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Diego Petersen Farah

12/08/2016 - 12:00 am

Del “mal humor” al vil enojo

No es la imagen ni la autoestima de Peña lo que está en juego sino la estabilidad y gobernabilidad del país.

No es la imagen ni la autoestima de Peña lo que está en juego sino la estabilidad y gobernabilidad del país. Foto: Cuartoscuro
No es la imagen ni la autoestima de Peña lo que está en juego sino la estabilidad y gobernabilidad del país. Foto: Cuartoscuro

La buena noticia para el Presidente Peña Nieto es que el “mal humor social” parece haber pasado; la mala es que se convirtió en vil enojo. Los mexicanos no perdonaron al Presidente. A juzgar por la nueva caída en la evaluación presidencial (ya va en 23 por ciento de aprobación, la mitad de lo que tiene el Presidente Obama y muy similar a el Presidente Venezolano, Nicolás Maduro) no sólo no lo perdonaron por haber hecho cosas “que lastimaron profundamente” y “causaron indignación” sino que el castigo sigue. Como en la canción, no se lo perdonan, porque si se lo perdonan seguro es que se olvida. Y nadie quiere olvidar.

Pero a estas alturas no es un asunto solamente de forma. El Presidente no tiene un problema de imagen, como sostienen algunos de sus asesores, sino de resultados. No es la “casa blanca”, o más bien, no es sólo la “casa blanca”. En la caída está reflejado el aumento del precio de la energía eléctrica (nadie se ha disculpado aún por haber incumplido con la promesa presidencial); están reflejados los muertos a manos de la Policía Federal en Nochixtlán (mes y medio después, no tenemos una explicación oficial de qué fue lo que realmente pasó y mucho menos si hay algún responsable por los hechos); está en la ecuación todo el sur de la república, paralizado por las protestas de la CNTE y por la incapacidad del gobierno para resolver un conflicto que se puede decir cualquier cosa menos que sea sorpresa (cualquier persona que haya leído periódicos o al menos estado al tanto de lo que ha sucedido en el país en los últimos 30 años habría apostado que la Coordinadora haría ese tipo de manifestaciones); está presente la violencia que siguen en escalada en varias regiones del país y la inseguridad en las ciudades.

La popularidad sirve para alimentar el ego de los políticos, pero sobre todo para gobernar. No es que a Peña Nieto una mala evaluación le impida ejercer el poder, ese lo tiene constitucionalmente, el problema es que aplicar cualquier política se vuelve mucho más complejo cuando no hay credibilidad en el gobierno. Es como manejar con las llantas ponchadas: el volante se pone duro y la dirección no responde.

Al Presidente le quedan todavía 27 meses al frente del Estado mexicano; no puede bajar la cortina y dejar que el tiempo tome las decisiones que él no ha podido tomar. La descomposición política del país en esos meses que faltan de su administración pueden ser terrible e incluso reflejarse afectar los resultados económicos.

No es la imagen ni la autoestima de Peña lo que está en juego sino la estabilidad y gobernabilidad del país. La mala evaluación del presidente es un síntoma de un país molesto y frustrado que, más allá de si compartimos o no el resultado, debe convertirse en una llamada de atención para toda la clase política del país.

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