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Madre acusa a policías de Veracruz de llevarse a su hijo en una patrulla

08/02/2016 - 5:47 pm

“Antes de que me maten… pienso huir de Tierra Blanca, aquí, desde hace tiempo, Dios nos ha olvidado”, narra Doña Catalina, quien lleva 52 días sin saber de su hijo. Ya lo buscaron en los pozos, donde los pobladores saben que los policías estatales arrojan los cuerpos.

Hugo Hernández Trujillo desapareció el 11 de diciembre pasado Foto: Blog.Expediente
Hugo Hernández Trujillo desapareció el 11 de diciembre pasado Foto: Blog.Expediente

Por Miguel Ángel León Carmona

Tierra Blanca, Veracruz, 8 de febrero (SinEmbargo/Blog.Expediente).– “Policías estatales levantaron a mi hijo. Se lo llevaron en esa maldita patrulla. Por acá es muy conocida, a eso se dedicaban. Quién me dice que no fueron los mismos que desaparecieron a los muchachitos de Playa Vicente. Lo de mi hijo apenas tiene dos meses. Antes de que me maten pienso huir de Tierra Blanca. Aquí desde hace tiempo estamos olvidados de la voluntad de Dios”.

Doña Catalina Hernández Enríquez, lleva 52 días padeciendo la enfermedad del duartismo: la angustia. No ha podido encontrar a su hijo, Hugo Hernández Trujillo. De acuerdo con el expediente 281/2015/I, la última vez que se le vio con vida al hombre de 36 años, fue el 11 de diciembre de 2015, en la localidad de Cerritos, perteneciente a Tierra Blanca, Veracruz.

“Mi esposo se consiguió a unos doce chamacos, comenzaron a buscar en el fondo de los pozos. Por aquí los malos acostumbran a hacer eso, echarlos ahí hasta que se pudra la carne de los difuntos. Pero no lo encontramos. Solamente hallé su cinturón, estaba tirado entre los cañales. Buscamos marcas en los pastizales, se ve clarito cuando arrastran a un cuerpo, pero nada”.

La madre de 60 años, desprende un llanto jadeante, mientras comparte cómo los demonios de la inseguridad en Veracruz, no solo raptaron  a su primogénito. Se llevaron consigo a su nuera y a sus dos nietos. Todos huyeron de una ciudad plagada de secuestros, asaltos, levantones y asesinatos. “Una vez que encuentre a mi hijo, también me voy. Ojalá en verdad regrese”.

De esta manera se da inicio a una entrevista, antecedida de varias condiciones: “Nada más no me saque fotos, joven. Tampoco del nombre de mi viejo, ni de mis nietecitos. ¿Verdad que usted es bueno? Ya no se sabe a quién le cuenta uno sus problemas, no se me vaya a molestar”, solicita doña Catalina mediante murmullos. Tampoco se confía de las paredes del Ministerio Público.

“NUNCA LLEGÓ A LA MISA DE LA VIRGEN DE GUADALUPE”

Don Hugo Trujillo Hernández, regresó de trabajar como ruletero antes de lo habitual la tarde del 11 de diciembre de 2015. Su automóvil marca Tsuru, color blanco, estaba averiado. A las 16: 30 horas, salió a buscar las refacciones al centro del pueblo.

Las últimas palabras emitidas del hoy desaparecido, fueron: “Mamá, acompañas a mi mujer y a los dos nietos a la procesión de la Virgen de Guadalupe, yo las alcanzo en la parroquia para escuchar misa. Debe de quedar el coche, mañana es buen día para ganarse una feria”.

Entonces salió Hugo Trujillo de su domicilio, sonriente y silbando como acostumbraba, camino a la ciudad de los mil 200 habitantes desaparecidos en Veracruz, a la tierra de Arturo Bermúdez Zurita. Acabó la celebración católica a las 22:00 horas, pero el padre no había cumplido lo pactado. Seguro estaba en casa haciendo labores de mecánica, pensaron los familiares.

“Papá, papá, ya llegamos”, gritó el niño de cuatro años. Sin embargo, el silencio fue su única respuesta. “¿Dónde está mi papi?” preguntó la hija más pequeña, quien a sus dos años de edad ya comenzaba a producir sus primeras frases.

Para la sorpresa de los que recién llegaban, notaron que el carro seguía intacto. Hugo Trujillo Hernández no había regresado. “Vamos a esperar, seguro llega más tardecito”. Y calmó la zozobra doña Catalina.

Amaneció el sábado 12 de diciembre y el hombre de la casa no volvía. Las primeras doce horas se habían largado. Para ese entonces, el mismo ambiente de inseguridad en la zona, eliminaba toda clase de suposiciones que los agentes en los ministerios públicos se cansan de repetir: Don Hugo no se encontraba de parranda, tampoco se había ido con otra mujer. Estaba desaparecido.

Entonces la hermana tomó la dura decisión, lo que la gente en Cerritos, Tierra Blanca, debe hacer en esos casos: “A lo mejor lo mataron, a lo mejor ya lo echaron a algún pozo. Vamos a buscarlo. Llámale a los chamacos, tráiganse reatas y linternas. Dios quiera no esté ahí”.

Hay tres pozos en la localidad, su principal función es abastecer de agua a los cañales. Sin embargo, los malosos emplean una de las miles maneras de desaparecer a sus víctimas; los arrojan a unos 20 metros de profundidad. Forman cloacas pestilentes. Putrefactas. Ahí mismo, de la fuente de los campesinos para consumir el líquido vital al regreso de sus jornadas.

“En el pozo de la parcela de mi cuñado hace tiempo encontraron unos huesos humanos. Cuando vi bajar a los chamacos a los hoyos me dio mucho miedo. No sabía si iban a encontrar a mi hijo muerto o en cachitos. Gracias a Dios no hubo nada”, comenta la madre, adaptada al modus operandi del crimen organizado.

“FUERON LOS ESTATALES, SEÑORA. POR FAVOR NO DIGA NADA”

La búsqueda no fue detenida por la muerte del atardecer. El grupo de hombres y mujeres se abrieron camino entre los cañales. Ahí el padre del desaparecido halló su cinturón. Una cinta color café de material sintético y hebilla diminuta. Su esposa confirmaría más tarde la pertenencia del cónyuge.

“Lo extraño fue que no había nada más, no se veían marcas en las hierbas, se ve clarito cuando arrastran a un cuerpo. Eso me hace suponer que a mi hijo se lo llevaron vivo de los pastizales. Dios quiera pueda volver a verlo”, comenta sollozando la madre.

Al ver el llanto de la madre al no encontrar a su familiar, algunos cortadores de caña se acercaron al sitio de búsqueda. “Fueron los estatales, señora. Por favor, no diga nada. No vaya a ser que vengan y nos maten”, compartieron remirando con cautela los jornaleros.

Según testigos y con base en la denuncia número 281/2015/I, al menos cuatro policías con logos de la Seguridad Pública del Estado, raptaron a don Hugo Trujillo, a bordo de un vehículo  con el parabrisas roto y las torretas apagadas.

“Esa patrulla es muy conocida por acá. Se dice que han levantado a mucha gente. Quién me dice que no fueron los mismos que desaparecieron a los muchachitos de Playa Vicente. No tenemos el número del carro, pero si lo tuviéramos, honestamente no se lo daría. Estaría señalando directamente y ahí si pudieran entrar a la casa y matarnos”.

“DÍAS DESPUÉS ME VISITARON LOS ESTATALES”

Pasaron 48 horas, hasta llegar el domingo 13 de diciembre. El padre decidió acudir al MP de Tierra Blanca a imponer la denuncia. Declaró, con miedo, que cuatro elementos de la Seguridad Pública del Estado habían privado la libertad de su hijo. A lo que inmediatamente, el titular de la mesa 1 contestó:

“No señor, eso es muy raro. No ha habido ningún retén. Va a aparecer, tenga confianza”.

Días posteriores a la denuncia, emitida formalmente el 16 de diciembre, doña Catalina Hernández recibiría una visita con armas largas y rostros encapuchados. Policías estatales tocaban la puerta de su casa.

“No había nadie, me agarraron solita. Me dijeron que andaban viendo lo de la desaparición de mi hijo, pero que les dijera quienes habían señalado a sus compañeros como culpables del levantón.  Le juro joven que no dejaban de apuntarme con sus metrallas. Yo me espanté muchísimo. No sabía si iban a matarme”.

Fue el último acercamiento de la fuerza pública, refiriéndose al nombre del desaparecido. Han transcurrido 1248 horas sin saber noticias del padre de familia. Del hijo mayor. Del taxista popular de Cerritos, Tierra Blanca. La madre solo llora inconsolable y emite la palabra miedo por trigésima ocasión en la grabación con nombre:

“EL KONAN, UN AMERICANISTA DE CORAZÓN”

“Mi hijo conoce a mucha gente por su trabajo como taxista. Le apodan “El Konan” como al luchador, todo mundo lo conoce así porque está gordo y pelón, se ve que le gusta porque cada tercer día se rasura. Le gusta mucho el futbol, su equipo favorito es el América. Cuando juega los domingos, abajo de su uniforme siempre lleva puesto la camiseta amarilla.

Una buena persona, muy alegre y platicón. Al Konan la gente lo va a ver, pues es un defensor que remata bien con la cabeza, seguido convierte goles. Tiene un festejo particular, saca una corneta tricolor de plástico y se pone a sonarla mientras luce unos pasos de baile.

Un defensa central que los equipos del pueblo siempre quieren en sus filas. Pocos poseen su presencia física. Su metro con 67 centímetros lo avalan, de espalda ancha y músculos pronunciados. Además, es un guerrero en la cancha de tierra. Juega al límite todos sus partidos. Su dedo anular está desviado a causa de una caída defendiendo el arco propio.

“No sabe cuánto le gusta ese deporte, joven. A él no le alcanza para patrocinar los uniformes, pero siempre se ofrece a chapear el pasto y regarle cal a los cuadros. Sabe ganarse a la gente. Sus compañeros de equipo a cada rato preguntan por él, pero qué les voy a decir, que no lo encuentro”.

Al hombre de 36 años le gusta cantar y bailar la música tropical, suele escucharla durante las diez horas diarias a bordo de su taxi. Su madre comparte que el carro lo consiguieron producto de varios años de ahorro. Hugo Trujillo vivió como migrante diez años en Kentucky,  Estados Unidos, pero no pudo hacer dinero, así que decidido repatriarse e invertir 40 mil pesos en un taxi de segunda mano adquirido en la Ciudad de Córdoba.

El padre del desaparecido, aún no permite que abran el auto de su hijo. Asegura que va a regresar y con las mismas ganas de trabajar. “Mi esposo tiene muchas esperanzas, pero finalmente si no lo encontramos tendremos que venderlo. No quisiera tenerlo en la casa todos los días sin poder ver a mi hijo”.

Doña Catalina Hernández, llora inconsolable al recordar que su casa ha quedado deshabitada. Se fueron sus nietos, su nuera, su hijo. Ahora solo queda el automóvil. Otra familia mutilada. Otro acto de impunidad en Tierra Blanca, la ciudad donde incluso los OXXOS y Modeloramas cierran a las nueve de la noche. El miedo se respira en cada rincón de la cuidad llamada novia del sol.

“Mi esposo ya me dijo que si las cosas no se calman nos vamos a salir de la casa. Nomás quedamos los dos solitos y tenemos mucho miedo. Tenemos una tienda en el mero paso del pueblo. Yo nada más veo pasar camionetas de esas largas y me imagino que alguien se va a bajar y no va a quemar a balazos”.

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