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Óscar de la Borbolla

05/03/2018 - 12:00 am

La fascinación ante el abismo

La prueba más patente de este miedo son los pretiles o muretes que se colocan en los balcones o en los miradores desde donde se contempla el paisaje. La mera presencia de esos parapetos hace que nos invada la confianza para asomarnos tranquilamente al precipicio. El abismo espacial lo hemos resuelto, bien o mal lo hemos domesticado y la mayoría puede pararse frente a él sin vértigo.

“Hay otro abismo, sin embargo, que nos amedrenta más y hacia el que nos despeñamos, nos guste o no, a la máxima velocidad posible en el universo, literalmente a la velocidad de la luz: el futuro”. Foto: Óscar de la Borbolla

Es natural el impulso de retroceder ante el abismo, quiero decir que también mi perro se detiene en el borde, se ciñe miedosamente al suelo y husmea el vacío. Ambos tenemos un temor instintivo a la caída y, supongo, que a nadie le gusta perder piso y, sobre todo, cuando lo que se abre delante parece no tener fondo: los precipicios intimidan. Ese hueco en el estómago acompañado por un hormiguear de pies y manos nos deja en suspenso, pues nos advierte de un peligro sin rostro: nuestra atávica conciencia de fragilidad.

La prueba más patente de este miedo son los pretiles o muretes que se colocan en los balcones o en los miradores desde donde se contempla el paisaje. La mera presencia de esos parapetos hace que nos invada la confianza para asomarnos tranquilamente al precipicio. El abismo espacial lo hemos resuelto, bien o mal lo hemos domesticado y la mayoría puede pararse frente a él sin vértigo.

Hay otro abismo, sin embargo, que nos amedrenta más y hacia el que nos despeñamos, nos guste o no, a la máxima velocidad posible en el universo, literalmente a la velocidad de la luz: el futuro. Lo llamamos insondable porque, como ocurre con todos los abismos, no podemos verle el fondo aunque todos sepamos lo que al final contiene.

Pero, así como nos quitamos el vértigo ante los abismos espaciales colocando bardas, hemos inventado unos barandales para protegernos ante el porvenir: los proyectos: nos proponemos metas, fijamos en un remoto tiempo nuestros sueños y hacemos hasta lo imposible por fraguar esos desenlaces que ubicamos en el oscurísimo mañana.

Todos nuestros anhelos son puntos luminosos que situamos en el oscuro fondo del futuro; son faros que nos aligeran la angustia de ir tan precipitadamente hacia la muerte, el verdadero sin fondo del tiempo.

Y es que el mañana, el porvenir, el luego es el abismo al que no podemos rehusarnos y el mecanismo, quizá infantil, que hemos ideado para aminorar la angustia es el deseo, la necesidad, cualquier afán que lanzamos delante para convencernos de que nuestro avanzar inexorable nos lleva a algo. Creemos que el tesón y la meta que nos hemos propuesto estructurarán nuestro desbocado precipitarnos en el tiempo.

Y por eso, qué horror estar sin planes, sin proyectos, sin deseos, pues entonces no hay nada que amortigüe, vele, filtre el abismo que se nos viene.

Hay veces, sin embargo, que se presenta una fascinación ante el abismo y uno se queda sin defensas ante el precipicio y sin planes ante el futuro.

Twitter:
@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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