LA BALADA DE LA BALA: LA HISTORIA DE LEO EN EL SUR DE ECATEPEC

03/07/2015 - 12:00 am

Cuando El Honguito murió, a fines del 2000, el río de muertes del narcotráfico aún no represaba en el Estado de México. Las narcoejecuciones, las narcomantas, las narcocartulinas y los narcopolicías irrumpieron en la vida de los municipios mexiquenses en 2006 y 2007, cuando La Familia Michoacana y Los Zetas continuaron su guerra y expansión.

Iniciaba el Gobierno estatal del hoy Presidente Enrique Peña Nieto y Eruviel Ávila, hoy Gobernador y aspirante presidencial, concluía la primera de sus dos presidencias municipales e iniciaba la segunda de sus dos diputaciones locales.

Para los cárteles, el reclutamiento de consumidores, “halcones”, vendedores y sicarios fue pan comido ante la mayor población joven del país, un mar de chavos de las zonas urbanas populares con mínimas expectativas de desarrollo educativo y laboral.

Ahora el Estado de México es la entidad con la mayor alza de asesinatos de menores de 30 años, una tendencia constante desde 2007 a diferencia de los estados definidos por la violencia del crimen organizado –Chihuahua, Guerrero, Sinaloa y Tamaulipas– que muestran reducciones en su incidencia de homicidios dolosos para ese grupo de edad a partir de 2011.

En Ecatepec, municipio del Gobernador del Estado de México, estado del estado del Presidente de la República, han hecho base algunos de los cárteles más sangrientos de México, incluido el de los Guerreros Unidos.

Y de esto va la historia del Leo

TERCERA DE TRES PARTES

Foto: Eduardo Loza
El taller de la familia Morales en Ecatepec. Foto: Eduardo Loza

Ecatepec, Estado de México (SinEmbargo).- La doctora corre la cortina del separo en la sala de urgencias y contiene la respiración ante el rostro del Leo. Su padre, El Pepino, aprieta una mano del muchacho, aún consciente.

Es 22 de marzo 2013, un día extraño para llevar una chamarra negra de pluma de ganso en que El Leo está enfundado en la camilla.

–¿Fue un machetazo? –averigua la médica luego de enjuagar la cara del joven y ver la quijada expuesta.

Al padre, un veterano del barrio de Valle de Guadalupe, donde hace algunos minutos pasó un auto deportivo blanco escupiendo metralla, aún le rebota el ruido de la balacera en la cabeza.

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!, el tableteo quebró la tarde y El Pepino brincó de la miscelánea que en ese tiempo atendía a la calle con el nombre de su hijo en la boca.

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum!, el cargador parecía que no se vaciaría jamás.

Entonces encontró al Roth con los ojos abiertos, inmóvil, y a su lado una cartulina naranja fosforescente firmada por Los Guerreros Unidos y con la advertencia a la Familia Michoacana, cártel para el que ha trabajado El Leo como vendedor de drogas en los límites del Estado de México y el Distrito Federal.

–Fue un balazo –informa El Pepino.

La especialista y alguna enfermera abren la chamarra y el pecho y abdomen quedan al descubierto como un campo minado: nueve tiros, además del recibido en la cara.

El Pepino jala aire. Ha visto sangre. Conoció las pandillas. Se lió a puñetazos. Vio morir a su sobrino Alejandro, El Honguito, y al hermano de este, El Sebas. Pero enterrar a los muchachos propios es otra cosa y esto se vuelve costumbre familiar en el Estado de México.

Retiran la chamarra y El Pepino la toma de inmediato. Sabe que la policía andará cerca y que si su hijo esa noche había salido vendido piedra su improbable sobrevivencia sería precedida por la cárcel.

Foto: Eduardo Loza
Los tatuajes en honor de los hermanos caídos… un ángel “para que me cuide”. Foto: Eduardo Loza

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El Pepino comenzó temprano en la calle, antes de los 15 años de edad y se retiró pronto, poco después de los 18 años, cuando se casó. De su matrimonio nacieron seis hijos, El Leo fue el segundo de ellos.

–¿Qué diferencias encuentra usted en el barrio de ahora al que usted le tocó vivir? –pregunto al hombre cercano a sus 50, aún duro como un marro.

–Cuando nosotros fuimos chavos, siempre vivimos en el barrio. Aprendes a vivir en el barrio, a las costumbres del barrio y a consumir lo que te da el barrio. Entonces desde joven, yo te voy a decir, yo me juntaba con los más grandes. Tomábamos alcohol, fumábamos marihuana. Muchas veces me puse con cemento. Pero, ¿sabes qué? No se veía tanto esto, ¿me entiendes? Sí, pues el amiguito que fumaba mota iba y se escondía para darse su toquecito, ¿no? Y tú de chamaco decías vete para allá, güey, vete para ya y ahora no.

–Había pandillas, ¿no?

–Noo… mmta, mmjj, mmjj. Gracias a Dios nunca pertenecí a ninguna. No me gustó. A mí siempre me gustó vestir diferente. O sea vestir bien. No me gustó andar así de pues piezas de pachuli, y que acá. No pues la verdad no. Acá andaban, de las famosas, “El Quinto Patio”, “La Huaca”, “Los Apestosos Punk”, “Los Machetes”, “La Tabiquera”, “Los Pañales”, “Los Condones”…Hablamos nomás de Chamizal, Valle de Guadalupe, San Agustín, San Pancho, La Estrella.

–Había violencia pero uno tenía la percepción de que la violencia era diferente. ¿Tal vez era menos mortal?

–Sí, sí. Era menos mortal porque a la banda de antes tenía otra educación, o sea sí eras el malo y sí podías matar, a lo mejor sí acuchillabas a un güey, ¿no? Pero ahora ya no. Ahora cualquier chamaquito trae  el cuete, y cualquier papá de cualquier chamaquillo agarra y le dice: “Ahí está la pistola y vuélale la madre al que sea, güey.” Esa es la inconsciencia de los padres.

–Si a  su hijo le hubieran tocado sus tiempos, ¿estaría vivo?

–Pues quién sabe, porque también era una vida era una vida loca, ¿me entiendes? También era una vida de que todos los días te arriesgabas, que andabas aquí, andabas allá, te ibas lejos, ya venías a deshoras de la madrugada, había veces en que nos llegabas. Pero era otro tipo de vida, ¿me entiendes?

Nunca he criticado a una persona porque sea adicta, porque sea homosexual, porque sea lo que sea. Yo nunca he criticado a las personas, siempre he dejado que cada quién sea como es. Hoy en día, el chavo de hoy en día, raro es el chavo que se mete en una cosa buena. Raro es el chavo, es lo que te estoy diciendo. Porque la droga lo jala. “Hola amiguito, sabes qué vámonos caminando y ya te traigo el cuete.”

–Ustedes si dijeran a una estimación, de 10 chavos que andan por aquí circulando en el barrio de entre 16 y 25 años, ¿Cuántos cree que traigan fogón?

–Siete.

–¿Y en sus tiempos?

–Pues uno, ¿verdad? Era muy raro. Hay más armas de fuego y hay más violencia. Un arma te da un resto de valor y, ¡Puta! Traes un arma y te sientes Dios, la neta. ¿Ajá? Entonces eran otros tiempos, yo nunca les he inculcado a mis hijos… Mira el hijo que se va a torcer, se tuerce solo y te aclaro: yo no les inculco la violencia, no les inculcó a que sean malas personas. Les inculco el trabajo y todo. Que ellos no lo quieran seguir es otra cosa, ¿no? Pero yo el ejemplo se los doy, o sea yo no quiero que mis hijos sean… sean que como yo, ¿ajá? Y mi peor pesadilla está aquí, está aquí.

–¿Cuál es su peor pesadilla?

–Pues mi peor pesadilla era que mis hijos agarraran el alcohol, agarraran las drogas. Y pasó.

–¿Qué pasó?

–Mira, en sí, el problema con mi hijo, el que falleció, Leonardo David Morales Limas, le decían El Leo, era que, pues que lo quisimos de más. No le supimos dar la orientación necesaria o a lo mejor yo nada más se lo daba de palabra.

Foto: Eduardo Loza
Al Leo lo quisimos de más, y la flojera lo orilló al vicio, dice su padre. Foto: Eduardo Loza

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El Leo nació el 6 de noviembre de 1986. Dejó de estudiar al terminar la secundaria, como muchos de los muchachos de por aquí. La explicación recurrente es que sus familias no cuentan con los recursos económicos para continuar con una educación que, al terminar con una licenciatura, llevará al mismo desempleo que se sufre al salir de la secundaria.

–¿Cómo era El Leo?

–Pues era un chavo normal… Lo que pasa es que nosotros nos pasamos de echarles la culpa al papá y a la mamá. Le dábamos coba y al hijo, cuando le das coba, ¿cómo se vuelve? Se vuelve flojo. “Ah que mi mamá está peleada con mi papá, voy con mi mamá. Ah que mi papá está peleado con mi mamá, voy con mi papá”. Nosotros tuvimos la culpa de que el niño se comportara de esa manera. ¿Sí? ¿Por qué? Porque permitimos… El peor vicio que permitimos fue… ¿Cuál es el peor vicio del mundo? La flojera, el no hacer nada. Ese es el peor vicio del ser humano y de ese vicio se nos vienen otros vicios.

“No le exigíamos ni que tendiera la cama. El así como se paraba, salía para afuera, ¿no? Y a cotorrear y a estar echando la hueva, ya sabes. Echar la chelita y la chingada. Empezó a consumir piedra. Antes de que consumiera piedra, tenía el vicio de la mona.

–¿De qué edad estamos hablando?

–Tenía unos 15, 16 años, ¿no? Trece cuando agarro la mona –dice en referencia a los inhalantes, generalmente tíner. Ya más grande le dio al vicio de la piedra. Esto era nada más ahí, en la cuadra, entonces empezó a mezclarse con este güey, El Quetza.

–¿Y qué pasó con El Quetza?

–Empezó a ayudarle a vender.

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 ***

En el sur de Ecatepec la historia del Quetza es bien conocida. Fue un distribuidor local de drogas en los tiempos anteriores al arribo de La Familia Michoacana y posiblemente ajusticiado por este mismo cártel cuando impuso la ley de que los narcomenudistas sólo podrían vender su cocaína, piedra o marihuana. Incumplir el mandato sería castigado con la muerte.

Los Morales Rodríguez saben que El Sebas, el segundo de sus muchachos en morir asesinado, también trabajó para El Quetza durante algunas temporadas. Lo mismo hicieron unos 20 o 25  muchachos, muchos muertos, otros presos, unos más locos. Los menos sobrevivieron.

El Quetza “murió por una intoxicación de plomo”, bromean en el barrio en referencia a los treinta y tantos balazos que le dieron.

También en las calles se sabe que el empleador del Quetza fue un tío suyo, un policía federal de apellido Sierra, también asesinado durante la ocupación michoacana, en el pueblo de Xalostoc, el mismo sitio del que salió el Gobernador Eruviel Ávila.

–Él traía la merca y él le daba de vender a los morros. Ya empaquetada y todo: “¿Sabes qué? A ti te voy a dar mil piedras.” O te daba 500, según la confianza –explica un amigo del Leo.

–A Leo, ¿cuántas les daba?

–Pues sí le daba varias.

–¿Cientos?

–Mmmj.

–Eso en cada vez.

–Mmjj.

–¿Más o menos cuántas?

–Más o menos unas 100, 200. O sea, porque él no trabajaba de lleno con El Quetza. Él nomás trabajaba de vez en cuando.

– ¿Cuánto dinero puede traer en la bolsa un vendedor de por aquí?

–Puede traer mucha lana,  mucha lana. ¿Tú te imaginas cuanto es el dinero de mil piedras? De a 50 pesos cada piedra. Échale pluma: 50 mil varos.

– ¿Cuánto le queda al vendedor por piedra?

–Cinco varos por piedra. Son bien hijos de la chingada. Tú como vendedor, si eres adicto, te chingas eso y más, y luego la chelita. Se te acaba ahí.

–Un vendedor que ande recio por aquí, ¿cuántas piedras vende en una noche?

–Ahorita ya no. Ya no tantas. En ese tiempo que estamos platicando sí se vendía como pan caliente. Mil o 2 mil piedras en una noche. Estamos hablando de una noche de pasadero de jueves, viernes, sábado y domingo. Eran los días puercos.

–Haz de cuenta que estábamos en las tortillas, cuando se acababa decían, espérate, ahorita no hay. Veinte o treinta cabrones formados en la fila –interviene otro exempleado de La Familia.

– ¿En qué avenida? –pregunto.

–En la Gustavo Díaz Ordaz –así nombrada en referencia al Presidente de México entre 1964 y 1970, responsable de la masacre de jóvenes del 2 de octubre.

–Entonces, se formaban, cabrón –recupera la voz el primero de los exvendedores. –Yo te estoy hablando no namás de jóvenes: venían señoras, señores, jóvenes, niñas, chavas. ¡De todo! Se formaban para cuando llegara la merca. ¡Pun, pun! Y la patrulla: ira, dando vueltas así –en tiempo corresponde con las presidencias municipales de José Luis Gutiérrez Cureño, electo por el PRD, y del actual Gobernador del Estado de México, Eruviel Ávila Villegas.

–¿Y la tiendita qué era?

–La tiendita era una casa y luego ya empezaron a vender en la calle. Cuando se cierra la cola, era en la calle. Era lo mismo del otro lado de la Hank González –avenida así nombrada en honor del exgobernador mexiquense y patriarca del Grupo Atlacomulco–: colonias Sagitario, Zapata, Polígonos, Valle de Aragón. Y lo mismo en la San Felipe y CTM, que son del Distrito Federal –era Jefe de Gobierno Marcelo Ebrard, quien reiteradamente negó la presencia de los cárteles en la capital del país.

La zona fue fraccionada, una parte, por el torero Silverio Pérez, quien luego de matar toros se acomodó en la política del norte del Estado de México. Otra porción fue fragmentada y sus servicios gestionados por Marcela González Salas, una política mexiquense cercana a Peña Nieto.

–En todas esas colonias, ¿cuántas tiendas calculan ustedes que había?

–Había como unas 50 y cada tienda con su cola.

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En medio de su adicción y tras la muerte de su primo El Sebas, El Leo se enamoró de una muchachita, La China, una jovencita querida por la familia del muchacho porque no utilizaba drogas e hija de una familia conocida de toda la vida por los Morales Rodríguez.

La China aceptó el cortejo y consiguió un empleo para El Sebas como demostrador de lunes a viernes en una tienda de herbolaria en el centro de la Ciudad de México.

Un sábado de 2013, El Leo salió a la calle y se encontró a Iván, El Antena, otro vendedor de la zona así apodado que habría ganado su apodo por dos razones: porque recibió 14 tiros y se levantó o porque uno de esos balazos le destrozó los huesos del brazo derecho y el traumatólogo le colocó un voluminoso aparato metálico y externo.

Debido a la lesión, El Antena no podía contar el dinero de la venta de las drogas y ese sábado debía pagar a La Familia Michoacana por la venta de la semana pasada, así que pidió ayuda al Leo y se reunieron en una tienda del rumbo. Terminaron la cuenta, El Antena se fue y llegó El Roth, otro del grupo.

Un auto deportivo blanco da vuelta a la esquina. Frena frente a ellos y dos hombres bajan con las .9 milímetros listas.

¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! ¡Pum! El Pepino escuchó y voló a la calle con el nombre de su hijo en la boca.

El Roth cayó primero. Herido, El Leo se recargó en la pared y se resbaló al suelo. Uno de los sicarios avanzó hacia El Roth, acercó el arma y jaló una vez más el gatillo. Fue un tiro inútil: antes había recibido seis tiros en la cabeza que ahora remataba el matón.

–¡Le dieron a Leo, le dieron a Leo! –escuchó El Pepino que le gritó una verdulera mientras corría hacia su hijo.

El Leo jadeó y el pistolero dio media vuelta. Acercó el cañón a la cara del muchacho.

¡Pum!

Antes de volver al auto acomoda, junto al Roth, una cartulina naranja fosforescente: “Vamos por ti Pony. Atte. Los Guerreros Unidos”, se leía en referencia a José María Chávez Magaña, jefe de la Familia Michoacana en el Estado de México, quien sería detenido el 2 de julio de 2014 en Tejupilco, municipio mexiquense colindante con Tlatlaya, donde el Ejército acribilló, dos días antes de esa captura, a entre ocho y 15 supuestos miembros del mismo cártel.

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