México

Golpes, vergüenza, maltrato… del esposo y de autoridades. Vanessa se salvó, pero vive con miedo

04/03/2018 - 7:30 pm

Vanessa reseña la violencia que sufrió en su matrimonio, al grado que vivió con el temor constante de ser asesinada. Exhibe varias etapas de una relación nociva: los celos, el acoso, la intimidación, las promesas de mejor vida, los golpes, el miedo y vergüenza a denunciar…

Su relato no se limita sólo al maltrato que recibió por Saúl, sino a la revictimización de la que fue objeto por parte de algunos servidores públicos en Puebla y Tlaxcala y de su misma familia.

La descripción de esta mujer de 36 años residente de Tlaxcala, es posiblemente similar al que padecen miles de mexicanas.

Ciudad de México, 4 de marzo (SinEmbargo).- La relación con su ex esposo por poco lleva a la muerte a Vanessa, de 36 años. Desde el noviazgo, su pareja la acosaba, seguía y celaba, pero ella lo veía como algo bonito: “como una señal que él estaba interesado, que me amaba y que por eso me seguía”. La violencia escaló hasta el punto en que él trató de estrangularla, platica la víctima en un crudo testimonio que brinda a SinEmbargo.

Su relato no se limita sólo al maltrato que recibió dentro de su matrimonio, sino a la revictiminización de la que fue objeto por parte de algunos servidores públicos en Puebla y Tlaxcala, quienes en algún momento la juzgaron e incluso se rieron de ella porque tuvo dos hijos con el hombre que desde un principio la violentó.

Vanessa tiene 36 años. Es madre soltera de dos menores de edad. Se casó con Saúl en 2007 y su matrimonio duró poco más de ocho años. Vivieron en Puebla y en Tlaxcala. “Desde siempre viví violencia con él, pero yo no me daba cuenta”, reconoce.

Los celos se presentaron desde la etapa del noviazgo.

“Eso yo lo veía como algo bonito, que él estaba interesado en mí, que me amaba, que por eso me seguía”. Los chantajes emocionales y el acoso se volvieron más frecuentes después de la boda, relata.

El hostigamiento contra Vanessa se intensificó, pues su pareja aseguraba que ella tenía otra relación. En enero de 2010, se presentó un intento de feminicidio, “pero en ese entonces yo no lo vi así y no lo denuncié”.

Vanesa evoca ese momento: iba abordo del camión, después de salir del trabajo, y su celular sonó.

–¿Vienes con él [el supuesto amante]– preguntó Saúl.

–No, no vengo con nadie– respondió ella.

Él la esperaba en la parada de camión con un gesto inofensivo. Llevaba la indumentaria que usaba para los días especiales: una camisa formal, pantalón de vestir y una chamarra de cuero. En sus manos tenía una rosa roja.

Vanesa se bajó del vehículo, se acercó a saludarlo, pero su rostro cambió y tajante le señaló: “¡aquí me tienes como tu pendejo esperándote!”.

Trató de ignorarlo para no pelear, optó por seguir caminando a casa cuando él tiró con fuerza la rosa que llevaba para ella, con una mano la empujó contra una barda y con la otra mano la apretó del cuello. “Vi su rostro de odio, de rencor, de fuerza mientras trató de estrangularme”, recuerda.

Y añade: “Primero no lo podía creer, para mí era un sueño, como que no si no estuviera pasando, era increíble para mí, que mi pareja y padre de mi hijo, estuviera haciéndome eso”.

Él se agachó y abrió más las piernas para volverla a sujetar hacía arriba. Después la soltó.”Desde entonces me asusté mucho”.

Vanessa trató de escabullirse hacía la parada de camión pero él le cerró el paso y le quitó el celular”. En ese instante un hombre pasaba por el lugar y ella aprovechó para exigir: “devuélveme el celular”.

No huyó porque su hijo estaba bajo el cuidado de su suegra.

“Mi miedo fue que me quitaran a mi hijo, por eso yo regresé a la casa, además me daba mucha pena decirle a alguien mi situación”, dice.

Se estima que al menos 30.7 millones de mujeres ha sufrido algún tipo de violencia en México. El informe “La violencia en línea contra las mujeres en Mexico” señala que el 66 por ciento de las mujeres mayores de 15 años ha sido víctima, que el 88.4 por ciento decide no denunciar.

Los homicidios violentos contra mujeres crecieron 152 por ciento de 2007 a 2016, de acuerdo a las más reciente cifras presentadas por el Instituto de Estadística y Geografía (Inegi).

LA EFÍMERA LUNA DE MIEL 

Saúl se disculpó por todos los medios posibles después del ataque. Escribió una carta de arrepentimiento y buscó a los familiares para suplicar que le ayudaran a convencerla para que le diera una “última oportunidad”.

El esposo acudió a Tlaxcala a buscar a la abuelita de Vanesa. Le lloró, le dijo que ella quería separarse de él, le pidió que por favor lo ayudara a reconciliarse. Lo mismo hizo con el papá de Vanesa, pero a él le expuso que ella tenía un amante.

En la casa cambió su comportamiento: lavaba la ropa, limpiaba, barría, bañaba al hijo, lo llevaba de paseo al parque. “Era muy amoroso, complaciente con todo lo que en algún momento yo le había pedido”, detalla Vanessa.

En febrero de ese 2010, decidió quedarse con él.

A dos meses de que Vanesa se reconciliara con Saúl, se enteró que estaba embarazada, y luego de un tiempo, la hostilidad regresó.

Su esposo la presionaba para que dejara el trabajo y la acechaba. “Cuando él salía de su trabajo a las 5pm se iba directo a mi trabajo, se estacionaba y se quedaba hasta las 7 de la noche. A las 7 en punto me marcaba por teléfono y me decía ‘ya son las 7 , ya es tu hora de salida’. Y me presionaba: ‘seguro estás con él, con tu amante’. Yo le aseguraba que no. Después usaba al niño para manipularme”.

Las llamadas al celular eran un motivo de conflicto, y si la pelea era dentro del automóvil, mientras él conducía, aprovechaba para elevar la velocidad y manejar con descuido. “Él sabía que eso me ponía nerviosa”.

Vanessa decidió renunciar a los cuatro meses atosigada por su esposo. “No dije los motivos por pena y también fue porque estaba embarazada y me sentía más presionada”.

La carta de arrepentimiento de Saúl. Foto: Cortesía

Consiguió otro empleo de ventas con unas amistades. “Cuando Saúl me empieza a sentir más segura, que yo estoy cediendo en las cosas que él quería, empieza a faltar a la casa, hay indicios de que salía con otra mujer, vuelve a descuidar totalmente la casa, e incluso era yo la que, con los ingresos de mi trabajo, pagaba los servicios, transporte, la comida de la semana y él se desentiende de todo eso”.

Los conflictos con base a insultos no tardaron en llegar:

– La casa siempre está sucia–, le reclamaba.

– Pues es que trabajo.

–Para la miseria que ganas en tu trabajo y para los trabajos mediocres que siempre tienes.

–Sabes, si mi sueldo es tan mediocre, entonces vas a trabajar tú nada más– dijo Vanessa. Al poco tiempo volvió a renunciar a su empleo.

Posteriormente, la pareja adquirió un terreno en San Pablo del Monte, Tlaxcala, construyeron una casa ahí y se mudaron. Durante el tiempo de la edificación, los estados de ánimo de su cónyuge, eran hostiles y ponía como pretexto la construcción.

“Siempre tenía excusas para su mal humor, para sus insultos y su ausencia”, señala.

La vivienda quedó lista y la familia se mudó a Tlaxcala. Vanessa intentaba rescatar la situación. “Pero él me dice: ‘es que no, tú a mí ya no me interesas, eres una puta y yo sólo estoy contigo por mis hijos, es lo único que a mí me interesa’”.

Cansada del desdén de su marido le pidió el divorcio. En tanto, ella emprendió más actividades, abrió su cuenta de Facebook, se integró a la mesa de padres de familia de la escuela, entre otras cosas. Los celos regresaron.

“Le molestaba todo: que yo anduviera en presidencia gestionando que nos pusieran el drenaje, que nos pusieran la luz, el agua, y lo que él decía era: ‘pues es que a ti te encanta que te vean los hombres en la calle. Eres una puta y te encanta andar de put’´. Venía el camión de la basura, le pagaba a los muchachos y si les preguntaba cuando iban a volver, él decía: ‘no pues hasta con los de la basura'”.

La violencia psicológica, verbal y económica nunca cesó al grado que ella ya se había separado de amigas, familia, estaba más dedicada al hogar y a lo que él quería.  Llegó un momento en el que salía lo menos de casa, solo que fuera necesario, “procuraba no arreglarme tanto, porque él se enojaba y eran pleitos”.

El hombre le escondía su bolsa con cosméticos y su credencial desapareció. Quería controlar todo: el dinero, la compra de comida, el abasto de gasolina del vehículo de Vanessa y revisar el celular, describe.

Uno de los episodio más violentos -reseña- se registró una noche en la que él intento tener relaciones sexuales y ella lo rechazó. Esa misma noche sonó el celular de Vanessa, él tomó el móbil y lo aventó contra la pared, lo recogió y lo azotó contra el borde de la cama. A ella la encerró en el cuarto y luego salió de casa.

“Un día, como yo ya no tenía celular, tomé su celular para intentar escribirle a mi hermano, me sorprendió, me tomó me la mano, me torció el dedo y me doblé hasta el piso. ‘¿Qué es lo que quieres, que te rompa tu madre, eso es lo que quieres?'”, relata Vanessa, y admite que todo lo que vivía no lo compartía con nadie por sentir vergüenza, “porque sentía que era un fracaso, porque la familia misma me decía que me quedara con él, entonces yo no le veía mucho sentido”.

ABRIR LOS OJOS

Cuando el ciclo de maltrato se endureció y el desgaste emocional era cada vez más pesado, Vanessa se atrevió a contárselo a una amiga de la iglesia, ella le platicó sobre un grupo de ayuda a mujeres con situaciones similares. Ya era octubre de 2014.

La joven llamó y acudió a una entrevista en la que este colectivo le realizó un diagnostico con preguntas muy directas en las que la mayoría contestaba que sí, pero hubo una en especial que la dejó impactada: “¿Cuando él se enoja, suele conducir a gran velocidad?”.

“Yo en ese momento que pensé: ‘¡ay, no inventen!’ Para mi fue como si tuvieran una bolita de cristal y estuvieran viendo mi vida”, explica.

El grupo le detalló las fases de violencia y la acompañaron a realizar un sencillo plan para proteger sus documentos, cosas y guardar algo de dinero. “Con ellas empiezo a saber que efectivamente que todo esto que me dolía, pero que no me atrevía a reconocerlo, era violencia y que yo merecía otro tipo de trato, otra vida, porque antes yo pensaba que no tenía opción, que me tenía que quedar con él porque era el papá de mis hijos”.

A finales de 2014, Vanessa llegó a preguntar que se requería para denunciar la violencia, narró lo que sucedía, le confirmaron que podía iniciar el proceso legal, pero cuando supo que él posiblemente sería arrestado frente a sus hijos, le dio miedo porque creía que sería su culpa. No levantó el acta en ese momento.

Luego entró a terapia psicológica al Centro de Justicia para las Mujeres de Puebla y ahí se percató que su relación era una bomba de tiempo.

“Fue como quitarme una venda de los ojos y mirar que mi vida sí corría peligro”, reconoce.

VIVIR CON MIEDO A SER ASESINADA

Vanesa optó por alegarse emocionalmente de su agresor mientras aún vivían juntos, pero en ella subsistía un temor constante: pasaba las noches encerrada en la habitación de su hija con la documentación dentro de su bolsa, en donde también guardaba su carnet de citas psicológicas, y unas cartas que escribió de su historia con su cónyuge. Además, se acostaba con las llaves del auto, de la casa y el celular en la mano: “me dormía con el miedo de que me matara de madrugada”, revela.

El 6 de enero de 2015, Saúl se enteró que ella acudía a terapia al centro psicológico. “Era cumpleaños de él, se iba con su familia a celebrar, me invitó y me negé, yo ya no salía con él”.

Vanessa salió a despedir a sus hijos, mientras que su esposo le insistía que los acompañara a la fiesta. Nuevamente rechazó la invitación, entró la casa hasta el cuarto de su hija y Saúl la siguió.

–Es que tú no estás siendo honesta conmigo, estás yendo a la Procuraduría y estas levantando actas- le reclamó.

–¿Cómo supo?- se cuestionó Vanessa y pensó en la bolsa que contenía la documentación.

–¿Por qué estás revisando mi bolsa?, mi bolsa es privada. ¡Tú no tienes ningún derecho de revisar mi bolsa!

Saul sacó de su camisa los escritos, el carnet de citas y las aventó a piso.

La mujer lo confrontó. Él la tomó del cabello, llevó su cabeza hacía abajo tratando de golpearla contra el piso. Ella puso sus manos para evitarlo y gritó-

“Grité, grité lo más fuerte que podía y seguí gritando, fue lo único que se me ocurrió hacer: gritar, gritar muy fuerte. Me soltó”, recuerda.

Vanesa recalca que la respiración de Saúl era muy agitada.

“¿Y así dices que me amas?”,  le reclamó al esposo.

El teléfono celular de Saúl sonó, contestó al tiempo que se retiró de la habitación. Vanessa entró en crisis nerviosa.  “lo único que pensaba en ese momento es que podía regresar rápido, que iba a dejar a los niños en algún lado, iba a regresar y me iba a matar”.

Fue entonces que Vanessa se atrevió a denunciar, pero antes llamó a su papá para notificarle que la habían atacado:

–Papá, Saul me acaba de lastimar.

–Ajá, ¿y tú que hiciste para provocarlo?

“Ese fue mi tiro de gracia, me terminó de matar”, señala.

Vanessa denunció ese mismo 6 de enero. Aunque ya vivía en Tlaxcala acudió al Centro de Justicia de Puebla por desconocimiento sobre dónde debía realizar la acción legal. Estaba aturdida, adolorida, pero sobre todo apresurada ante el temor de que Saúl regresara a su vivienda, no la encontrara, sospechara y le hiciera algo más.

“En el Centro de Justicia nadie se dio el tiempo de explicarme mis derechos y me tomaron la denuncia rápido y a medias, porque cuando yo quise narrar todas las cosas que me hizo, la Ministerio Público me dijo que ya era suficiente y aunque yo quería seguir con mi declaración, porque hubo violencia psicológica, y ella aseveró que si había violencia física era obvio que existió violencia psicológica”, denuncia.

Días después, Vanessa buscó a una abogada que le explicó sobre la separación del domicilio conyugal. La solicitaron al juez, lo aprobaron y obligaron al hombre a dejar el domicilio en febrero de 2015.

“Bueno ahora sí prepárate porque te voy a matar, y si los niños no están conmigo, también a ellos los voy a matar”, son las palabras que escuchó de su ya ex pareja en septiembre de 2015 cuando fue a recoger uno de los cheques de pensión alimenticia, denuncia Vanessa.

“Para mí el lugar más inseguro hasta esta fecha sigue siendo mi casa. Por que este miedo que tengo no se quita del todo”, agrega.

REVICTIMINIZACIÓN

El machote del MP de Tlaxcala. Foto: Cortesía

Denunciar el maltrato y las amenazas se convirtió en una doble pesadilla para Vanessa.  En el expediente de la denuncia por maltrato, presentada en Tlaxcala, había una hoja con una anotación, una especie de machote, donde establecía que aceptaba la mediación.

Meses después, luego de revisar la hoja, reclamó y aclaró ella no aceptó la mediación, que en ningún momento le leyeron esa acotación. “Mi error fue que yo confíe en las autoridades […] Nunca, en ningún momento, ni en Tlaxcala ni el Puebla me hablaron de mis derechos cuando presenté mi denuncia, no como dice en la hoja”, asegura.

La demanda la interpuso en enero de 2015 y hasta octubre 2017 la llamaron para hacer el peritaje psicológico. Hoy en día ese delito ya prescribió sin que fuera debidamente investigado y resuelto.

“Recuerdo que cuando fui compañada  a extender la denuncia por violencia familia a Tlaxcala, acompañada de abogado asesor del Centro de Atención a Víctimas, la secretaria que estaba escribiendo me dice: “¿Desde cuanto la violentan o la violentó?”. Le contesté: “Siempre, desde el inicio”. Y entonces la secretaria se voltea con mi abogado y le dice: “Ay, desde el principio la violentó pero bien que tuvo otra hija con él”.

“En ese momento me solté a chillar, estaba toda trabada de coraje, porque además sabía que no podía decirles nada”.

La denuncia por amenaza de muerte fue interpuesta en el Centro Justicia para las Mujeres, en donde inicialmente se negaron bajo el argumento de que no había pruebas.

–Si no hay testigos, pues va a estar bien difícil comprobarlo, y además mire, voltee a ver esos expedientes: todos esos expedientes me los han regresado porque son expediente que nosotros los llamamos flacos-, señala Vanessa que le objetaron.

Insistió: “Yo lo único que quiero es que si alguna día encuentran mi cadáver que sepan que fue él y que yo sí lo denuncie, y es lo único que quiero”.

Aceptaron levantar la denuncia. Después, buscó una organización, les narró su caso e interpuso una queja ante la Comisión Estatal de Derechos Humanos, regresó a las institución acompañada y descubre que en su expediente había una hoja con un texto, donde se señala que le leyeron los derechos, que le ofrecieron medidas de protección pero que ella las rechazó porque desconocía donde se encontraba el agresor.

“Cuando yo puse la denuncia por amenaza fue un día bien pesado, y yo, toda estúpida por confianza firmé. Yo no leí jamás esa parte, ellos jamás me dijeron que yo podía pedir órdenes de protección en ese momento y no hubo quien me asesora. Nada”, aclara.

Vanesa señala que hasta la fecha y pese a varias peticiones al Centro de Atención a Víctimas y la misma CEDH nunca le han dado copia de su expediente, el cual no tuvo avances y, asegura, quedó archivado.

Una de esas diligencias quedó documentada en un video que Vanessa grabó.

Por otra parte, mientras realizaba el proceso le pidieron que renunciara a su derecho a llevar a un observador de derechos humanos. “¿Por qué para acceder a la justicia tengo que obedecerlos? , [por qué] tengo que negarme al derecho de pedir un observador de derechos humanos?, pero dije, ‘bueno ya, yo necesito que ese tipo lo castiguen porque tenía una amenaza de muerte’”.

La Comisión de Derechos Humanos de Puebla archivó la queja. “Lo hizo sin avisarme, sin notificarme, sin emitir una resolución de manera escrita, esta todo lleno de cosas muy raras”, señaló,

Vanessa indicó que se ha reunido con algunas abogadas para analizar su caso y saber si hay otra instancia a la cual acudir.

En México sólo se denuncian 7 de cada 100 delitos cometidos, por lo que la cifra negra desde 2013 no desciende del 92.8 por ciento, de acuerdo all Índice Global de Impunidad (IGI) 2017 realizado por la Universidad de las Américas de Puebla (UDLAP).

Además, del total de delitos denunciados, sólo existe un 4.46 por ciento de sentencias condenatorias, lo cual arroja una impunidad cercana al 95 por ciento en ilícitos acreditados por la autoridad como consumados, de acuerdo a ese documento.

El estudio coloca a México en el primer lugar de impunidad en el continente Americano y el cuarto de un total de 69 países miembros de la Organización de las Naciones Unidas (ONU)

Hoy, Vanessa vive con en el temor de ser asesinada o agredida por Saúl.

 

Sugeyry Romina Gándara
Ha trabajado como reportera y fotoperiodista de nota roja en Chihuahua. Los últimos años, ya radicada en CdMx, los ha dedicado a cobertura sobre temas de desaparición, seguridad y víctimas de la violencia.
en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video