¿QUIÉN INAUGURA UN MONUMENTO A LA CORRUPCIÓN? (CRÓNICA)

08/01/2012 - 11:06 am

La cita llega más de 15 meses después de lo esperado.

Además, para tratar de sortear las manifestaciones de descontento por esto, y por el aumento insólito del presupuesto original, de 400 millones de pesos a mil 35, la fecha y la hora de la inauguración se mantienen en absoluto secreto hasta un par de horas antes, y se difunden solamente a un círculo muy cerrado de periodistas de las fuentes de educación y cultura, artistas involucrados (algunos de los cuales todavía este día creen que van a un ensayo), funcionarios públicos de primer y segundo nivel (secretarios y subsecretarios) y amigos muy cercanos de los productores.

Porque no hay plazo que no se cumpla, sobre todo en un año electoral.

A empujones, con importantes cambios a lo que era el proyecto original, el monumento a la ineptitud y a la corrupción espera, impávido, con sus 104 metros de altura, sus mil 856 toneladas de peso, sus mil 704 placas de cuarzo brasileño, carísimo, y sus 6 mil 200 metros cuadrados de granito, también pagado con sobreprecio, el momento de ser inaugurado.

Todavía no son las 5 de la tarde y la calle de Lieja, hasta la esquina con Avenida Chapultepec, está ya tomada por elementos del Estado Mayor Presidencial, estos a los que les encanta poner vallas metálicas y pararse con actitud de perdonavidas, mal encarados, para repetir con prepotencia: “Todavía no hay acceso”.

Quienes esperan a que “haya acceso” conforman un microuniverso variopinto cuyos miembros se distinguen por sus respectivos gafetes (en la tierra del acceso restringido el gafete es señal de estatus, más que el color de la piel o el nivel socioeconómico): Masha Soluciones escénicas, Orquesta, Escuela Nacional de Danza Folklórica…

Parece que ninguno de estos es demasiado importante, aunque ellos sean los encargados de ofrecer el espectáculo de hoy, el show con el que se pretende hacer que la gente, el público, el pueblo o como se le quiera llamar, se olvide de que, a pesar del retraso y el aumento inusitado del presupuesto, al día de hoy, sólo un funcionario haya sido inhabilitado por el mayor escándalo de corrupción de que se tenga memoria en las últimas décadas:  Agustín Castro Benítez, ex director de la paraestatal Triple I Servicios.

¿En qué país estamos, Agripina?, decía, con increíble lucidez, un personaje de Juan Rulfo.

Las vallas se abren según el “nivel” de quienes aspiran a entrar: primero los “invitados”, los que se distinguen de la “prole” por sus bolsos Guess (todavía sin llegar a los Gucci), sus trajes bien cortados, y vestidos impecables, su maquillaje y peinado de salón y sus corbatas de seda. Todavía son el glamour con limitaciones, pues aquellos que de verdad parecen salidos de un ejemplar de Vogue o Vanity Fair, con guaruras adelante, atrás y a los lados, no tienen ni siquiera que esperar, y  mucho menos entran a pie, por una calle lateral y no por Paseo de la Reforma.

Los miembros de la orquesta, el coro, los niños que serán escenografía en movimiento y los productores del espectáculo (en un gafete se alcanza a leer: Ángel Ancona Resendez. Coordinador General Verbena) entran después.

Adentro encopetados y prole pasan por el mismo ritual humillante de vaciarse los bolsillos de los pantalones, quitarse cinturones con el riesgo de que se les caiga el pantalón y abrir el bolso fino o la mochila gastada para que unas manos diestras en esta tarea lo esculquen sin pudor alguno, y al fin poder traspasar el arco de detector de metales.

Pero todo tiene su pequeña recompensa, porque la espera adentro del espacio en el que se llevará a cabo la ceremonia de inauguración es menos tediosa que en la calle. Por lo menos aquí hay en donde sentarse, y voces anónimas desde micrófonos distorsionados hacen la típica prueba del uno, dos, tres…, mientras Lourdes Ambriz vocaliza en un punto del escenario.

Los versos de Luis Antonio Rojas llenan la tarde capitalina que el viento empieza a enfriar:

 

Nunca la luz se repartió en tantas luces.

Nunca la luz se repartió en tantas luces…

Y la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez ensaya unos acordes del Huapango de Mocayo (¿qué otra podría ser?), bajo la batuta de Enrique Barrios.

La noche, poco a poco, se posa en las copas de los árboles de Reforma.

Los leones que custodian la entrada al Bosque de Chapultepec observan, con expresión de tristeza, cómo el monumentote les quita el privilegio de saludar al automovilista que viene de Reforma centro hacia las Lomas. Ahora nadie podrá verlos desde ese punto.

Adentro, la mayoría de los invitados “importantes” al festejo ya llegó: Marisela Morales y Alejandro Poiré se saludan, alegres, con un beso en la mejilla (¿quién se acuerda de que hace casi dos meses el antecesor de éste, Francisco Blake Mora, yacía entre los hierros retorcidos de un helicóptero traicionero?, ¿y que tres años antes, Juan Camilo Mouriño moría hecho pedazos en un avión caído en pleno Paseo de la Reforma, a pocos metros de aquí?)…

Pero esta tarde oscura de enero nadie se acuerda de eso; los uniformes de Guillermo Galván Galván y Mariano Francisco Saynez resaltan entre los abrigos y las bufandas de los demás; Consuelo Sáizar y Gloria Guevara Manzo ríen juntas, sólo ellas saben de qué…

En medio de la algarabía se adivina una ausencia casi escandalosa: la del artífice de todo esto, el secretario de Educación Alonso Lujambio. Nadie lo ve por ahí; todos asumen la razón de su ausencia (un cáncer que pocas veces le da tregua), aunque haya defendido a capa y espada el proyecto, con declaraciones del tipo de: “es una hermosura”, o “ha valido el costo porque estamos ante una de las piezas más emblemáticas de la arquitectura mexicana”.

Las llamadas para que los asistentes “ocupen amablemente sus lugares” se hacen más insistentes y más ansiosas. Y de pronto, muy puntual, a las 19 horas con un minuto: “hacen su arribo el Presidente Licenciado Felipe Calderón Hinojosa y su señora esposa.

En el séquito del presidente se hace más notoria la ausencia que ya lo era: quien lo acompaña es Consuelo Sáizar, Presidenta del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, y no Alonso Lujambio.

A partir de entonces la ceremonia de la culminación del desfalco nacional se desarrolla con una precisión de cronómetro. Parece que han servido de algo los ensayos porque nada se sale de su lugar: después de que la orquesta toca el Himno Nacional, que los presentes acompañan con sus voces con un fervor inusitado, Felipe Calderón desciende la escalinata que lo separa de la fosa del escenario, en donde, provisto como siempre de un enorme vaso de agua, comienza su discurso.

Habla el presidente de México de un monumento que es “un sentido homenaje de los mexicanos de hoy a los héroes que en los últimos dos siglos han forjado esta gran nación.”

Explica que este par de torres de cuarzo, o sea, la Estela de Luz, “habrá de convertirse en un símbolo de la historia nacional, y también, estoy seguro, en un hito de la Ciudad de México.”

Entre trago y trago de su vaso cristalino dice que “esta obra es emblema, a la vez, de la fuerza y la convicción con la que los mexicanos estamos labrándonos un mejor futuro. Simboliza la grandeza de México y la luz, especialmente la luz, que siempre debe irradiar sobre ésta, nuestra gran Nación.”

Después el discurso se torna didáctico. Parece que el presidente se ha visto irremediablemente en la necesidad de explicar porqué tanto lío alrededor del monumento que debió inaugurarse en septiembre de 2010, para conmemorar el Bicentenario de la Independencia y el Centenario de la Revolución:

“El 26 de enero de 2009, bajo un esquema de colaboración intergubernamental, el Gobierno Federal y el Gobierno del Distrito Federal, conjuntamente, convocamos a las y a los mejores arquitectos nacionales a un concurso, cuyo objetivo sería la construcción de un monumento conmemorativo.

Se constituyó un jurado con un grupo interdisciplinario de artistas, arquitectos e historiadores, así como de destacadas autoridades, tanto del Gobierno de la Ciudad, como del Gobierno Federal.”

Y después de nombrar a los miembros de ese jurado, explica que el fallo fue inapelable y que el proyecto elegido tenía todas las características esperadas, y para apoyar su dicho, cita textualmente el fallo del jurado:

“Es un arco muy estilizado por su delgadez, que lo convierte en una propuesta sencilla y elegante, digna del México moderno, que permite convertirse en un elemento emblemático de la conmemoración de la Independencia. A pesar de su esbeltez, sigue la cita, cierra el tramo histórico del Paseo de la Reforma sin agredir a los monumentos existentes, ni competir con el edificio existente, así como los que están en proceso de construcción en el mismo punto.

Como solución es simple, eficiente y sin dificultades técnicas. Y, sin embargo, se presenta, por sus características y proporciones, como un alarde de diseño y de la ingeniería mexicana.

Como torre de luz, revestida de placas de cuarzo traslúcidas, es innovador. La estructura es simple. Se asienta de manera tranquila y respetuosa de la Puerta de los Leones, de acceso al Bosque de Chapultepec y la Secretaría de Salud.

Su forma, proporciones y el uso del cuarzo como materia de revestimiento, permite una referencia al México antiguo, como una estela característica de nuestras culturas, material utilizado ampliamente en el mundo prehispánico.”

Pero, a pesar de tanta belleza, algo salió definitivamente mal.

El presidente continúa su discurso; explica que hubo necesidad de hacer algunos cambios al proyecto original:

“Como consecuencia de los estudios técnicos, por ejemplo, la profundidad de las pilas de cimentación de la Estela de Luz pasó de 30 metros, que estaba programada, a 50 metros, donde se encontró suelo firme; una profundidad mayor a la que tienen los cimientos de la Torre Latinoamericana y la misma profundidad de la Torre de Petróleos Mexicanos o de la Torre Mayor, frente a nosotros.

La profundidad de los muros perimetrales del predio en el que se encuentra el monumento, pasó, también, de 14 metros a más de 38 metros.

Se diseñó, por otra parte, un innovador sistema de sugestión de los paneles de cuarzo, así como un mecanismo, también innovador, por medio del cual se iluminarían.

Como consecuencia de todos estos ajustes, el peso de la estructura pasó de 800 a mil 700 toneladas, y hubo, también, un necesario ajuste en el costo y en el tiempo de construcción.”

Un ajuste de más de 700 millones de pesos y más de 15 meses en el tiempo de entrega.

Es notorio que el discurso de Calderón se acerca a su fin, pues empieza con los agradecimientos:

“A la empresa constructora GUTSA, y a las empresas como ICA o CARSO, que dieron al proyecto la asesoría y la orientación para hacer las correcciones adecuadas y necesarias, junto con los ingenieros del Instituto de Ingeniería de la Universidad Nacional Autónoma de México, entre muchas otras instituciones.”

Y de pronto es interrumpido con algunos (pocos pero sonoros) aplausos entusiastas cuando nombra al ausente:

“En particular, quiero agradecer al Secretario de Educación Pública, Alonso Lujambio, cuyo liderazgo permitió retomar con renovados bríos el proyecto, y su perseverancia y sensatez, logró superar los obstáculos más inimaginables, y llevar, así, el proyecto a su plena culminación.”

Para cerrar, cita el Popol Vuh:

“Cuando los Dioses llegaron al lugar donde estaban depositadas las tinieblas, hablaron entre sí, manifestaron sus sentimientos y se pusieron de acuerdo sobre lo que debían hacer.

Pensaron cómo harían brotar la luz, la cual recibiría alimento de eternidad. La luz se hizo, entonces, en el seno de lo increíble.”

El discurso ha durado cerca de 20 minutos. Una voz femenina invita, desde el micrófono, al ciudadano presidente y su señora esposa, a inaugurar el monumento a la desfachatez. Felipe Calderón y Margarita Zavala suben por una escalera, acompañados por un grupo de niños, y llegan al pie de la Estela. Tocan, al mismo tiempo, uno de los cuarzos inferiores; además de un sonido que emula el de un corazón humano, y una discreta luz cuya intermitencia sigue el ritmo de los latidos, durante unos minutos parece que no sucederá nada más.

No es sino hasta que el presidente y su esposa regresan a sus asientos, que comienza la cuenta regresiva: 10, 9, 8, 7, 6, 5, 4, 3, 2, 1, 0… Y la Estela de luz por fin se convierte en lo que se supone que debía ser: una lámpara gigantesca cuyos paneles se encienden individualmente y en grupo al ritmo del Huapango, de Pablo Moncayo.

El espectáculo ha comenzado: hay fuegos artificiales mientras Lourdes Ambriz asciende en una grúa y canta, acompañada de la Orquesta Sinfónica Juvenil Carlos Chávez.

Luego la Estela parece bailar al ritmo de Tambuco; sus sofisticados LED’s importados se prenden y se apagan conforme les dictan las percusiones de los músicos.

Y un par de niños liberan una paloma de hule; quizá a la verdadera paloma de la paz le dio pudor ser cómplice del espectáculo de un gobierno que ha provocado más de 60 mil muertos, tantos que ya no quiere seguir contándolos en voz alta.

Y de algún lugar en la parte de atrás del monumento se sueltan miles de globos blancos que huyen apresurados en dirección a las Lomas.

Y los actores Gerardo Trejoluna y Ximena Ayala (¿quién la recuerda ahora como la niña en uniforme de secundaria que mata de un empujón a su compañera en Perfume de violetas?) leen los versos de Luis Antonio Rojas:

El poema de la luz comenzó hace muchos años, dijo el poeta.

Nunca la luz se repartió en tantas luces.

Nunca la luz se repartió en tantas luces. 

Y la orquesta toca la 2a. Sinfonía de Mahler.

Y el artista electrónico Alyosha Barreiro hace bailar nuevamente a los LED’s de las mil 704 placas de cuarzo.

Y los fuegos artificiales silban y luego truenan en medio de la noche negra. ¿Así sonarán las balas en un pueblo de Tamaulipas, o de Veracruz, o de Michoacán… O en Ciudad Juárez?

Y de pronto, el silencio. La oscuridad.

Termina el espectáculo del fraude.

Junto con las luces de colores que se apagan, agoniza el sexenio de Felipe Calderón.

Afuera, en la calle de Lieja, hay un pequeño grupo de manifestantes. Sostienen una manta que dice: “El gran monumento a la corrupción.”

Dicen que son del movimiento México toma la calle, y de los acampados de la Bolsa de Valores y de Coyoacán. No quieren dar sus nombres; unos traen una máscara de una enorme boca sonriente con los dientes de fuera que les cubre media cara; otros van descubiertos por completo.

Son todos jóvenes. Se sienten burlados y engañados porque el gobierno jugó con la fecha de inauguración, dio falsas alarmas, precisamente para no darles oportunidad de reunir a muchos más que piensan como ellos.

Proponen que en la Estela de Luz se edifique el Museo de la corrupción.

en Sinembargo al Aire

Opinión

Opinión en video