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Julieta Cardona

11/03/2017 - 12:05 am

Empacar, parte 1

Entonces agarré cajas y las puse en el suelo con etiquetas grandes: basura / vender / reciclar / hermana / libros. Y mientras separaba todas esas historias me puse a llorar: qué rico sentir tanto.

Mientras separaba todas esas historias me puse a llorar: qué rico sentir tanto. Foto: Google

Me voy.

Estoy poniendo todo patas parriba porque se siente bien rico estar de pronto al borde: al borde.  La cosa es que agarré todas las cosas que hay en el departamento donde vivo y las junté en la sala, todo al centro: los cuadros de las paredes, los utensilios de cocina, las mesas, las sillas, las plantas, las mesas, los libreros con los libros, el refrigerador, el microondas, la vajilla, el telescopio, las tres copas de vino, la ropa, los zapatos, las lámparas y, bueno, cómo llamarlas: las chingaderitas con historias, cosas innecesarias que se asumen como especiales.

Puse todo al centro para pintar las paredes de blanco. Y me quedé sentada un buen rato frente a ese bulto inmenso que también era un puñado de mi vida. El cúmulo de mis relaciones personales, laborales, los viajes en coche, en avión, en Uber, la mudanza, el pedo que fue la mudanza, el soporte de mis padres, la tarde que mi hermana llegó llorando y se aventó al sillón que tenía un montón de cosas encima y hasta el día que, en esa mesa chiquita, manoseé bien duro a una mujer más triste que yo. Mis decisiones. Todo cabía en un perímetro de cinco por seis, hasta la mecedora de Julia, mi tía abuela.

Recibí este departamento pelón. Recién pintado pero lleno de polvo y con la base vieja de una cama que, al parecer, tenía una peculiar resistencia por irse de aquí: ya había pasado por dos inquilinos y se empeñaba conmigo. Como no tenía dinero para mandar a la mierda ese pedazote de madera corriente y pesada, la usé como mesa. Y a paso lento hice habitable este lugar: comencé con un sillón regalado, una hielera como refrigerador, un colchón inflable y la mesa necia de pino barato. Terminé con un montón de cosas puestas al centro: la mayoría compradas, otras regaladas, pocas donadas; al final todas chingaderitas con historias.

Entonces agarré cajas y las puse en el suelo con etiquetas grandes: basura / vender / reciclar / hermana /  libros. Y mientras separaba todas esas historias me puse a llorar: qué rico sentir tanto.

 

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