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Jorge Alberto Gudiño Hernández

10/12/2016 - 12:00 am

Al borde de la información

Son épocas complicadas para la información. Mucho más, porque hemos caído en las redes de lo especulativo, del mero entretenimiento, de los rumores y los chismorreos. Así, tampoco, habrá cómo salvarnos. Escribo este texto varias horas después de que se anunció la muerte de Rafael Tovar y de Teresa, secretario de Cultura de nuestro país. […]

Son épocas complicadas para la información. Mucho más, porque hemos caído en las redes de lo especulativo, del mero entretenimiento, de los rumores y los chismorreos. Así, tampoco, habrá cómo salvarnos.

Escribo este texto varias horas después de que se anunció la muerte de Rafael Tovar y de Teresa, secretario de Cultura de nuestro país. También varias horas después de que se aclaró que dicha noticia era falsa; de que salió un comunicado oficial asegurando que estaba en el Hospital Militar; de que alguien dijera que lo habían trasladado desde Houston. Escribo días y semanas después de que se ha especulado sobre su estado de salud, asegurando varios que padecía cáncer, una enfermedad incurable, algún mal extraño. Tecleo sobre la base a chismorreos por doquier. Unos y otros se mezclan con arengas a favor o en contra de su labor en la recién creada Secretaría. Se suman quienes cuestionan su capacidad para seguir en el cargo o sus ausencias en eventos importantes. Más allá de la confirmación de la noticia, una cosa es cierta: algo pasa con Rafael. Algo que no se nos ha dicho o no se nos quiere decir.

Escribo este texto a unos días de que la fiesta por los quince años de Ruby haya colapsado las redes sociales. Todo, porque su papá no estaba consciente del alcance de éstas y decidió invitar a la fiesta de marras a todo mundo. El asunto no estriba, claro está, en la fiesta misma sino en cómo ésta ha alcanzado ya a posibles patrocinadores, a gobiernos de los estados y a un sin número de personas más que dispuestas a sumarse a un ágape que, cuando menos, queda bastante lejos de la mayoría de las casas.

Escribo este texto tras haber leído posturas y columnas informativas en torno a la privatización de la plusvalía de la propiedad privada en la Ciudad de México. He visto notas en Facebook donde aseguran que todos los dueños de algún inmueble en la ciudad tendrán que pagar verdaderas fortunas por el simple hecho de que éstos suban de precio gracias a una mejor infraestructura urbana. Otros, más sensatos e informados, explican cómo el modelo funciona en otros países y no pretende cobrar a los ciudadanos sino a los grupos inmobiliarios y quienes se aprovechan de la laxitud de los reglamentos de construcción. Si acaso, la redacción debe ser más clara para no abrir el paso a las ambigüedades.

Ignoro, este viernes por la mañana, si Rafael Tovar y de Teresa está muerto o sólo con la salud deteriorada. Las pocas veces que pude platicar con él me sorprendió toparme con una persona sencilla que amaba los libros. De eso trataron todas nuestras conversaciones: de libros.

Sé de cierto que yo no asistiré a la fiesta de Ruby. No sé, en cambio, cuánta gente podrá llegar. Cuánta más respecto a los invitados pensados en un principio. Cuál es el impacto real de ese video tantas veces compartido y visto.

Supongo que quienes tienen inmuebles en la Ciudad de México no tendrán que pagar el consabido impuesto a la plusvalía. Sería catastrófico para muchas familias. Tal vez heredaron una propiedad hace mucho tiempo y ahora vale varias veces más. Espero, en cambio, que sí se creen tasas impositivas para esos consorcios de constructores que están volviendo a esta ciudad aún más inhabitable, de tan saturada que está.

Los tres casos anteriores son claros ejemplos de la desinformación que corre en nuestros días. Los tres, por razones en apariencia diferentes. El primero, porque ya sabemos que este gobierno federal es torpe a la hora de los comunicados. Torpe y lento. Eso hace que, sin duda, muchas especulaciones conspiracionistas se hagan de un espacio propio. Se me figura que bastaría con cierta claridad para no jugar con los sentimientos de las personas. Aunque, a decir verdad, parece que esta semana lo más relevante ha sido el asunto de la fiesta de Ruby. Un segundo caso. Éste parte del error, el equívoco o cierto menosprecio al poder de las redes sociales. Es de suponer que el papá de Ruby no supo o pudo medir las implicaciones de su invitación. Lo curioso no es eso. Lo curioso es que haya consumido tanto tiempo de tantas personas el estar atentos al desarrollo del evento. Horas en las que optamos, por supuesto, en dejar de pensar en cosas más importantes. No para Ruby, claro está, sino para nosotros mismos. El tercero es, quizá, el más grave. Incapaces como somos, la mayoría de los ciudadanos, de entender a cabalidad las implicaciones de ese posible impuesto a la plusvalía, nos dejamos llevar por el pánico. Un pánico que bien podría estar justificado por las arbitrariedades que suelen pasarnos por encima, por lo cuestionable del Constituyente, porque lo que se sabe de esa nueva constitución parece ridículo… pánico, sí, pero pánico fundado.

Son épocas complicadas para la información. Mucho más, porque hemos caído en las redes de lo especulativo, del mero entretenimiento, de los rumores y los chismorreos. Así, tampoco, habrá cómo salvarnos.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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