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Antonio María Calera-Grobet

09/09/2017 - 12:00 am

No hay qué comer: ideas en contra de la inmovilidad

¿Cómo es esa pobreza que ataca al pueblo mexicano y que tantos han ocultado para no tener que sopesarla, sufrirla, leerla, manejarla en su vida como ciudadano?

“Te hace falta pobreza en tu ámbito.”

Guillevic.

¿Cómo es esa pobreza que ataca al pueblo mexicano y que tantos han ocultado para no tener que sopesarla, sufrirla, leerla, manejarla en su vida como ciudadano? Foto: Adolfo Vladimir, Cuartoscuro

Escribe Carlos Monsiváis en el libro Amor Perdido, particularmente en el capítulo “El disidente (Radical Chic)”, y de una manera que deberíamos recordar siempre en este país: “Los burgueses con corazón de masa”. Vale la pena partir de ahí porque se trata de la más certera burla asestada a las clases medias dizque “ilustradas”, y su muy peculiar relación con la pobreza. Según lo refiere el mismo sabio mexicano recientemente fallecido, el término Radical Chic fue empleado por primera vez en una extensa crónica por el escritor norteamericano Tom Wolf para calificar burlonamente a un grupo de “benefactores” de la sociedad.

Ocuparía Wolf este calificativo de “Radical Chic” para reprobar, en palabras de Monsiváis, a “esa actividad prestigiosa o gesticulación social de temporada”. Encabalgo sin apremio los comentarios más sardónicos de Monsiváis en este texto. El “Radical Chic” dice: “Para eso estudiamos, para que el pueblo nos escuche y se desenajene”. Sigamos siendo lo que somos, pero de modo revolucionario: ser burgueses pero con corazón de masa. El “Radical Chic” a la mexicana: “no está exasperado por la injusticia. Lo exaspera la falta de sensibilidad social de su ambiente.”. Y sigue: “Obrero, tú puedes cambiar tu situación. Organízate obrero, concientízate, politízate.” El “Radical Chic” se lamenta: “Pobre del pobre. ¿Cómo no compadecer a esas mayorías invisibles?”. El “Radical Chic” de México “se concientiza, definitivamente. Hay que educar políticamente a los campesinos y formar brigadas que trabajen en los pueblos.” El “Radical Chic” se prepara: “para el acto simbólico, el acto purificador. Dentro de unas semanas, dentro de unos días, dentro de unas horas se va a descalzar y va a hacerse cargo de otra mentalidad combativa, vigorosa y proletaria. La cara que van a poner sus compañeros de escuela, las amistades de la familia, su tío que es caballero del Colón, su madrina que es del ‘Opus Dei’, su padre que está en el consejero de administración de 32 empresas. La cara que van a poner cuando les diga que están condenados históricamente.” En fin, entre tantas otras ironías por el estilo.

No hay mucho más que apuntar. Si bien un tanto mezclada con esa bruma socarrona, ácida a la vez que agridulce que emanaba junto con las ideas de la lúcida mente, prolija y raramente exacta del Premio Cervantes x, la crítica que aquí opera, lo que se imputa severamente a la sociedad “culta”, a saber su nulo interés en todo lo referente a lo social, es cosa sabida, cierta y comprobable.

La pregunta: ¿Podría aplicarse el término “Radical Chic” a buena parte de la sociedad de escritores o los artistas contemporáneos del país? Porque ya es hora y tal vez hasta justo y necesario afirmar que la gran mayoría de los dichos talentos locales (con su pocas y honrosas excepciones, claro, y no será este el espacio para lanzar ningún índice onomástico de los malos y los buenos), se sustrae de alguna obligación social. ¿No sería cierto apuntar que una gran cantidad de “artistas” se guarecen para pasar desapercibidos en la tan sobada y ciertamente promiscua torre de marfil? ¿Qué huyen de cualquier responsabilidad en materia social o política por considerar dichas esferas de lo humano algo menos que una pasión inútil, una realidad mínimamente ajena, absolutamente abyecta?

El desdén por lo social, por ejemplo, el alto número de pobres en el país, resulta una actitud casi comprobable si se analiza el inexistente peso específico que el grupo de escritores ejerce en la sociedad mexicana actual, lo poco que ha gravitado su quehacer en ese sentido dentro de la cultura contemporánea del país. Así de claro, para no demorar en tocar el tema. Sin importar a este segmento de escritores “Radical Chic” el estado de cosas en el país, a lo más que podría aspirarse humanamente de sus miembros más acomodados (que omiten la realidad social, clausuran cínicamente la realidad concreta), es una dádiva menor. Muy poco probable es que a este gremio de escritores digamos “suspendido” (por estar equidistante a todo fenómeno social, alejado de atender el clamor de otro semejante en la defensa de sus derechos, mitigar su indefensión), le resulte un acto ético dar, salvo que sea a la manera de una dádiva que le resulte en algo fácil de llevar a cabo: expedita y por supuesto práctica. Además, si es posible, que le retribuyeran en el establecimiento de un alto grado de jerarquía en el escalafón social, una mejoría de status vía la bonhomía coyuntural de temporada: ya sea en forma de donaciones pecuniarias en corto, de alimentos o bienes motivados por algún siniestro, donaciones “lustrosas” en eventos de caridad absolutamente públicos, de asistencia y beneficencia social calificada por cierto “rating”, y que llevan casi siempre el apelativo de altruistas o filantrópicos. En donde sobra decir que dichas “acciones” no sobrepasan su carácter de paliativo formal, efímero y que (sin calificar de ninguna manera se otorguen para la liberación súbita de alguna culpa por alguna acción incorrecta, malévola, corrupta, calumniosa o degradante), no dejan de ser sospechosas por aparecer exclusivamente cuando se garantice (mediante un registro “en firme”, un reconocimiento ex profeso y preferentemente mediático), la certificación del involucramiento social del donador. ¿No es verdad que dichas donaciones perecieran muchas veces un acto pintoresco o “interesante”, una acción más bien provechosa a los más ventajosos, incluso muchas de ellas de carácter “obligado”?

Otras maneras de escribirlo. Este segmento de artistas y escritores, humanistas “Radical Chic”, que como secreto a voces sabemos es de dimensiones considerables, es indolente o refractario ante lo popular, y en el mejor de los casos es ciertamente económico en sus esfuerzos para ir a la realidad, por no decir raquítico en el suministro de algún abono a lo que se entienda por algún “Contrato Social”. Y hay que decir también que es frívolo y en muchos casos alarmantemente ignorante de lo que sucede en el acontecer político de su país y busca más su interés personal que el colectivo desde hace tiempo. Los botones sobran como muestra. Lo evidente no se demuestra. Frívolo y además perezoso, mañoso, porque se atreve a estirar la mano de su apoyo siempre y cuando, ya se escribió líneas atrás, se le garantice que su acción (de apoyo a protestantes varios, de protesta en contra del gobierno, de encaramiento con cualesquiera victimarios físicos o morales), represente una parte bien visible dentro de su grupo social a través de los medios de comunicación, que quede claramente registrado en la historia de las manifestaciones de protesta pública, y que dicho gesto dadivoso pueda registrarse, portarse y reproducirse de muy diversas maneras gracias a la tecnología: en las redes con etiquetas, blogs, posts, páginas electrónicas, diversos tipos y calidades de chats, pura pirotecnia que oculta de oquedad. Diplomas, reconocimientos, homenajes qué mejor. Y bueno, ciertamente con la mano en la cintura, porque cuando se trata de realizar marchas, mítines o demás arengas de acción que no de escritorio, la voluntad de cambio se mueve muy poco o nada. Lo suyo es firmar desplegados, ensanchar amagues electrónicos o revolver cierta “parafernalia” de activismo político desde el escritorio. ¿El resultado? Una rebelión artificial, la consabida revolución de sillón.

Pregunta: ¿Esta actitud abominable de los artistas y escritores “Radical Chic” pudiera coincidir con un tipo de obra, tal vez con una idea de obra misma? No lo sabremos. Lo que sabemos de sobra es que si buena parte del gremio visualiza ya al aparato crítico como un lastre (el crítico es ese enemigo frío, calculador, cientificista), más lo detestan cuando los lectores le aplican en este tipo de cuestionamientos. Y cabe señalar aquí que no se juzga el derecho de cada artista a hacer lo que quiera con su obra, mantener, digamos, una relación laxa con los referentes de la realidad, sino su desdén y hasta molestia ante cualquiera investigador o crítico que cuestione sus lazos, su relación íntima con la res pública. Tal vez porque, de alguna manera lo pone en entredicho el indicar que el artista en cuestión denota una incapacidad para dialogar de manera abierta y natural con la realidad concreta del país en que vive. Sin tocar el tema de las cooptaciones que pudieran o no ser las becas, los estímulos económicos fuera de contrato, los premios, las plazas de trabajo sacadas de la manga, y que tienen un gran historial en nuestro medio.

¿Podrá este “artista” suspendido ocuparse por lo que se entienda por las realidades del mundo si ni siquiera se preocupa de contactarse con el otro desde su oficio más certero? ¿Acercarse a los estudios de antropólogos, sociólogos, científicos o promotores de la cultura para apoyar las discusiones sobre los recursos naturales, el déficit fiscal u otros desequilibrios comerciales nada favorables, la mala educación, la eterna pobreza y el hambre, la salud pública, ya no digamos los estragos que provoca la guerra por el narcotráfico, temas de soberanía nacional  y tantos más fenómenos que aplastan a cientos de miles de personas nacidas en su mismo país? Sucede que en muchos casos, bajo la queja paroxista más ramplona (la que se resume en dolerse una y otra vez con el “¡Por qué yo!” o “¡Todo yo!”), el artista suspendido, flojo, se distingue por restringirse, autocensurarse, se reconoce a distancia por justificar a los cielos el, en todo caso, saberse impedido para accionar un “cambio”, apenas en posibilidad de dejar las cosas en el mundo tal y como las heredó y no peor. Resecado intelectualmente por la fiaca intelectual, ahíto de sí, en su falso stablishment, el artista de hoy no acciona.

Ahora bien, ¿cuál es esa realidad a la que los artistas chic rehúyen? ¿Cómo es esa pobreza que ataca al pueblo mexicano y que tantos han ocultado para no tener que sopesarla, sufrirla, leerla, manejarla en su vida como ciudadano? Según el estándar de operaciones del Banco Mundial, se habla de “Pobreza relativa” cuando no se tiene el nivel de ingresos necesarios para satisfacer todas o algunas de las necesidades básicas de acuerdo a los criterios más bajos de la modernidad (un umbral de pobreza fijado en una línea de 2 dólares diarios por persona). Igualmente  definido por el Banco Mundial, hay que entender por “Pobreza Extrema” cuando se tenga un umbral de pobreza fijado en una línea de 1,25 dólares diarios per cápita, cantidad que se considera suficiente para la adquisición de productos necesarios para sobrevivir en los países de más bajos ingresos. En México las cosas están en una fase crítica.

Hace unos días, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política Social (Coneval) presentó su reporte “Índice de pobreza 2016”, en el que aseguró que, de acuerdo a las cifras de la Encuesta Nacional de Ingresos y Gastos de los Hogares (ENIGH), hubo una reducción de la pobreza. Sin embargo, existen estudios que han propuesto que estas cifras deben tomarse con cierta cautela, debido a que las metodologías para levantar estas nuevas estadísticas son distintas a las anteriores y por lo tanto su comparación resulta inútil o  falaz. Aún así, los registro a continuación. Los números reportados por el Coneval, oficiales para el gobierno mexicano, son los siguientes. En un tiempo histórico que va de 2010 a 2016, México pasó de tener 52 millones de personas pobres en 2010, a 53 millones en 2012. Para 2014 la cifra de personas pobres en el país ascendió a 55 millones, y para 2016 se observó una reducción al regresar a la cifra de 53 millones entre un total de 22 millones de habitantes. Lo que significa en todo caso que el 43 % de la población total es pobre.

Para no utilizar estos datos últimos, polémicos para diferentes instituciones y académicos, me remito brevemente a unos anteriores, menos cuestionados. De acuerdo con un informe anterior (2011), la misma institución pública creada en el 2004 para medir la pobreza en México, el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval), la población en situación de pobreza se incrementó entre 2008 y 2010, al pasar de 48.8 a 52 millones (El Universal, 8 de febrero de 2012). El estudio señala como argumentos el incremento en los precios de los alimentos y la crisis financiera, la cual tuvo un efecto negativo sobre el mercado laboral del país. “La falta de crecimiento económico en el largo plazo ha influido también en el desempeño de salarios, empleos e ingresos. La reducción del poder adquisitivo del ingreso tiene repercusiones importantes sobre el desarrollo social de la población, especialmente sobre la pobreza”, precisa.

El Coneval afirma que el incremento del número de personas en situación de pobreza estuvo relacionado con el crecimiento de la población que carece de acceso a la alimentación, la cual aumentó en 4.2 millones entre 2008 y 2010, así como a la reducción del ingreso real de los hogares, especialmente en las áreas urbanas. Para el año 2008 existían en México 18.2 millones de personas en condición de pobreza alimentaria (que es el equivalente a Pobreza Extrema del Banco Mundial). Según el mismo organismo, por primera vez en la última década, el número de las personas en pobreza alimentaria creció (apenas en dos años, del 2006 al 2008), en un 32%, al pasar de 13.8% al 18.2% de la población del país. (Cfr. El Economista, 5 de marzo de 2010). Por otro lado, el Banco Mundial asegura que en América Latina (si es que les incumbe a nuestros escritores la pobreza del pueblo latinoamericano), se produjeron 8.3 millones de nuevos pobres producto de la crisis mundial del 2009. Por cierto, la mitad de este número corresponde a México.

Así, las cosas, el número de mexicanos en condiciones de Pobreza Alimentaria podría ser, en un cálculo seguido de esta información, de más de 22 millones. Un número por demás alarmante por todo lo que tal número significa: programas sociales deficientes, pocas acciones encaminadas a la generación de empleo, rezago en el nivel educativo en zonas marginadas o no, nulo acceso a servicios básicos de salud o seguridad social, en fin, muy pocas estrategias que ayuden o favorezcan al crecimiento de la economía, la creación de empleos bien remunerados, el impulso de una política social que garantice una buena educación, salud (que no sólo es nutrición) y vivienda. Y por supuesto que sea igualitaria para todas las clases sociales.

Según el antiguo secretario general de la ONU, Ban Ki-moon, recientemente reemplazado por Antonio Guterres  (Cfr. El Universal, 7 de julio de 2011), cerca de 100 mil personas mueren al día por hambre (y más de 12 mil de esos muertos son menores de 5 años, debido a la pobreza extrema). Más de 1000 millones de personas viven actualmente en la pobreza extrema es decir, como ya dijimos, con menos de un dólar al día.  Más de 1800 millones de seres humanos no tienen acceso a agua potable, y más de 840 millones de personas sufren de desnutrición. Además: 1000 millones carecen de vivienda estimable y 880 millones de personas no tienen acceso a servicios básicos de salud o algún tipo de acceso a medicamentos básicos. Por poner algunos números en la mesa, dar un rostro a la realidad de la pobreza, la realidad que el escritor mexicano enfrenta o de la cual huye el artista suspendido.

Se ha  dicho aquí que el ciudadano artista tiene como prerrogativa atender o no la causa social. Que queda en su derecho ser un animal político, de cara al interés social, o bien, por otro lado, ser partidario de una actitud más bien ostracista, digamos, de morada interior, sin pensar, ni siquiera suponer veladamente, que la suya sea por tal circunstancia una obra desasida del mundo. Que decidirse por una u otra actitud, la de la fricción o la suspensión de la realidad, no opera sobre la calidad de las obras, aunque ciertamente uno haga arte como es.

Por lo pronto hay gente que no tiene qué comer y muere de hambre en nuestras narices. La gente que no mata con balas el hampa que ha tomado por el cuello a nuestro país, la gente que no es secuestrada, violada y asesinada por maleantes o autoridades corruptas en este país, la gente que no muere en hospitales sin medicamentos, mueres de hambre en nuestras narices. No tiene que llevarse de comer a la boca. Vivimos en una sociedad que se muere de hambre. Y esas vidas  esas vidas parecen valer muy poco o casi nada. Ni siquiera para la maravillosa comunidad artística.

Antonio María Calera-Grobet
(México, 1973). Escritor, editor y promotor cultural. Colaborador de diversos diarios y revistas de circulación nacional. Editor de Mantarraya Ediciones. Autor de Gula. De sesos y Lengua (2011). Propietario de “Hostería La Bota”.

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