¿La hora de la libertad?

03/10/2016 - 12:01 am

“Imaginemos un mundo en que cada persona tiene el acceso

libre y gratuito a la suma de todo el conocimiento humano. Es lo que

estamos haciendo con Wikipedia.”

“Es hora de salir a la luz y, siguiendo la tradición de la

desobediencia civil, oponernos a este robo privado de la cultura

pública”, nos decía Aaron antes de morir.“Debemos luchar por la Guerrilla Open”.

 

Atrás de Julian vinieron los FootballLeaks, los PanamáPapers y otra cantidad de operaciones en ciernes de liberación clandestina. Foto: EFE
Atrás de Julian vinieron los FootballLeaks, los PanamáPapers y otra cantidad de operaciones en ciernes de liberación clandestina. Foto: EFE

Vemos organizarse allá en el horizonte un profundo movimiento de libertad. ¿Se impondrá? Yo creo que sí; y creo que si se impone, nos costará reconocernos hasta a nosotros mismos. Tal es su calado.

Es un movimiento repentinamente poderoso porque conecta una serie de tendencias que no parecían necesariamente ligadas hasta ahora, ni tampoco producto de un mismo origen. Sin embargo, comienzan a sintetizarse en esta nueva coyuntura histórica. Algo consolida por estas fechas. Tal vez, porque también nosotros hemos comenzado a leerlas juntas, a juntarlas en nuestra interpretación política del proceso y tal vez también porque esa lectura comienza a ganar adeptos y a imponerse.

No sé si empezó por ahí, pero digamos que las cosas comenzaron hace ya un tiempo con un movimiento -con un contra-movimiento, en realidad- que se llamó open source, que se gestó en el mundo del software y que redefine y desafía la lógica del mundo del software enlatado, cerrado, propietario y licenciable; trabaja a favor del software libre, de ése que está disponible, que es abierto y que todo el que quiera puede usarlo, programarlo, escalarlo, contribuirle, distribuirlo y demás; Firefox, Moodle, etc. Software abierto y construcción social colaborativa del software son, en realidad, las banderas entrelazadas de esta gesta. Es un movimiento hondo, que no acaba de imponerse pero que tampoco claudicó; que se mantiene en el juego y que mantiene a todo el aparato en tensión; que –sobre todo- sostiene toda esa contienda ética de amplio alcance y le da su agenda política constante. Es un movimiento por la libertad. Software libre, software abierto, software gratuito, software de producción social colaborativa. Por un mundo más libre.

Pero en paralelo, como si una cosa y la otra tuvieran poco que ver, recordemos a Julian Assange y aquel gran asalto Wikileaks; corría 2007. Todo lo secreto fue repentinamente publicado, sin edición siquiera. Goteras de libertad compulsiva. La prensa apenas operó como transporte y la fuente se expresó en estado puro. Un gran movimiento de liberación, producto de una maniobra política liberadora de envergadura. No nos importa acá que Assange esté miserablemente recluido en una Embajada menor de Inglaterra, esperando vaya uno a saber qué, ni que si hizo o no hizo su acoso o su estupro; lo que importa es que aquella maniobra genial aún permanece en el espíritu de las cosas, desde ahora junto con la movida del software libre. Atrás de Julian vinieron los FootballLeaks, los PanamáPapers y otra cantidad de operaciones en ciernes de liberación clandestina. Fugas, a fin de cuentas, como las llama el modelo vigente. No son casuales ni envuelven a pocos; al contrario, hay mucho y muchos por detrás; es un frente amplio, creciente y en franco proceso de organización. Ha obligado a replantear el lugar de los medios clásicos de comunicación (nunca fueron ellos el alma mater de esto, aunque sí sus cajas de resonancia más rápidas).

Software libre; prensa libre. Alas –rotas- de libertad. Están también Snowden y el soldado Manning y sus publicaciones clandestinas e ilegales de esas cosas que tanto nos interesaron y nos mostraron. Evidencias rotundas. No importa –de nuevo- que esos mártires sean parias, cuando tal vez deberían ser simplemente héroes, por más psicópatas que en lo particular nos puedan resultar a veces, y habría que ver… (Resulta al menos curioso que todos ellos al cabo acaban apareciéndosenos como borderlines.) No importa que parezca que no importan, porque su maniobra sí importa y dejó una marca indeleble. Y esa marca, conectada con aquellas otras, comienza a ser tendencia, camino. Información libre; secretos revelados. Frente común. Algo pasa.

Siempre estuvo por ahí la piratería y siempre la denostamos, tal vez con razón. Pero así y todo, la gigantesca movida de la piratería también conecta con todo esto. Recordemos que atrás de Netflix y de iTunes y de Spotify estuvieron aquellas plataformas libres de contenidos propietarios y que a eso lo llamábamos sin dudar “piratería”. Como bien sabemos, todo eso atraviesa axialmente al mundo editorial, por supuesto. ¿Era piratería? ¿Es? La piratería también evidencia que los modelos de protección están saturados y muestran signos bizarros, de esos que conviene empezar a desconfiar.

También está Aaron Swartz, suicidado, que se volvió ícono de una movida que tiene a muchos otros y que denuncia el juego sucio de los “dueños” de las investigaciones científicas y su mapa cerrado de circulación y sobre todo de monetización. Candados por todos lados. “¿Obligar a los investigadores a pagar para leer el trabajo de sus colegas?”, nos hacían preguntarnos. Aaron y tras él otros, publicaron clandestinamente todo aquello que “cualquier científico debería poder consultar” para que la ciencia avance con otra velocidad y con una base democrática que no tiene por todo eso de lo cerrado, de lo dominado, de lo inmoralmente “seguro”. No son movimientos fáciles, pero son significativos. Por ahora, obligan a ciertos niveles de clandestinidad, pero eso acabará. Ciencia abierta; democratización de la investigación. Fisuras en el stablishment.

Facebook, Amazon, Apple y Google y con ellos los demás abrieron otro debate que se alinea en la misma dirección. Los datos de la gente y su restricción o liberación. ¿De quién son, para qué son, cuáles son los límites de su utilización, etc.? La disputa está trabada, lo sé, y se juega con ella en todos los planos (hasta atraviesa la trama de “House of Cards” y el FBI gasta millones tras el irreverente “no” de Apple). Sea como fuere, por detrás de todo eso está -otra vez- aquello de lo abierto y lo cerrado, de lo restricto y lo irrestricto, de lo propietario y de lo liberado; y alcanza incluso al debate ético de la intimidad. Veo todo esto en la misma cadena, abonando al mismo plan, desembocando en el mismo delta. Un frente común tiñe el horizonte; creo que habrá tormenta. Data disponible; información vital liberada; todo es de todos. E incluso, a veces, de la manera que sea.

La música y la literatura avanzan en la misma dirección también; la música adelante, más por necesidad que por convicción. Desde que Jobs y su iPod la pusieron en jaque-mate de un día para otro, los caminos fueron replanteados, diferentes no solo en magnitud sino en sentido. iTunes quiso recoger el negocio de lo cerrado (Jobs, al fin, además de genial, siempre buscaba desaforadamente hincharse de dinero), pero en el camino –y como efecto de su propia disrupción profunda- solo una parte del negocio fue para allá, a dólar por canción. El resto; un resto grande y creciente que no existía antes del tsunami Apple, fue directamente a parar al mundo libre, como producción liberada. Cambió de partido; alteró el concepto de bussines. Y eso es lo único que de verdad crece y tiene vitalidad en la música. Spotify intenta reconstruir el modelo de valor sin negar lo innegable de lo abierto y sin confrontarle; no sé si lo logrará de manera sustentable. En la literatura todo va más lento, como más frenado por una industria más eficaz para demorarlo, pero va hacia el mismo lugar. Stephen King ya hizo sus primeras cosas y otros menos altisonantes, también; no importan las demoras, la dirección también ahí es inexorable. Cultura libre; consumos en otras escalas y escaladas.

El cine y la TV convergen por acá también. Nextflix es como Spotify, el final de un modelo protección (su último estertor) y al mismo tiempo, el inicio del otro, más ligado a los desregulado. Twitter, Instagram y Snapchat corren en el mismo andarivel. Nada cuesta; todo está ahí por miles de millones para que el tamaño, el tráfico y la vitalidad descentralizada redefinan lo que llamamos valor y replanteen lo que llamamos sentido. Y no van mal.

El movimiento no es diferente en los contenidos en general y en los educativos en particular. Saltearé lo que ocurre hoy en la prensa porque es demasiado familiar para todos, que ya sabemos que nos informa Twitter y nos profundizan los millones de blogs y blogueros. Hace mucho que sabemos que hay militantes de lo libre, francotiradores fundadores, productores de contenido que desarrollan contenidos en abierto para combatir el cerrado y protegido e impulsan políticamente la democratización del conocimiento. Pero hace menos tiempo se les ha sumado un segundo movimiento, social y políticamente mucho más relevante y que hace que toda esta cuestión adquiera un peso que no tenía. Me refiero al movimiento complementario al de la producción libre de contenidos, extremamente potencializador de él y también con una carga de re-redefinición política de la movida muy relevante; me refiero al movimiento de liberación de los contenidos cerrados. Harvard; Stanford; los más grandes museos; los archivos públicos más importantes. Lo cerrado se abre y se disponibiliza sin límites y activamente.

La ética de lo cerrado se rompió y los mismos que hace poco argumentaban con énfasis a favor de la protección y del copyright como condición necesaria de calidad en contenidos, hoy invierten el mismo énfasis en lo abierto y se han vuelto activistas de la libertad de producción y, sobre todo, de circulación de contenidos. Y producen, unas tras otras, plataformas y canales de distribución masiva libre de sus contenidos de marca. Incluso parecen haberse olvidado como en una amnesia súbita aquellos argumentos espesos sobre la seguridad, la protección, la preservación y demás. Algo cambió y si lo miras con detalle, es bien raro todo eso. Incluso han pasado a presumir sus números de divulgación en abierto y hasta compiten entre sí en cantidades –astronómicas- de producción y de consumo de contenidos antaño cerrados y ahora repentinamente liberados. (No me detengo en sus argumentos a favor de lo abierto porque son simplemente un ad-hoc para intentar justificar lo que se parece más a un impulso que a un movimiento estratégico, y mucho más a una maniobra de seguir una onda imparable que de construirla).

Todo se abre, el espacio de valor y de sentido se desplaza y el saldo ético social es evidente. Wikipedia, creada por un financiero intuitivo y emprendedor, Jimmy Wales (cuenta la leyenda que la visualizó mientras estaba leyendo sobre el movimiento de código abierto, que abogaba por la distribución gratuita de software libre), y que nació como nació con una visión muy inferior a su impacto actual, se ha tragado todo lo que la antecedía y se ha visto desbordada por su propia fuerza intrínseca (que es su morfología, claro); Wikipedia, que nació vocacionalmente libre y se ha impuesto precisamente por eso, es tal vez nuestro ejemplo liminar y determinante.

¿Qué queda después de Wikipedia? Nada que valga la pena. O mejor dicho, todo lo que queda y que vale la pena después de Wikipedia en rigor de verdad debería ser subido ahora mismo a Wikipedia. ¿Qué importa que las escuelas la denosten, las universidades aun se la estén pensando y las editoriales hagan como que no existe? ¿Qué nos importa si nadie como los maestros y los alumnos, los profesores y los estudiantes y los autores y editores, usan tanto Wikipedia? ¿Qué nos importan los posicionamientos institucionales en todo esto si lo que tracciona es lo social y lo que la justifica es el fin último, que es la libertad?

La historia a veces es literaria y fuerza las líneas causales en detrimento de las casuales como cuando cuentan que Aaron Swartz fue editor voluntario de Wikipedia y que en 2006 se postuló para el Consejo de Dirección de la Fundación Wikimedia, pero no fue elegido. En ese mismo año escribió un análisis de cómo se escriben los artículos de Wikipedia… Todo se iba incubando. De lado corre la discusión de las curadorías. Es una discusión útil y necesaria, siempre y cuando no se la use para defender los intereses de la propiedad, que es lo que suele ocurrir. Ya hablaremos de eso en otro lugar.

Por no hablar de Youtube, que es más de lo mismo. ¿Qué nos importan las Academias de las Ciencias y de las Letras, entonces? Nunca tuvimos una enciclopedia más viva y mejor, ¡nunca! El conocimiento está en un buen momento, y su divulgación, en el mejor de su historia. Conocimiento libre. ¿Educación liberada?

En Estados Unidos todo esto llegó al Congreso y va adquiriendo forma de Ley Federal. Es una tendencia más, aunque sepamos que los Estados Unidos en todo esto son protagonistas y ejemplo de la máxima confusión y ambivalencia institucional, al mismo tiempo. Una Ley que Amazon leyó rápido y que Microsoft acompañó de inmediato (aunque con esa doble moral típica, porque en lo del software libre no ha movido ni un pie), y por eso se apuran a anunciar acciones e inversiones significativas de las que debemos destacar el market-place Amazon Inspire, gratis y dedicado a los recursos educativos en abierto (OER).

Las editoras miran para otro lado, haciendo sus inútiles pases mágicos para detener el tiempo. Blogs, Moocs, Webs, Plataformas… vemos caer poco a poco la agenda de la protección y de la rentabilización por restricción y subir la de los impactos, la democratización, la redefinición de renta y valor y el peso de la circulación en red a escala planetaria. Sin embargo, por más poderosa que ella sea a estas alturas, la tendencia sola no alcanzará; ahora deciden nuestras posiciones individuales de activistas o no de lo liberado. Es hora de compromisos. Hay una poderosa industria por detrás justificándose y defendiéndose y hay también una inmensa corporación política resistiéndose, además de nuestras ingenuas inercias y de las ya tan largas tradiciones.

Pablo Emilio Doberti
Nací y me crié en Buenos Aires y llevo vividos mis últimos 13 años en Venezuela, México y Brasil, donde estoy hoy día. Me dedico a la educación y escribo por vocación. Lidero una organización llamada UNOi que integra 1000 escuelas en una red, entre México, Colombia y Brasil. Doy conferencias frecuentemente y publico de manera periódica en el Huffington Post de España y Brasil, en El Nacional de Venezuela, en Pijama & Surf y ahora en SinEmbargo. Abogo por una escuela nueva, porque la que tenemos no sirve.
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