Jorge Alberto Gudiño Hernández
10/02/2018 - 12:02 am
Se acrecientan las dudas
Mañana domingo concluirán las precampañas. Tras millones de spots en los medios electrónicos, tengo muchas más dudas de las que tenía hace unos meses. Me explico intentando llegar a una idea que satisfaga mis inquietudes. No abundaré demasiado en el hecho de lo ridículo que me parece este falso periodo de promoción de candidatos. Sí, […]
Mañana domingo concluirán las precampañas. Tras millones de spots en los medios electrónicos, tengo muchas más dudas de las que tenía hace unos meses.
Me explico intentando llegar a una idea que satisfaga mis inquietudes. No abundaré demasiado en el hecho de lo ridículo que me parece este falso periodo de promoción de candidatos. Sí, la autoridad electoral sostendrá que no eran tales, el prefijo pre implica ciertos matices que son inexistentes. Al menos, en lo que se refiere al proceso más importante: el de la candidatura presidencial. No soy ingenuo y creo que todos sabemos que este par de meses fue como un adelanto de lo que serán las campañas verdaderas. Es decir, los mismos candidatos convenciendo a la población de que son los buenos. Así que el prefijo me sobra al igual que los millones de spots. Campañas eran y han sido. También serán cuando se acabe el simulacro y volvamos a toparnos con los contendientes a la presidencia de la República en más millones de spots sin sustancia.
Supongo que serán seis los candidatos a la silla grande. Tres partidistas y tres independientes (ojalá fueran siete, pero dudo que Marichuy vaya a aparecer en las boletas pese a los esfuerzos de sus seguidores). Hoy sólo tengo una certeza: ninguno de los integrantes de esa media docena de personajes me convence. Al contrario, si antes del proceso tenía alguna sospecha sobre la intención de mi voto, ésta ha terminado por disolverse.
Nótese, por favor, que escribo a título personal. No pertenezco a ninguna organización política, mafia o agrupación en torno a algún candidato. Si hay conjuntos de personas en donde quepo, es a los de mi familia y amigos que, en ambos casos, tienen pocos miembros. Nunca nadie ha pagado por mi voto ni me ha dicho que me debo pronunciar a favor de unos u otros.
Dicho lo anterior, las razones de mis dudas son varias.
En primer lugar, sé de cierto que el país está mal y que requiere cambios. Sin embargo, no creo que éstos dependan de nuevas leyes o de ocurrencias. Al menos, no del todo. Me parece que la transformación debe partir de la buena aplicación de las leyes ya existentes. Lo sé, existen muchas defectuosas e incompletas pero también podría haber ocasión para enmendarlas. El asunto es que el estado de derecho es frágil y nos hemos acostumbrado a la impunidad, la corrupción y un montón de vicios e injusticias. Son pocas las propuestas concretas (que no mágicas) que apuntan a resolver este problema. Ya lo dije: no soy ingenuo, la voluntad política no basta. Mucho menos las promesas de campaña.
En segundo lugar están las alianzas. Hay personas muy entendidas que las han podido justificar. A mí me da trabajo. No me cuadra un frente que es dos frentes. Tampoco una falsa izquierda reunida con un conservadurismo recalcitrante. Mucho menos la adopción de políticos en desbandada; muchos de ellos impresentables. Sobre todo, cuando el proyecto de nación se sigue sustentando en palabras vacuas. Estas alianzas descansan más en el oportunismo y la conveniencia que en una propuesta de gobierno. Aquí tampoco caben los independientes (la mayor parte de ellos): han pertenecido al mismo sistema que les ha dado la espalda. En algunos de los casos son el niño al que no dejaron jugar y se llevó su pelota para ver si conocía a otros amigos.
Desde hace muchos años supe que nunca votaría por el PRI. Más tarde me convencí de nunca hacerlo por el PAN. El PRD ha perdido toda legitimidad frente a mis ojos. MORENA, en su desesperación, recurre a prácticas que me parecen, cuando menos, indecentes. Incluso la idea de ejercer el voto útil a favor de uno de estos partidos para derrotar al otro no me convence.
Leo las encuestas y descubro que los porcentajes se mueven poco. Si les hago caso, concluyo que existen entre un 60 y un 70 por ciento de mexicanos que ya saben por quién van a votar. Hay quien dice que son las bases, el voto duro. Me da trabajo creer que haya tantos millones de personas con una certeza de ese tipo. ¿En verdad, más de cincuenta millones de personas son el voto duro de unos y otros?
A estas alturas, considero más razonable estar en el campo de los indecisos; incluso de quienes se negaron a contestar. La duda es fundamental para elegir. Vendrán meses de silencio. Luego una nueva andanada de spots, descalificaciones, guerra sucia y debates sin sustancia. Ojalá que, cuando llegue el momento de emitir mi voto, sepa por quien hacerlo y salga de la casilla con cierta tranquilidad de conciencia. Hoy por hoy, francamente lo dudo.
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