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Susan Crowley

10/08/2018 - 12:00 am

El irresistible misterio del amor

El artista ofrenda su alma a cambio de sentido. Sentir, pensar y lograr el acto de voluntad que lo haga trascender a la materia y a su destrucción. Vista de esta manera,la crea ción parece más una misión que un gusto por lo bello. Grandes artistas han puesto el alma al servicio del espíritu inquebrantable del arte. Uno de ellos es Oscar Wilde, el otro Richard Strauss.

El artista ofrenda su alma a cambio de sentido. Sentir, pensar y lograr el acto de voluntad que lo haga trascender a la materia y a su destrucción. Vista de esta manera,la crea ción parece más una misión que un gusto por lo bello. Grandes artistas han puesto el alma al servicio del espíritu inquebrantable del arte. Uno de ellos es Oscar Wilde, el otro Richard Strauss. Foto: Especial

Al menos una vez en la vida hay que dejarse cautivar por una obra de arte. Si esta obra, además, reúne la mejor dramaturgia, una música prodigiosa y el poder de la voz, estaremos accediendo al verdadero conocimiento, ese sensible y espiritual que nos hace mejores seres humanos. Oscar Wilde lo hizo, creó una de las obras de teatro más dolorosamente bellas: Salomé. Richard Strauss la adaptó en una ópera sublime, tal vez una de las más potentes del siglo XX. La unión de ambas es una experiencia que no debemos dejar de vivir.

Dicen los relatos antiguos que el alma fue enviada a la tierra para insuflarlo todo de belleza. El cuerpo se llenó de sensualidad, los objetos de una luz interna que les permitió la inmanencia. La naturaleza se revistió de colores y los atardeceres volcaron su esplendor en instantes. Era tal la fuerza del alma que no podía ser contenida. El caos se hizo presente como un alud que lo desbordaba todo. Con su poder trasgredía las formas y las condenaba a ser efímeras. Nada más bello que el soplo creado ya queimplicarí a su propia desintegración. Fuerza telúrica, desocultaba los abismos. Cavernas y fauces amorfas que poblaban la tierra impedían el equilibrio y la duración. Entonces los instantes se dispusieron a ser gobernados. Las divinidades enviaron al espíritu. Con ello la posibilidad de crear. El primer acto sensible del ser humano es el arte, previo incluso a la religión, muy probablemente anterior a la concepción del amor.

El arte trata de los límites, de la forma, de inteligir hasta dónde puede llegar la materia, de saber que siempre habrá algo que escapa a nuestro dominio. El acto creador es una pulsión de vida. Lucha permanente en contra de la desolación, es el artista quien elige los instantes y los transfigura. Toma la materia y le permite ser eterna en un gesto; a la medida en que este acto dure en su intensidad, será la manifestación de lo sublime. Es responsabilidad del artista saber que en cada objeto queda la memoria de la fuerza de la naturaleza y del caos, de la ruina y de la vida eterna que merece la belleza.

El artista ofrenda su alma a cambio de sentido. Sentir, pensar y lograr el acto de voluntad que lo haga trascender a la materia y a su destrucción. Vista de esta manera,la crea ción parece más una misión que un gusto por lo bello. Grandes artistas han puesto el alma al servicio del espíritu inquebrantable del arte. Uno de ellos es Oscar Wilde, el otro Richard Strauss.

Oscar Wilde insufló de fuerza dramática a uno de los pasajes bíblicos más perturbadores que existen. Un duelo en el que el drama humano se juega sin concesiones. Salomé, hija de Herodías e hijastra de Herodes, se obsesiona con Juan Bautista y trata de seducirlo. Wilde la convierte en lascivia pura, una especie de serpiente del paraíso que acorrala al bautista. Strauss agrega una serie de leitmotifs
cargados de una amplia gama cromática, algo de la melodía infinita de Wagner.

Salomé no logra su propósito. Al no obtener respuesta, pide la cabeza de Jokanaán (en alemán Juan) a cambio de bailar para el libidinoso Herodes que enloquecido de deseo accede. Salomé, fuerza de la naturaleza desbocada, poder salvaje que no se conoce a sí mismo, que no tiene contención, es femenino y es tierra. Es la belleza antes de ser idealizada y contenida por el espíritu. Es origen y principio que no necesita justificar su sensualidad, la vive y dilapida sin conciencia. Es el alma ingobernable. Juan el bautista representa el poder del espíritu inquebrantable. La mano del hombre moldeando y atrapando, fuerza reguladora. Salomé, última sacerdotisa, no está dispuesta a dejar el poder en manos del hombre. Danza para seducir, se quita velos que descubren el horror, lo innombrable. Apariencia pura, ¿la belleza es otra cosa?. En la ópera de Strauss, el profeta canta un largo monólogo que contrasta con las notas disonantes de éxtasis de Salomé, con ellas obliga a la vampiresa a ver su mundo
interior. Ella resiste, se niega a reflejar su imagen en el espejo. Salomé provocación, artificio, alma. Juan, fuerza interior, conciencia, espíritu. Oscar Wilde ha revivido a la última femme fatale, le permite actuar como un ánima destructora, sexual, erótica, instintiva, viva.

¿Quién tienta a quién? Juan sabe que morirá, Salomé quiere besar su boca, ruega amor, consumirse en el cuerpo del amado, él se niega. Gana tiempo, el tiempo de la religión, el de la historia que será escrita. Salomé no entiende de eso, solo quiere verse reflejada en los ojos del amado, ser reconocida. Juan, objeto del deseo infructuoso, Salomé, hieródula condenada. Strauss pone el clímax dramático más exigente hasta ese momento en la historia de la ópera; Salomé expira un grito de dolor extático, “el misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte”, cae en su propio abismo y morirá vacía, abandonada.

El arte es más que belleza, senda atormentada en la que los oscuros caminos se abren sin indicar a dónde terminan. No acepta atajos, no permite concesiones, no se puede simplificar con fantasías baratas que tratan de emular lo definitivo y la totalidad. Exigencia permanente, el artista tiene la obligación de contar los instantes y distraerlos de su propio transcurrir, eso lo vuelve poderoso pero lo condena. Crear es un acto de rebeldía perene. Rebelarse tiene un precio. El artista lo paga negociando con el alma, imponiendo su espíritu gobernante, así logra hacerla permanecer. Quienelige el camino del arte sabe que éste será siempre una especulación, jamás ofrecerá algo definitivo. Es inquietud y es dolor, es resistencia y tormento. Salomé, Wilde- Strauss es de esos placeres dolorosos que debemos vivir alguna vez en la vida.

https://www.youtube.com/watch?v=fk1IfsMxk0k aquí el tráiler de la propuesta de este año en el festival de Salzburgo (Salzburger Festspiele 2018), con una soprano impresionante, Asmik Grigorian.

https://www.youtube.com/watch?v=kInyoCPyFb0 y una de las mejores grabaciones que existen por si lo quieres escuchar completo, Sinopoli/Malfitano/ Terfel

Susan Crowley
Nació en México el 5 de marzo de 1965 y estudió Historia del Arte con especialidad en Arte Ruso, Medieval y Contemporáneo. Ha coordinado y curado exposiciones de arte y es investigadora independiente. Ha asesorado y catalogado colecciones privadas de arte contemporáneo y emergente y es conferencista y profesora de grupos privados y universitarios. Ha publicado diversos ensayos y de crítica en diversas publicaciones especializadas. Conductora del programa Gabinete en TV UNAM de 2014 a 2016.

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