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Diego Petersen Farah

08/07/2016 - 12:00 am

Reforma Educativa; sucedió en México

Sucedió en México. Una pequeña escuela primaria rural, dos aulas, dos maestros, uno de ellos ejercía en la práctica como director, recibió la notificación de que había sido seleccionada para recibir computadoras.

Las necesidades no solo de los alumnos sino del mercado laboral de Guadalajara, Monterrey, Torreón o Ciudad de México no tiene nada que ver con las de San Miguel Huaxtita en la sierra Huichola, Durazno del Rosario, en Guerrero o en Las Arañas, en Chihuahua. Foto: Cuartoscuro
Las necesidades no solo de los alumnos sino del mercado laboral de la Ciudad de México no tiene nada que ver con las de Guerrero o en Las Arañas, en Chihuahua. Foto: Cuartoscuro

Sucedió en México. Una pequeña escuela primaria rural, dos aulas, dos maestros, uno de ellos ejercía en la práctica como director, recibió la notificación de que había sido seleccionada para recibir computadoras. Poco les importó que el maestro-director tratara de explicar que en aquella escuela no había luz eléctrica. Algún día la tuvo, como constaba en los registros burocráticos de la Secretaría, pero los paneles solares dejaron de funcionar y nadie regresó para arreglarlos; eran el tendedero más elegante de la región. Unos días después el maestro vio a lo lejos un camión que, dando tumbos por la brecha, se acercaba a paso lento; las catástrofes nunca llevan prisa.

Los cargadores bajaron las computadoras, las dejaron a la sombra del árbol en el patio de tierra de la escuela, y pusieron en las manos del maestro-director dos documentos. En el primero firmaba haber recibido 12 (doce) pantallas; 12 (doce) CPUs con sus respectivos cables; 12 (doce) teclados; 12 (doce) mouses; 12 (doce) pads. En el segundo firmó una responsiva que lo hacía responsable único de los equipos. El maestro-director-responsable único de los equipos de computación de la escuela sin luz fue a su casa, quitó de su pequeña bodega una cadena y un candado, metió el equipo en una de las aulas, cerró y guardó la llave.

Hoy, gracias a uno de tantos programas de modernización educativa esa escuela rural aparece en el padrón del Secretario de educación como escuela modelo, el Gobernador en turno lo dio a conocer con bombo y platillo en su siguiente informe y los alumnos, que antes tenían dos aulas para seis grados, hoy tienen una sola. La Reforma está en marcha.

Lo patético de esta anécdota es solo un ejemplo de los absurdos a los que se puede llegar cuando las decisiones y las transformaciones de algo tan complejo como el Sistema Educativo se toman desde un escritorio en las grandes ciudades y se gobierna desde la tiranía de los indicadores. El diagnóstico es el correcto: a este país le urge elevar la calidad de su educación, pero en el quién y desde dónde se define la calidad comienzan los problemas. Las necesidades no solo de los alumnos sino del mercado laboral de Guadalajara, Monterrey, Torreón o Ciudad de México no tiene nada que ver con las de San Miguel Huaxtita en la sierra Huichola, Durazno del Rosario, en Guerrero o en Las Arañas, en Chihuahua. Por más inteligentes que sean (no dije que lo fueran, es una suposición) los jeques de la Secretaría de Educación es imposible que un modelo educativo centralmente planificado sea exitoso.

Las protestas de la CNTE, más allá de si se comparten o no sus formas de lucha y más allá de sus propias formas de corrupción, han evidenciado el fracaso de una Reforma que olvidó que este es un país muy diverso y, sobre todo, de muchas velocidades. Donde la Reforma se equivocó es que confundió un problema laboral y de corrupción, de sindicatos, estructuras magisteriales y gobernadores, con el de educación. La educación será descentralizada o no será. El papel del Gobierno central es apoyar a los estados y comunidades más rezagadas a superarse, pero la educación es, por definición, un tema de comunidad.

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