RESEÑA | “Neurocapitalismo”, de Giorgio Griziotti

03/06/2017 - 12:03 am

El grado de mediación de la tecnología en la época actual está generando subjetividades híbridas de suerte que el individuo sigue siendo estudiante fuera del aula, obrero fuera de la fábrica, preso fuera de la cárcel. Esto implica que el sujeto puede encontrarse fuera de los centros físicos de encierro y, a pesar de ello, continuar siendo intensamente controlado y moldeado por las lógicas disciplinarias. De ahí la necesidad de pensar la tecnología tanto desde el punto de vista de los dispositivos de control biopolítico como desde su potencial emancipador en la construcción del común.

Ciudad de México, 3 de junio (SinEmbargo).- Como Amenazas a la seguridad nacional o al mercado financiero, los hackers, ésos seres incógnitos cuyo rostro es una sombra en forma de avatar, dominan la opinión pública al acometer grandes obras. #MacronLeaks, WannaCry, u operadores como Lazarus Group o The Shadow Brokers, son ejemplos de ataques y atacantes cibernéticos con escala global que han secuestrado las portadas de periódicos como Le Monde o The Guardian.

Es cuando las naciones-estado son agredidas o las compañías transnacionales atacadas, que la opinión pública enerva angustias ante nuestro mundo vuelto digital, y sus amenazas. El simulacro de las ventajas de la modernidad deviene frágil, como una copa a punto de derramarse –y que al caer, manchará de tinta indeleble el suelo que pisamos-. ¿Qué nos depara todo esto, tan nuevo, tan desconocido?, es la pregunta sin respuesta que muchos nos hacemos.

Una nueva visión del capitalismo. Foto: Especial

Es también un grito del siglo XXI y su herencia neoliberal y tecnológica que, con una economía de libre mercado en estrecha dependencia del código binario, hace latir el presentimiento de que un día puede derrumbarse el mundo tal y como creemos conocerlo hoy.

Parte de su atractivo como tema público está en su inherente misterio –piénsese, por ejemplo, en las novelas de Marc Elsberg o Frank Schätzing, o en series de televisión como Black Mirror o Dark Net-. Un mundo desconocido que opera en las sombras. Un mundo de genios computacionales ocultos tras un tag. Un mundo oscuro, complejo, maldito, terrorífico e inmoral que puede transformarlo todo.

Así como la conciencia está recorrida por el latido del inconsciente que habla y conforma al yo desde el Otro; así como la materia visible se encuentra en relación íntima y es transformada por lo que muchos físicos denuncian como una falacia, la Materia Oscura… así el internet tiene lares incognoscibles que operan a modo de una sociedad secreta capaces de sacudir nuestra realidad.

ESTO NO ES, SIN EMBARGO, LO MÁS TERRIBLE

Menos atractivo para Hollywood, nuestro día a día adopta modos nuevos de relación con el mundo que se parecen poco a las series de televisión.

Hace unos meses llamó mi atención un amigo a quien me encontré cruzando el Paseo del Prado. En su muñeca izquierda llevaba una pulsera delgada que estaba unida a su teléfono móvil inalámbricamente, por Bluetooth. Aquella extensión en su brazo izquierdo se encargaba de registrar los latidos de su corazón, presión arterial, número de pasos, kilómetros recorridos y horas de sueño, comunicándole los datos devenidos digitales a su portátil, que los memorizaba y procesaba.

Su operador era una App por defecto en el dispositivo cuyo propósito era hacer un diagnóstico de su salud. El celular, cabe mencionar, podía desbloquearse con la imagen de su rostro o peor, con su huella digital –ése registro innoble que los celulares han hecho de nuestras huellas digitales, ¿dónde puede terminar un día?-. Venía gratis con el celular, me dijo.

Él veía la utilidad de dicho enser porque, cuando en una reunión debía guardar silencio, vibraba discretamente en su muñeca al recibir una llamada o un mensaje.

Considérese hasta dónde han llegado las tecnologías de la información haciendo a un lado los lugares comunes adoptados por muchos críticos. Quiero decir, independientemente de que aquellos datos sean sometidos a un análisis –Big Data– cuyo afán sea el uso comercial o gubernamental, el problema estriba en que asumimos con gozo la imposición operativa del internet en nuestro cuerpo, una hibridación bio-cognitiva que promueve un nuevo ser humano.

Demos un ejemplo. Cuando usted ingresa en una página web, ésta suele informarle en una ventana adyacente a su visita que se están registrando las cookies. Las cookies son información que el navegador almacena para que el sitio web conozca su actividad inmediatamente anterior, una especie de pequeño historial. Su invención, que es base del funcionamiento actual del ciberespacio, está en íntima relación con el comercio: fueron creadas con el afán de que se pudiesen memorizar, cuando usted pasaba de un lugar de la página web a otro, los productos adquiridos un momento antes.

Como en Amazon: usted da clic en comprar, y hasta el momento en que la tarjeta de crédito es recibida por el servidor, se ha memorizado cada paso dado en la página web. Esto que describo no podía hacerse antes, ya que cuando usted cliqueaba siguiente luego de poner su número de tarjeta de crédito, la página web lo olvidaba y era imposible hacer la compra. Las cookies son un ejemplo notorio de cómo el diseño de internet se ha moldeado a los intereses de la industria. Pero, ¿qué sucede cuando el proceso se revierte y nosotros, con el celular en la mano, concebimos nuestro mundo a través de sus ojos –su cámara, su micrófono-, o escuchamos a través de su voz –Siri, los audífonos- o entendemos a través de sus estructuras -la forma de organizar los playlists de Spotify, de actualizar el Facebook, etc.-?

Lo que interesa a Griziotti en Neurocapitalismo (Melusina) es la decantación del sistema nervioso humano al ciberespacio y su reverso, la decantación de dicho esfuerzo de vuelta en nosotros. Dice Rosi Braidotti: “La presión principal de la seducción micro-electrónica es, en realidad, neural, en la medida en que pone en primer plano la compenetración de la conciencia humana con la red electrónica global. Las actuales tecnologías de la información y de las comunicaciones exteriorizan y duplican electrónicamente el sistema nervioso humano”.

¿De qué se trata cuando el capitalismo, a través de la maquinaria posibilitada por la tecnología y su forma digital, se corporiza en nosotros, deviniendo una epistemología que no distingue culturas, naciones ni lenguas, y que gracias a su perfeccionamiento en los dispositivos portátiles nos acosa a cada instante revirtiendo el proceso con el cual las máquinas se hicieron como nosotros y ahora nosotros nos hacemos como ellas y para ellas? ¿A qué grado esto ha sido tan perfecto en el capitalismo tardío como para, a diferencia de intentos anteriores, haber calado hondo en la conformación del sujeto convirtiéndose en el Otro que nos hace y nos inventa en la intimidad? ¿Y cómo es que un día el internet, convertido en una extensión de nuestro cerebro, nos traiciona?

Entonces reconocemos que quizá ésos cyberataques a escala internacional de los que hablamos en principio son la punta del iceberg de algo que ya está con nosotros, reproduciéndose, actuando como mediación frente al mundo y que aprendimos, con placer, cuando el celular se volvió la pareja que nos acompaña en lugares que históricamente han servido a la intimidad, como nuestra habitación o el baño. Quizá la noticia más grave no sea Wannacry ni #Macronleaks sino la invención del iPhone 8 con sensores 3D o pantalla curveada que será, próximamente, nuestro acompañante silencioso, nuestro guía privado y perfeccionado para conocer el mundo.

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