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Óscar de la Borbolla

12/09/2016 - 12:00 am

¡No es posible!

La tremenda paradoja es que nos hemos inventado unas fantasías completamente inadmisibles por no poder admitir los hechos inadmisibles. Esto sí que es un problema, una “ventana de oportunidad”, como se dice hoy. Habría que asomarnos alguna vez por la ventana del ¡no es posible!

La tremenda paradoja es que nos hemos inventado unas fantasías completamente inadmisibles por no poder admitir los hechos inadmisibles. Esto sí que es un problema, una "ventana de oportunidad", como se dice hoy. Habría que asomarnos alguna vez por la ventana del ¡no es posible! Foto: Especial
La tremenda paradoja es que nos hemos inventado unas fantasías completamente inadmisibles por no poder admitir los hechos inadmisibles. Esto sí que es un problema, una “ventana de oportunidad”, como se dice hoy. Habría que asomarnos alguna vez por la ventana del ¡no es posible! Foto: Especial

“¡No es posible!” es una exclamación muy popular en la que, dependiendo del énfasis con que la proferimos, se entremezclan innumerables sentimientos: azoro, incredulidad, consternación, indignación… Algo en nosotros se rebela contra un hecho que no sólo nos parece neutralmente inadmisible como “dos más dos suman cinco”, sino que el rechazo es vital, racional, moral, emocional, visceralmente inaceptable. Son hechos que nos agravian desde todos los flancos, que rompen nuestro equilibrio y que, por donde los miremos, no pueden entrarnos en la cabeza. La frase “¡no es posible!” es la manera como nuestro ser en pleno verbaliza su rechazo.

En este pernicioso mundo siempre ha habido, casi podría jurarlo, atrocidades ante las que la gente con esta frase u otra parecida, ha manifestado su indignado repudio. Los ejemplos podrían ser infinitos: el muchacho que al escuchar el testamento paterno se da cuenta de que todo fue dejado a sus hermanos y que él, sencillamente, quedó excluido; o aquel que emprendió un viaje de trabajo y al volver a su casa encuentra que toda su familia desapareció. Los ejemplos, insisto, podrían ser infinitos, no fatiguemos con más este texto. En la exclamación ¡no es posible! se asoma una sensación de injusticia, de ilogicidad, de algo que atenta contra el sentido común, contra lo que uno espera o desea que sea el mundo: un lugar comprensible.

¿Qué hacemos ante eso que nos arranca de la boca la expresión ¡no es posible? Al principio lo negamos, rabiamos… Las reacciones también son innumerables; pero, si uno no se mata, si uno sigue, se comienza a racionalizar, a inventar alguna explicación no que lo justifique, sino que lo explique, que lo vuelva inteligible, que lo haga comprensible, posible, que le dé algún sentido. Y aunque pueda ser que, en efecto, no tenga ninguna explicación, ningún sentido, a la larga terminamos inventándole un sentido, porque literalmente no podemos vivir con el sinsentido. Las racionalizaciones pueden ser muy buenas o muy malas, eso depende del talento de cada quien, pero igual cumplen unas y otras con su cometido: permitirnos seguir.

Hay algo, sin embargo, entre todo lo que nos ocurre que es particularmente inaceptable: una desgarradura de la que aflora nuestro más hondo ¡no es posible!: la muerte. No la muerte estadística y distante, sino la muerte que nos parte el alma, la que le pasa a uno de los nuestros, la que nos mata en carne propia. En esos casos, hay un ¡no es posible! que nos hunde en el duelo que duele, pues se mantiene como una ausencia, como un hoyo que sigue al día siguiente y a la semana siguiente y para el resto de los años.

Sin embargo, sabemos que sucede, sabemos que es natural, sabemos que no somos inmortales, o sea, ya lo tenemos desde siempre racionalizado: para eso existen infinidad de religiones. Las respuestas para nuestro ¡no es posible! están ahí desde hace siglos. Habría que preguntarnos ¿por qué están ahí desde hace siglos? ¿Por qué no solo explican, sino justifican? ¿Por qué lo que ¡no es posible! se convierte en algo tan tranquilizadoramente inteligible? ¿No será que estamos flacos, vulnerados y necesitamos agarrarnos de “cualquier cosa” porque el sinsentido al que la muerte nos encara es insoportable?

La tremenda paradoja es que nos hemos inventado unas fantasías completamente inadmisibles por no poder admitir los hechos inadmisibles. Esto sí que es un problema, una “ventana de oportunidad”, como se dice hoy. Habría que asomarnos alguna vez por la ventana del ¡no es posible!

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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