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Sandra Lorenzano

07/05/2017 - 12:04 am

De esplendores, huaqueros y zorros. Apuntes de un viaje al Perú

Esplendor y miseria. Ayer y hoy. Una formidable lucha que pareciera que estamos perdiendo todos.

Esplendor y miseria. Ayer y hoy. Una formidable lucha que pareciera que estamos perdiendo todos. Foto: EFE

1. En uno de los viajes que Ricardo Piglia hizo a México, uno de sus amigos le propuso hacer la visita de cajón: el Museo de Antropología. “No -dijo Piglia-. No entiendo nada. Me falta código”.

2. Recibo la convocatoria de un congreso en Lima. No lo pienso dos veces: ¡voy!, digo. Por el puro placer de volver a una ciudad que me resulta entrañable, por el puro placer de ver ese mar gris que se confunde con el cielo limeño, de encontrarme con amigos –viejos y nuevos-, de discutir sobre temas que me apasionan, y de volver a respirar una historia que siento mía y no la siento, que me maravilla y que me duele. ¿Entiendo algo? ¿Tengo código?

3. El 8 de julio de 1976, mi madre, mis hermanos y yo tomamos el vuelo que nos llevaría a México. Mi padre había salido una semana antes. El exilio empezó en la fila veintipico de un avión de Aeroperú. Muchos años Lima fue para mí un aeropuerto frío en el silencio de una melancólica madrugada adolescente.

4. Durante una buena temporada de mi vida de estudiante, me enloqueció Conversación en la Catedral. Yo era más joven que Santiago Zavala, el protagonista, nunca había estado en Miraflores, ni militaba en ningún movimiento político, pero la prosa densa y rica del mejor Vargas Llosa me envolvía página tras página. El propio escritor dijo alguna vez al hablar de sus novelas, si tuviera que salvar del fuego una sola de las que he escrito, salvaría ésta. El párrafo inicial sacudía mi recién nacida conciencia latinoamericana y la pregunta que estructura el relato sigue hoy atravesándome como un relámpago:

Desde la puerta de La Crónica Santiago mira la avenida Tacna, sin amor: automóviles, edificios desiguales y descoloridos, esqueletos de avisos luminosos flotando en la neblina, el mediodía gris. ¿En qué momento se había jodido el Perú?

En qué momento se había jodido este continente nuestro.

5. Más adelante llegué a José María Arguedas; a Los ríos profundos, a Todas las sangres, pero sobre todo a El zorro de arriba y el zorro de abajo (enseñado con amoroso rigor en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM por Françoise Perus). Había un mundo otro que yo apenas alcanzaba a comprender, pero que me interpelaba desde mi llegada a México. Un mundo de desheredados, de violentados, de oprimidos cuya mirada oscura más de una vez me había resultado intimidantemente agresiva. La modernidad también era eso: migración, enfermedades, violencia. Pero sobre todo: exclusión. Arguedas hablaba, en una lengua desgarrada, de su dolor ante esa realidad; hablaba de la herida entre la costa y la sierra, del veneno que corre entre los peruanos, de su intento de suicidio, de la prostituta gorda que le salvó la vida, de su enfrentamiento con Cortázar, de la hermandad que lo unía a Rulfo.

Yo no voy a sobrevivir al libro. Como estoy seguro que mis facultades y armas de creador, profesor, estudioso e incitador, se han debilitado hasta quedar casi nulas y sólo me quedan las que me relegarían a la condición de espectador pasivo e impotente de la formidable lucha que la humanidad está librando en el Perú y en todas partes, no me sería posible tolerar ese destino.

El 28 de noviembre de 1969, en uno de los baños de la universidad, se dio un tiro en la cabeza.  El zorro… fue publicada en 1971.

Hay golpes en la vida tan fuertes… ¡Yo no sé! / Golpes como del odio de dios, había escrito César Vallejo más de cincuenta años antes. Arguedas dijo alguna vez en Vallejo empieza la etapa tremenda en que el hombre del ande siente el conflicto entre su mundo interior y el castellano como su idioma.

¿En cuál de estas heridas se jodió América Latina?

6. De Lima a Chiclayo, departamento de Lambayeque. Otro avión peruano en mi vida. Pero esta vez me siento lejos de las nostalgias del exilio, y más cerca de Los pasos perdidos de Carpentier, buscando quién sabe qué origen de alguien que quizás también soy. Llego a la costa norte del Perú; no tan lejos de ese Chimbote en el que Arguedas percibió lo más doloroso de la modernidad. Ahí, en un paisaje en que lo desértico convive con las huellas de las últimas tormentas, me acerco a un mundo diferente al fascinante de Cuzco y Machu Picchu que recorrí hace años con Mariana. Cupisnique, Tembladera, Moche, Lambayeque, Chimú, son los nombres de algunas de las culturas indígenas que vivieron en esta zona antes de la expansión incaica. Hoy, la cuarta ciudad más grande del país (después de Lima, Arequipa y Trujillo) es una mancha de luces que veo desde el aire y que se revelará como una mezcla de caos presente (autos y camiones cuyo claxon suena sin parar, polvo, grandes hospitales públicos, pobreza y refinados restaurantes) y amor al pasado. El máximo orgullo de la región es el Señor de Sipán: un gobernante mochica del siglo III cuya tumba fue descubierta en 1987 por el arqueólogo Walter Alva. Se dice que el hallazgo marca un hito en la arqueología americana porque es la primera tumba real de una civilización anterior a la Inca que se encuentra intacta.[1]

El imponente Museo Tumbas Reales de Sipán, diseñado y dirigido por el propio Alva, busca reproducir de manera estilizada el sitio arqueológico. El recorrido, hecho desde arriba hacia abajo, semeja el que realizó el arqueólogo hasta el momento en que quedó frente al fastuoso enterramiento.  Vasijas, textiles, joyas –entre otras, más de dos mil piezas de oro- que lo acompañaron en su viaje al “mudo de los ancestros”, hoy están expuestas en este espacio de alrededor de tres mil metros cuadrados, con una museografía excepcional que hace que luzca en todo su esplendor cada una de las obras.

Si la palabra “huaca”, de origen quechua, significa templo o lugar sagrado, los “huaqueros” son personajes que saquean los lugares sagrados prehispánicos para comerciar las piezas de manera ilegal. Dicen los arqueólogos que suelen enterarse de dónde hay un sitio arqueológico significativo por la presencia, no tan subrepticia ni tan clandestina, de los huaqueros. Un tercer personaje aparece en esta trama que mezcla descubrimientos y tráfico de arte: los chamanes. Muchos de los sitios más importantes parecen haber sido vistos por algún chamán en trance. El consumo de un cactus alucinógeno conocido como  “San Pedro” o “Huachuma” suele guiar estas búsquedas.

Esplendor y miseria. Ayer y hoy. Los tataranietos del Señor de Sipán que veo alrededor del museo son las primeras víctimas de esa -como decía Arguedas- formidable lucha que la humanidad está librando en nuestra América. Una formidable lucha que pareciera que estamos perdiendo todos.

7. Llego a la librería Blanca Varela que el Fondo de Cultura Económica tiene en Lima y cuyo nombre rinde homenaje a una de las grandes poetas de nuestra lengua, la que en su conocido poema “Curriculum vitae” escribió: …jamás escuchaste vítores
sino ladridos de perros…

Encuentro allí los libros de Eduardo Chirinos (1960-2016), asociado a la generación que vivió la violencia de la llamada guerra interna, y leo “Retorno de los profetas” cuyos últimos versos dicen:

Los profetas han muerto.
Nadie ahora nos engaña, nadie nos confunde, nadie
nos dice la verdad, y estamos solos.
Estamos solos esperando la señal que nos indique
dónde hemos de ir para honrar con dolor a los profetas.

Se habla de casi cien mil víctimas entre 1980 y el año 2000 en el Perú. Cien mil muertos se dice hoy en México como consecuencia de la “guerra contra el narco”. Herencia atroz que parece no cesar. Nuestra tierra se sigue alimentando de sangre.

Sé que tampoco yo entiendo nada. Si pudiera seguramente rezaría, pero sé que hasta los profetas han muerto.

Tal vez, como lo hacían nuestros antepasados cada cierto tiempo, deberíamos destruir todo y empezar nuevamente desde cero.

[1] Vale la pena asomarse al estupendo libro de muy reciente aparición, Lambayeque. Nuevos horizontes de la arqueología peruana (Aimi, Makowski, Perassi, editores). Es de descarga libre y gratuita en

http://www.ledizioni.it/stag/wp-content/uploads/2016/12/Libro-Arqueologia-Lambayeque.pdf

 

Sandra Lorenzano
Es "argen-mex" por destino y convicción (nació en Buenos Aires, pero vive en México desde 1976). Narradora, poeta y ensayista, su novela más reciente es "El día que no fue" (Alfaguara). Investigadora de la UNAM, se desempeña allí como Directora de Cultura y Comunicación de la Coordinación para la Igualdad de Género. Presidenta de la Asamblea Consultiva del Conapred (Consejo Nacional para Prevenir la Discriminación).

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