de publicar mi primer libro, me di cuenta que el mundillo literario sigue siendo un club de amigos. Un club bastante mezquino, por cierto. Creo que sólo abandonando las pretensiones de gloria se logra trabajar más genuinamente y sin tantos compromisos. Mi único compromiso al escribir es con los lectores y con mis personajes. Ya no escribo para que un editor “me haga el favor” de incluirme en el catálogo de una gran editorial. Escribo para comprobar que el mundo no es plano ni está sostenido por tortugas. Cuando escribo ficción es porque la realidad me parece abyecta. Leo para caer en los abismos más profundos; escribir me expulsa del vacío. A veces escribo más como escritor que como escritora, aunque realmente cuando me siento a escribir no pienso en mi sexo.

En 2016 publicó el poemario Fricciones. Foto: Facebook

Maricela Guerrero, México

¿Qué significa ser mujer escritora? En mi contexto significa muchas cosas: acordarme de que lo más tranquilo y liberador que le ha pasado a las mujeres de mi casa es aprender a leer y a escribir; que mis abuelas, mi madre, sus hermanas y mis primas, cada una a su manera, ha disentido sobre diversas expectativas acerca de ser mujer de clase trabajadora. En lo más personal, me ha significado hacer malabares entre ser madre de Eliseo y Sofía, tener un trabajo con un salario adecuado para cubrir mi sustento y la mitad del de mis hijos, compartir la vida literaria y amistosa con personas talentosas, compartir la vida amorosa con Yolanda, hacerme cargo de mis chipotes emocionales y escribir a escondidas en la oficina: esto último lo aprendí desde que la maestra Carmelita nos enseñó a leer y a escribir de contrabando en el kínder.

Ser mujer que escribe también es transformar el coraje de que nuestro trabajo sea invisibilizado o menorizado a veces, en acciones antisolemnes, como la #RopaSucia que armamos Paula Abramo, @paulicantropa, Sisi Rodríguez @pollitaconpapos y tu @papelcontante junto con muchas otras colegas que pusieron sobre el tendedero lo que significa ser mujer en un medio tan misógino, vertical, racista y clasista como el nuestro. También significa reconocer que las razones por las que una se cae de la cama emocional, laboral y profesional no son individuales sino que responden a condiciones sistemáticas contra las que disentimos en lo personal y en lo colectivo.

Es la organizadora del encuentro Enclave. Foto: Facebook

Rocío Cerón, México

Perspectivas. Creo que hay otras perspectivas desde la escritura de una autora. También implica un esfuerzo sostenido por no dejarse amilanar por una escena literaria muy machista y jerárquica. Y, ante todo, escribir siendo mujer implica también otras velocidades, otras formas de ver el mundo.

Es poeta y tiene una editorial en Mexicali, Pinos Alados. Foto: Facebook

Rosa Espinoza, México

Me siento privilegiada porque siempre he tenido la libertad de hacer lo que he querido, como escribir. Pero estoy consciente de que es, sin lugar a dudas, cuestión de suerte, porque reconozco que muchas mujeres no corren con esa misma fortuna. En ese sentido y en virtud de las ventajas que disfruto, mi voz debe aludir al compromiso que conlleva tener un espacio para ejercer el oficio. No digo que no haya dejado a un lado muchas cosas, como el tiempo para mis hijos, pero me siento afortunada y atesoro el lugar que tengo.

Acaba de publicar un compilado para Cal y Arena: Dejar huella. Foto: Especial

Anamari Gomís, México

Trato de reproducir un mundo, un mundo hecho de puras palabras, para intentar  comprender éste que vivimos en una mínima parte, como en la Caverna de Platón. No encuentro diferencias entre un escritor y una escritora. Tanto unos como otras nos enfrentamos a los mismos retos durante la escritura.

Es presidente del Pen México. Foto: Facebook

Magali Tercero, México

Tu pregunta es compleja y tiene muchas capas. A los 18 años me impuse el mandamiento de no ser cursi en la escritura. ¿De dónde pudo venir eso? Con cuatro amigos, todos hombres dos o tres años mayores que yo, hacíamos una revista literaria. Pero no, el temor no vino de ahí. ¿Quería acotar mis emociones? ¿Me disgustaban algunas lecturas universitarias? Seguí adelante y hacia 1995 la industria editorial mexicana creó un boom de mujeres escritoras. Entonces yo escribía el reportaje dominical para El País en su edición mexicana. Me sugirieron el tema y en una semana leí best-sellers hasta quedar empachada y prohibiéndome imitar ese tipo de escritura comercial.

Es curioso pues nunca me sentí como una mujer escritora. No, yo era y soy una persona que escribe. No recuerdo haber sido discriminada, quizá porque fui afortunada y caí en redacciones igualitarias. O sí lo fui y no me di cuenta. Tuve un jefe, qepd, que durante la primera semana de trabajo me dio los buenos días besando apenas mi boca. Dejó de hacerlo porque empecé a girarme velozmente para que su saludo desembocara en la parte izquierda de mi cabeza. Había algo cómico en aquel performance de su ego masculino. En fin, está visto que los blancos y negros no dominan la existencia: ese mismo señor respetó e impulsó consistentemente mi escritura.

¿Se escribe como hombre o como mujer? En 2010 hice un experimento de lectura durante un ciclo de literatura femenina. Cinco autoras compartíamos el estrado y decidí leer fragmentos de una crónica escrita por una personalidad del pequeño mundo de la crónica latinoamericana. Luego pregunté: ¿Quién escribe? ¿Un hombre o una mujer? Unas 25 personas, la mitad del público, atribuyeron el texto a un hombre. Los demás dijeron que era mujer. No he vuelto a jugar ese juego pero creo que muchos se sorprendieron cuando mencioné a Leila Guerriero.

¿Qué significa ser mujer escritora? No sé qué decir. Si hubiera igualdad real tal vez no habría necesidad de pensarlo o, por ejemplo, de organizar congresos de mujeres. Recuerdo haber dicho a la brillante psicoanalista María Celia Jáuregui, ya fallecida, que con frecuencia me sumergía en una especie de androginia mental al escribir, que mi lado racional emergía con fuerza y matizaba la emoción, lo cual me gustaba mucho. Ella mencionó dos palabras inglesas: sword (espada) y word (palabra) y terminó diciendo “Esgrimir la pluma es esgrimir la espada”. ¿O dijo empuñar? Aquella sesión me dejó muy alegre. Según Mircea Eliade, los pueblos primitivos encarnaban, al actuar ritualmente el mito de la androginia, la mayor de las potencias, el encuentro de los contrarios, un estado primordial de libertad. ¿Por qué no escribir de manera andrógina? La escritura lo quiere todo.

Es columnista del diario La Razón y trabaja en la revista UNAM. Foto: Facebook

Claudia Guillén, México

En mi caso el ejercicio de la escritura formó parte de mi cotidianidad desde que era niña. Tanto mi padre, como mis abuelos, fueron escritores lo que me llevó a vivir entre libros y conversaciones sobre literatura. Recuerdo, por ejemplo, que al ir a la escuela primaria cuando cada uno de mis compañeros contaban qué hacían sus padres yo tenía que explicar muchas veces que mi padre era escritor. No era un oficio tan importante, para aquellos niños que éramos, como ser ingeniero o abogado. Es decir, para mí ser escritora ha significado seguir una tradición que para mi familia era común pero que para otros era ajena.

Acaba de publicar la novela Jamás nadie. Foto: Facebook

Beatriz Rivas, México

Me cuesta trabajo esa definición de “mujer-escritora”. Soy mujer y me dedico a escribir. Probablemente es una de las profesiones en que ser mujer no es una desventaja. Al menos, yo nunca he sentido alguna injusticia hacia mí o hacia mi obra por el simple hecho de ser mujer. Escribo para superarme a mí misma, a mi libro anterior. No trato de competir con otros escritores, ni mujeres ni hombres. Intento que mis novelas sean de calidad literaria, trato de dar lo mejor de mí misma en cada párrafo… y supongo que haría lo mismo si fuera hombre. Tal vez mi condición de mujer en lo que se refleja no es en cómo digo las cosas (la forma) sino en los personajes a los que he elegido: casi todos mujeres. Mujeres fuertes, independientes, libres, luchadoras, inteligentes. Mujeres que han aportado algo al mundo, a la historia. Mujeres que han abierto caminos. Mujeres a las que admiro. Pero también tengo otras novelas, otros personajes, otros temas.

Publicó Las noches habitadas. Foto: Facebook

Alma Delia Murillo, México

Ser mujer y escritora significa lo mismo que ser hombre y escritor, con la diferencia de que nosotras debemos correr un maratón completo cuando ellos corren sólo la mitad para al final coronarnos con la misma euforia, la misma deshidratación y un flamante medallero de demonios personales. Nocierto sícierto. Sí es cierto.

Recientemente ha publicado el cuento infantil Rodrigo y el gran elefante. Foto: Facebook

Magali Velasco, México

Es un oficio de equilibrista. Rosa Montero en su libro La loca de la casa escribió que cómo le gustaría estar casada con otra mujer para gozar de los beneficios del escritor a quien no se le perturba con lo cotidiano. A mí me cuesta mucho ser escritora, me siento a veces como Le Pendu, ese personaje del Tarot que simboliza la suspensión entre el cielo y la tierra, la incapacidad de hacer las cosas por las mismas cosas de la vida. Una escritora debe luchar no sólo contra su propio proceso creativo, debe luchar contra todo aquello que no le permite entrar y encerrarse en su habitación propia. Si decidió ser madre, si decidió o no tuvo opción de ganarse la vida en tal o cual trabajo, si de ella dependen más familiares económica y emocionalmente, si está o no con pareja, si tiene libertad de movimiento para promocionar su trabajo… la escritora, estoy convencida, lucha más que un escritor y no es cuestión de talento, es una cuestión de desigualdad de roles de género. Sé de mujeres que abandonaron no la escritura, sino todo el proceso y la energía que implica publicar porque se vieron obligadas a atender otros aspectos personales que las demandaron. Esto, rara vez, ocurre con los hombres. Como directora de una Feria Internacional del Libro, constaté en cada año de elaboración del programa, lo difícil que es para una escritora viajar y presentar su libro. Habrá hijos, nietos, cuestiones laborales, algún padre enfermo que no les permite moverse. Por otro lado, se suma el tema del prejuicio. Jamás olvidaré una conversación hace unos años en una comida en la FIL de Guadalajara: un alto mando de Tusquets España diciendo que Tusquets México se había excedido publicando a mujeres y que qué bueno que eso ya iba a terminarse. He sido testigo de curadurías de encuentros o festivales literarios donde “procuran” cubrir cuota de género, una manera irrespetuosa de entender la equidad. Mi respeto y reconocimiento siempre a todas mis colegas.

Recientemente ha publicado la novela Fuego 20. Foto: Facebook

Ana García Bergua, México

Yo quisiera que ser mujer escritora significara lo mismo que ser hombre escritor o caballo o leona escritora, es decir, que lo importante fuera lo escrito y no el género de quien lo escribe. Eso es lo que siempre he pensado, tanto en la época en que ser escritora podía ser una desventaja como ahora en que se nos lee muchas veces para apoyar nuestras luchas. A mí lo que me interesa es la literatura y creo que eso trasciende los géneros, las épocas y otras cosas.

Pronto publicará su novela Miedo. Foto: Facebook

Sandra Lorenzano, Argentina

Pensar en ser mujer escritora me remite a dos cosas básicamente, me parece. La que más me interesa no es en este momento de mi vida ni la relación con el mercado ni la relación con otros colegas que no son mujeres escritoras. Lo que más me interesa me lleva a una reflexión que retoma una frase clásica de Simone de Beauvoir: La mujer no nace, se hace.

La escritora no nace, se hace.

¿Qué significa esto?

Significa muchas cosas que también tienen que ver con lo dado, lo biológico, con lo cultural. La reflexión de Simone de Beauvoir tiene que ver con lo cultural, evidentemente. No importa si venimos en un cuerpo femenino, la construcción de ser mujer es eso, una construcción. Una construcción social y cultural.

Algo similar sucede con el ser escritora. Cuando una asume la palabra literaria como parte de la propia búsqueda, hay también una decisión y una construcción.

Para mí, en ambos casos y a esta altura de la vida, creo que la respuesta a esas dos preguntas que no son sino una, a esa construcción que no es sino una, pasa por un proceso de introspección absoluto y de búsqueda de la propia voz.

Cuando digo voz, digo también cuerpo. Digo también piel. Digo deseo. Compañía. Erotismo.

La reflexión tiene que ir más allá del canon femenino, tiene que ver de esta introspección que para mí pasa por un proceso de escucha interior, de reconocer el propio deseo y en mi caso el deseo de escritura poética en el sentido más profundo del término, esa poesía que sale con tu propia sangre, con tus entrañas, con esa voz de la que hablamos, es inseparable de mi propio deseo vinculado a la sexualidad.

El deseo es un devenir.

Ser mujer también es un devenir.

Recientemente ha publicado la novela El sello de la libélula. Foto: Facebook

Kyra Galván, México

Para mí, ser escritora y mujer, significa, primero, un placer poder dedicarme a lo que me apasiona desde hace muchos años: ser artesana de la palabra.

Pero, por supuesto, también implica un honor y una responsabilidad. Un honor seguir la brecha que en el pasado abrieron extraordinarias y valientes mujeres como Mary Wollstonecraft, George Sand, Mary Shelley, Virginia Wolf, Sylvia Plath, Rosario Castellanos y Elena Garro, solo por citar algunas.

Una responsabilidad  porque es importante honrar el coraje y la lucha y la calidad que lograron tantas mujeres antes que nosotros en tiempos aún más oscuros que éstos.

Y debo decir, por último,  que continúa siendo un reto el ser mujer-escritora en una sociedad patriarcal que se empeña en despreciar e invisibilizar el trabajo de las mujeres dando por hecho, en primera instancia, que es inferior al de los varones.

Recientemente publicó La mano que mece el silencio. Foto: Facebook

Rose Mary Salum, México

Ser mujer escritora significa lo mismo que ser hombre escritor. Las ideas, la creatividad, la inspiración provienen de las mismas fuentes. El trabajo, las revisiones y el nivel último del texto será igual siempre y cuando la dedicación necesaria  sea la misma. Quizá lo diferente sean nuestros prejuicios y cómo los enfrentamos.  Ni el talento se adquiere por tener a un hombre al lado, ni de ellos dependen nuestros logros. Todo es cuestión de enfoques y cada uno tendremos que ajustarlos para sacudirnos estas ideas preeexistentes y tan reforzadas en ambos niveles: el personal y el internacional … aunque eso se tenga que traducirse en resistencia.

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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