Mi soledad debería tener alas

04/10/2015 - 12:03 am

Yo no sé de pájaros,
no conozco la historia del fuego.
Pero creo que mi soledad debería tener alas.

Alejandra Pizarnik

Miro una foto. Alejandra tiene cuatro años. Y aún no es Alejandra. Se llama Buma, Flora,  Blímele. Y mira para otro lado. Cuatro años y mira para otro lado. Foto: Tomada del Instituto Cervantes
Miro una foto. Alejandra tiene cuatro años. Y aún no es Alejandra. Se llama Buma, Flora, Blímele. Y mira para otro lado. Cuatro años y mira para otro lado. Foto: Tomada del Instituto Cervantes

 

Miro una foto. Alejandra tiene cuatro años. Y aún no es Alejandra. Se llama Buma, Flora,  Blímele. Y mira para otro lado. Cuatro años y mira para otro lado. Parece inevitable cargar ahora a la imagen con lo que sabemos que fue la vida futura de esa niña. Cómo no ver en esa mirada desviada, en esa mirada diferente, una mirada que mira lo que nadie más ve, o que busca lo que nadie sabe que se puede hallar, una anticipación a la vida ex – céntrica, fuera del centro esperado, de Alejandra Pizarnik.

Uno de los poemas del libro La última inocencia, publicado en 1956 cuando la poeta tenía sólo 20 años, es “La enamorada”, casi un autorretrato; cito la primera y la última estrofas:

…esta lúgubre manía de vivir
esta recóndita humorada de vivir
te arrastra alejandra no lo niegues.
(…)
te remuerden los días
te culpan las noches
te duele la vida tanto tanto
desesperada ¿adónde vas?
desesperada ¡nada más! 

 

¿Quién era esta chica que a los cuatro años miraba hacia otro lado y a los veinte se sabía desesperada?

Flora Pizanirk Bromiker había nacido el 29 de abril de 1936, y era hija de Elías Pizarnik y de Rejzla (Rosa) Bromiker de Pizarnik un matrimonio de judíos cultos y bastante abiertos, que habían nacido en Rovne, Rusia, y que, como tantos otros inmigrantes, llegaron a la Argentina en 1934, huyendo del avance del nazismo, del estalisnismo, de la Europa castigada por la crisis de 1929.  Hablaban ruso, y hablaban idisch. Ambos habían terminado el bachillerato; él amaba la música, incluso había llegado a tocar en una pequeña orquesta, y les transmitieron a sus hijas ese amor. A esa chiquita de cuatro años de la foto lo que le llegaría sobre todo sería el amor por la literatura. Quizás por la tía que había estudiado Letras en Rusia. Quizás porque las palabras de esa lengua que para sus padres era nueva y desconocida, construyeron para ella lo más parecido a un hogar.

¿Sería esa marca, la del desarraigo, la de las lenguas otras, algo que aparecería en los versos de la futura poeta? ¿Cuándo nace la poesía dentro de un creador? ¿En qué instante surge aquello que tantos años después llevará a alguien como Alejandra Pizarnik a decir que aspiraba a hacer “el cuerpo del poema con (su propio) cuerpo”?

¿No percibimos acaso esas marcas en un poema como “La jaula”?

 

Afuera hay sol.
No es más que un sol
pero los hombres lo miran
y después cantan.
Yo no sé del sol.
Yo sé la melodía del ángel

y el sermón caliente
del último viento.
Sé gritar hasta el alba
cuando la muerte se posa desnuda
en mi sombra.
Yo lloro debajo de mi nombre.

Yo agito pañuelos en la noche
y barcos sedientos de realidad
bailan conmigo.
Yo oculto clavos
para escarnecer a mis sueños enfermos.

Afuera hay sol.
Yo me visto de cenizas.

 

Y llega la universidad (cuyos estudios “formales” abandona porque no tienen nada que ver con su deseo de escritura), y la lectura de los poetas franceses, y después uno de sus sueños: París. Ese viaje significó un parteaguas. Vivió cuatro años en aquella ciudad y fue allí donde pudo explorar los caminos que la condujeron a encontrar su propia voz poética.

A las lecturas cada vez más diversas y profundas, y al propio trabajo de escritura, se suman los diálogos con un grupo de importantes escritores con quienes coincide y que en cierto sentido adoptan a esta joven, con aspecto de adolescente desaliñada y una obra personalísima, única: Julio Cortázar, Octavio Paz, Ítalo Calvino.

El enriquecimiento de su escritura puede percibirse en el libro que recoge los poemas de su primera época en París: “Árbol de Diana”. Cito algunos fragmentos:


3
sólo la sed
el silencio
ningún encuentro
cuídate de mí amor mío
cuídate de la silenciosa en el desierto
de la viajera con el vaso vacío
y de la sombra de su sombra

 

35
Vida, mi vida, déjate caer, déjate doler, mi vida, déjate enlazar de fuego,
de silencio ingenuo, de piedras verdes en la casa de la noche,
déjate caer y doler, mi vida.

París fue entonces espacio de creación y de transgresión: la poesía, la literatura, el arte, se mezclan con la noche, el alcohol, los estimulantes, la soledad que busca desesperadamente encontrar el amor, una bisexualidad cuyos caminos de exploración apenas inician. Alejandra se construye a sí misma en oposición al modelo familiar.

Uno de los temas recurrentes en la poesía de Pizarnik es la vida transformada en literatura. Escribe en su diario: La vida perdida para la literatura por causa de la literatura. Por hacer de mí misma un personaje literario en la vida real fracaso en mi intento de hacer literatura con mi vida real, ya que la última no existe: es literatura.

El regreso a Buenos Aires, con 28 años y considerada ya como una de las voces poéticas más importantes de su generación, gracias a Árbol de Diana, no fue fácil.

Sin embargo son años fecundos en cuanto a producción literaria (poesía, prosa, ensayos) y a diálogo con los principales grupos artísticos y literarios del momento, incluidos poetas muy jóvenes que comienzan a buscarla como a un referente ineludible. Publica Los trabajos y las noches:

“Amantes”

una flor
no lejos de la noche
mi cuerpo mudo
se abre
a la delicada urgencia del rocío

 

Gana el Premio Municipal de Poesía del año 1966, y logra así el reconocimiento institucional que el mundo literario ya le había otorgado. Vendrán después Extracción de la piedra de locura, La condesa sangrienta y El infierno musical.

Hay quienes han visto en la obra de Pizarnik, la marca de una suicida. No sé si esto es así, lo que sí se puede decir es que hay una presencia permanente de la muerte en sus textos. La muerte, esa compañera de vida de Alejandra, su cómplice más cercana, reaparece con más fuerza que nunca un 25 de septiembre. Era el año 1972. A un lado de su cuerpo quedó el frasco de pastillas, algunas notas, la sombra de la desolación, un deseo siempre insatisfecho de palabras y amores, y algunos de los poemas más desgarrados de nuestra literatura.

…no
las palabras
no hacen el amor
hacen la ausencia
si digo agua ¿beberé?
si digo pan ¿comeré?… 

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).
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