Alex Aguinaga, el futbolista ecuatoriano que se volvió ídolo de la afición necaxista, en su cumpleaños 45

09/07/2013 - 1:00 am
Foto: EFE
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Ciudad de México, 9 de julio (SinEmbargo).- Corría con trote pausado por la cancha del estadio Azteca con la boca abierta. Decían que jugaba, pero era un lector voraz de partidos. El aire le entraba por debajo de los dientes ante el asombro de los que no podían entenderlo. Alex Aguinaga (Ecuador,1968), es uno de esos extranjeros que han llegado a este país para quedarse en el imaginario de los melancólicos que ven todo tiempo pasado mejor. Su calidad era distinta, lo que el ecuatoriano provocó, marcó toda una década.

A los 16 años, debutó en su país. El Deportivo Quito fue su primera playera, desde la capital ecuatoriana, surgía uno de los más grandes talentos que ha dado Sudamérica. Un futbolista de cabellera larga irrumpió el terreno de juego a mediados de los años 80. La Copa América de 1989 en Brasil, fue su primer escaparate. En aquella justa fue una de las principales revelaciones. “El Huevito”, como le decían sus compañeros, fue visto por los ojos de un sinfín de entrenadores, Aguinaga empezaba a resonar en muchos rincones del mundo.

Arrigo Sacchi, flamante entrenador italiano, se interesó por el joven prospecto. “Es una lástima que el mejor jugador ecuatoriano se vaya a México, el A.C. Milán, estaba dispuesto a abra tres millones de dólares por él”, declaró tras enterarse que el grupo Televisa había pagado 280 mil dólares por el talento de Aguinaga. Así llegó a México rumbo a Coapa, el América tenía ante sí a un de los jugadores que marcarían el rumbo del futbol mexicano. Por cuestión de cupo, fue prestado al Necaxa. Allá, en Cuatitlán Izcalli, muy al norte del Distrito Federal, aterrizó Alex para entrenarse como necaxista.

“Era un equipo sin alma”, señala Aguinaga. El equipo rojiblanco de la capital, funcionaba como una sucursal del América que la televisora siempre tuvo en segundo plano. Con el promedio de aficionados más bajo del futbol mexicano, un equipo profesional sin identidad propia, estaba a punto de sufrir una revolución. Venido de Sudamérica, donde la pelota se vive primero antes de jugarla, el ecuatoriano implantaría su estilo desde el primer partido. Debutó con gol ante los Tecos el 29 de septiembre de 1989. Rivales y compañeros, se enteraban del nuevo baluarte de tierra foránea.

“No temo al triunfo”, tituló un periódico citando a Alex. Esa misma mentalidad sería esparcida por cada rincón necaxista. Tras las primeras temporadas mostrando un buen juego, pero carente de títulos, Manuel Lapuente llegó para hacerse cargo de la dirección técnica. El pensante entrenador explotó las cualidades de un plantel comandado por su figura ecuatoriana. Necaxa jugaba como nadie en la primera división. Había un grupo comprometido que no paró hasta conseguir el título añorado. Después de 56 años de vida, el equipo de los once hermanos, se proclamó campeón en la temporada 1994-1995 frente a Cruz Azul en dos duelos con un Azteca pletórico.

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El bicampeonato obtenido la campaña siguiente se recuerda por haber sido el último torneo en formato largo del futbol nacional. Ese segundo título, frente al Celaya del mítico Emilio Butragueño, confirmó el status de mandamás que el Necaxa tenía. Tras seis años en México, Alex Aguinaga era reconocido como uno de los mejores jugadores extranjeros en el país. El futbolista de amplia sonrisa mostraba humildad hacia sus aficionados. Con el 7 en la espalda, forjó un nombre en la cancha casi tan grande como el que se le reconocía en la vida diaria. Se convirtió en el estandarte de un humilde equipo que se acostumbró a ganar. En el invierno 1998, esa humildad ayudaría a Necaxa a dar la vuelta olímpica en un estadio Jalisco casi vacío tras vencer al equipo de Chivas que se sentían campeones sin jugar.

Desde Ecuador lo ven como el Cristóbal Colón de su futbol. Un tipo que abrió el camino para sus compatriotas. El futbolista ecuatoriano ganó veracidad gracias a la habilidad de su mejor representante. Durante una época, el país sudamericano, presumía a su “Maestro” por haber conquistado territorio Azteca. Durante su etapa de gloria en México, era constante el comentario de que Aguinaga sería uno de esos jugadores con gran capacidad que nunca jugaría un mundial. La elección ecuatoriano no brillaba en una de las zonas más complicadas para clasificarse. El “10” de la selección, lo tomó como un reto.

Tirado en la cancha del estadio Atahualpa, Alex respiraba emocionado con la boca abierta mientras el estadio rugía. Sus compañeros corría hacia Iván Kaviedes que había conectado un balón con la cabeza que acabó en gol. Ecuador empataba con Uruguay en casa. Ese punto le daba la clasificación a la selección ecuatoriana a una Copa del Mundo por primera vez en su historia. De la pierna zurda del consagrado Aguinaga había salido el centro para el certero remate. “Ese fue el mejor gol de mi carrera, el que no hice”, señala recordando la felicidad de todo su país. El gran líder, tenía su recompensa. Cantaría su himno en la justa mundialista de Corea-Japón 2002.

“Gracias de todo corazón, al número uno: al aficionado”. Con esa frase cerró su investidura al salón de la fama del futbol en 2012. Alex Aguinaga se retiraría con cinco títulos en México, tres ligas y dos copas. Del futbol profesional se iría siendo campeón en su país con la Liga Deportiva Universitaria de Quito. En 2005, colgó las botas. Necaxa hoy es un equipo sin alma, tal como lo encontró a finales de los ochenta Alex. Las viejas imágenes de hace casi 20 años, cuelgan en paredes, sin esperanza de verse en el terreno de juego.

Hundido en la liga de ascenso, en una ciudad lejana de sus glorias, el equipo rojiblanco recuerda con melancolía los noventa, en la que dominaron el futbol nacional y fueron tercer lugar del primer mundial de clubes en el 2000. Distante de su directiva, Aguinaga ve con tristeza el presente. El ahora técnico en su país, sigue enseñando. Desde el banco o recibiendo con una sonrisa a los que llegan a jugar en sus escuelitas de futbol. Ya sea con un pase, con un gesto o un gol, el mejor futbolista en la historia de Ecuador lo tiene claro: “Quiero que me recuerden como una buena persona”. Hoy que cumple 45 años, Alex sigue viviendo para ayudar, el futbol es solo un pretexto.

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