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Julieta Cardona

09/09/2017 - 7:15 am

Métete por mis ojos

que, a pesar de meter la lengua en las esquinas, nada sana.

“Lorena”. Foto: Pamela Berlanga (@pamelaberlanga)

siempre he creído que suceden más cosas entre dos que se atraviesan cuando se miran largo rato sin hablarse que entre dos que tienen sexo remansado. que sucede un mundo. que dos mil meteoros caen quién sabe cuántos años luz a un ladito de la tierra. que se parte el mar. que se alborotan las glándulas. todas. que sudan las manos y esas líneas que rayan el cuello cuando bajamos la cabeza. que aparece un coqueteo de verdad –porque se diga lo que se diga, ya no se puede mentir–. que el pensamiento viaja a la velocidad de los ojos. y que si tienen tinte melifluo puedes ver la colmena que vive dentro. que amanece.

que si se hablan mientras se miran, la ficción se levanta y el telón se levanta. que se visitan los prados calientes de los abuelos de uno y la tundra desamparada de donde el otro no ha podido salir. que la ficción se ensaña y la memoria se expande. que uno es sol y el otro mar que se lo traga. despacito.

que si se tocan mientras se miran, el resto de los sentidos se aletargan. que las manos se vuelven culebras de agua dulce. que las costillas se desdibujan y los hombros se desdibujan y la cara se desdibuja. que todo se deshace. que el mundo inventado se desenreda. que pronto anochece.

que el ruido no existe.

que, a pesar de meter la lengua en las esquinas, nada sana.

y siempre había creído que los destinos que se tocan sin juntarse eran, por mucho, los más generosos. pero ya no. después de mirarnos por horas, te metiste al baño y a los cinco saliste en blusón. me aventaste los ojos, ahora sí, llenitos de ganas –de cualquier cosa: ganas de esto, de lo otro, de que, en una de esas, te preguntara algo tonto como «oye, ¿adónde se fue tu brasier?»– para dejarnos de romantiquerías y, por fin, pasar a lo bueno.

pero no dije nada porque nos sentíamos solas. y porque el espacio entre las dos era más grande que nuestro universo de complicidad y pestañas frías. otra cosa hubiera sido, oye, no habernos recorrido lo recóndito, haber prescindido de nuestras historias bobas, no habernos notado las grietas y pasar a lo bueno de los besos sin calzones, pero no: te me metiste por los ojos.

 

 

 

 

 

 

 

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