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Peniley Ramírez Fernández

12/10/2016 - 12:00 am

Solecito y las batallas contra el silencio

“A las gacelas les crecieron alas, y a la pistola que me apuntaba tan desafiante se le acabaron las balas” Génesis Urrutia Dos días antes del secuestro que le arrancó la vida, Octavio acompañó a su madre a la Parroquia de la Merced, en el puerto de Veracruz, para tomarse muestras de ADN.

En el mensaje iba implícita la amplia sonrisa de Génesis, el rasgo más común en su recuerdo entre quienes la conocieron. En sus fotos de Facebook ella hablaba sobre la tierra, sobre la vida, sobre el agua que cae en las hojas verdes del trópico. Foto: Especial
En el mensaje iba implícita la amplia sonrisa de Génesis, el rasgo más común en su recuerdo entre quienes la conocieron. En sus fotos de Facebook ella hablaba sobre la tierra, sobre la vida, sobre el agua que cae en las hojas verdes del trópico. Foto: Especial

A las gacelas les crecieron alas,

y a la pistola que me apuntaba tan desafiante se le acabaron las balas”

Génesis Urrutia

Dos días antes del secuestro que le arrancó la vida, Octavio acompañó a su madre a la Parroquia de la Merced, en el puerto de Veracruz, para tomarse muestras de ADN.

Estaban allí otros familiares de desaparecidos. Sus muestras se sumaban a un modesto registro propio de un grupo de madres, una mínima base de datos para comparar los restos, los cabellos, los tejidos, el horror que cada mañana desentierran en Colinas de Santa Fe, un cementerio humano bañado por la brisa marina y el calor sofocante, en la carretera que viene de Xalapa, cercano a las primeras casas del puerto de Veracruz.

La madre de Octavio, Briseida Baruch, cumplía un año de buscar a su hijo mayor, Gustavo. El hijo menor también había sido amenazado por un policía, contó su hermana Dovianid a la prensa local.

El día de la desaparición, Octavio salía de paseo con varios de sus amigos. Una de ellos, Génesis Urrutia, escribió “te quiero” esa mañana a su madre, de acuerdo con una crónica publicada por el portal Expediente MX, uno de los pocos medios en el Veracruz gobernado por Javier Duarte, que ha contado las historias de la violencia con el crudo lenguaje que exige la barbarie.

En el mensaje iba implícita la amplia sonrisa de Génesis, el rasgo más común en su recuerdo entre quienes la conocieron. En sus fotos de Facebook ella hablaba sobre la tierra, sobre la vida, sobre el agua que cae en las hojas verdes del trópico.

“Yo algún día, pero me emociona desde hoy”, escribió el 3 de septiembre, cuando uno de sus profesores posteó un mensaje sobre el milagro de hallar el amor verdadero.

Un mes después, Génesis, Octavio y su amigo Leobardo Arroyo fueron vistos por última vez. Los secuestraron en plena calle. Uno de ellos, según los relatos recogidos por la prensa, corrió para salvarse, pero fue alcanzado por dos hombres armados y un taxi.

“Son estudiantes, deben mediatizar el caso de volada, porque si no, no se resuelve”, aconsejó a Briseida la fundadora del colectivo Solecito Veracruz, Lucía de los Ángeles Díaz. Entre las familias decidieron que la hermana de Octavio y el papá de Génesis, Edgar Urrutia, fungirían como voceros del caso.

Los amigos de Génesis crearon su propio colectivo. El grupo de Facebook Hasta Encontrarte Génesis reunió una comunidad de dos mil personas en una semana. Buscaron que la dirección de la Facultad de Ciencias y Técnicas de la Comunicación solicitara a la rectora de la Universidad Veracruzana, Sara Ladrón de Guevara, un mensaje más enérgico del que obtuvieron los primeros días luego del secuestro. Consiguieron un boletín de dos párrafos, cuando el cuerpo de Génesis y sus amigos ya había sido encontrado, cortado en trozos.

“A los muchachos ya los habían enterrado. Fue lo que pensamos todos los que vimos las fotos de los restos. Tenían mucha arena. Se ve que (los asesinos) recibieron una orden de arriba. Tuvieron que sacarlos y ponerlos en esas bolsas en un lugar donde los encontraran”, asegura en una conversación telefónica para esta columna Lucía de los Ángeles Díaz, líder del colectivo Solecito Veracruz.

En el horror que ha vivido Veracruz durante la última década, como en tantos otros casos en México, encontrar los restos de un ser querido es el único modo de comenzar a curar las cicatrices. Y la lucha contra el silencio parece ser el único camino certero hacia ese empeño.

Recuerdo vívidamente cómo describió este sentimiento de impotencia una de las madres de los desaparecidos de Coahuila, durante una entrevista que nos concedió este verano para un reportaje de Univision Investiga.

Si encontrara una uña, un cabello, un diente, su ropa, podría dormir, dijo ante la cámara Guadalupe Fernández, con lágrimas en su voz.

“Callarte, ser insensible, ser opaco, es una forma de ser cómplice”, leyó este 10 de octubre ante un lecho de girasoles, horas después de que se confirmara la muerte de los jóvenes veracruzanos, la profesora Leticia Núñez, quien habló en nombre y a solicitud de los amigos de Génesis durante el improvisado homenaje que le organizaron en su Facultad.

¿Las autoridades reaccionan ante la prensa, ante el “ruido” en las redes sociales, como único modo para establecer prioridad en un caso? La respuesta parece ser que así es, dice Lucía de los Ángeles.

Cuando desapareció en 2013 su hijo Luis Guillermo, entonces de 29 años y quien se había convertido en el “DJ más famoso del Golfo de México”, nunca aceptó la inacción de las autoridades.

Poco después comprendió que muchas madres de desaparecidos vivían una situación aún peor que la suya en el puerto de Veracruz. “Solitario queda muy optimista con lo que estaban viviendo”, relata en una conversación telefónica.

La activista ha debido moverse unos pasos afuera del “predio” – como le llama insistentemente al sitio donde han instalado la búsqueda de fosas clandestinas- para obtener mejor señal durante la llamada.

  • ¿Por qué allí? – le pregunto sobre el sitio donde escarban desde el pasado 3 de agosto. Han encontrado 100 fosas y 62 cuerpos.
  • Porque todo nos indicaba, todos los rumores, todas las filtraciones, que aquí los enterraron –responde, recia la voz.

La pista definitiva llegó el 10 de mayo, día de las Madres.

Las madres preparaban el inicio de la marcha. Una camioneta pick up estacionó frente a ellas. “En un relámpago, no los vimos venir”, recuerda. Dos hombres, de mediana edad y tez morena, bajaron deprisa. Les entregaron una hoja de papel.

“Era una fotocopia, un croquis, de Colinas de Santa Fe. Decía que había 500 cuerpos allí”, rememora la líder del colectivo. “Habíamos oído los rumores mil veces, SEIDO (Subprocuraduría Especializada en Investigación de Delincuencia Organizada, de la Procuraduría General de la República) encontró hace dos años aquí cuerpos incompletos. No hicieron más nada”.

Solecito Veracruz comenzó en 2014, primero como un grupo de Whatsapp que no superaba las diez integrantes. Como nombre al grupo, ella eligió “El sol volverá a brillar”. Encontró en Internet una foto de un sol, y la colocó como imagen del perfil. Desde entonces ha sido su emblema.

Entre ventas de ropa usada, de comida y rifas del menaje de casa que Lucía había comprado para mudarse, justo antes de la desaparición de su hijo, las voluntarias han acopiado más de 100 mil pesos. “Nunca me mudé, usamos todo lo que había comprado para las rifas”, relata.

Con el dinero han comprado palas, materiales para reabrir las fosas. Han pagado a los ayudantes, se han surtido de comida y agua para las largas jornadas de búsqueda.

En su experiencia como activista, un mensaje que transmitió a los familiares de los cuatro chicos secuestrados el 29 de septiembre, la peor opción es el silencio.

“Los casos que no se mediatizan no se resuelven”, afirma resuelta. “A veces los resuelven de una manera que te pone a pensar, pero los resuelven”.

Los cuatro jóvenes desaparecidos encontraron en este grupo un sustento, una voz, que no halló Briseida un año antes, cuando desapareció Gustavo.

Los primeros informes ministeriales sobre el caso que han sido filtrados a la prensa concentran el caso precisamente en los hermanos García Baruch. Hablan de una supuesta deuda con narcotraficantes, de un ajuste de cuentas. Sobre sus amigos, infieren que no tenían una conexión directa, ni antecedentes penales; que fueron llevados solo porque estaban con él.

Muchos creen que estas explicaciones están encaminadas a criminalizar a los jóvenes. Entre las víctimas de Colinas de Santa Fe, sin embargo, muchos casos no han tenido una pista, una explicación, alguna verdad, inclusive a medias, que les ayude a lidiar con su dolor.

En cualquier país democrático, un chico que ha tenido problemas con la justicia va a la cárcel, no termina muerto y mutilado. En un sistema como ese, los amigos de ese chico ven a su amigo enfrentar a la justicia, no mueren con él. En el México de hoy, una filtración de esta naturaleza, sobre un caso que está aún lejos de ser juzgado, siempre deja un velado mensaje de que “lo merecían”.

“Ha sido una batalla. Las madres en su cabeza piensan que las autoridades van a hacer algo. Nadie puede pensar que van a ser tan omisos, tan indolentes”, confiesa la líder de Solecito.

Y sin embargo, mientras los familiares y amigos de los jóvenes aún exigen una explicación clara, un motivo, otras madres sólo encuentran algo de alivio en la búsqueda, incesante, en el predio de Colinas de Santa Fe.

 

Peniley Ramírez Fernández
Peniley Ramírez Fernández es periodista. Trabaja como corresponsal en México de Univisión Investiga.

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