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Óscar de la Borbolla

12/12/2016 - 12:00 am

El origen del tiempo

Del tiempo sabemos o creemos saberlo todo.

Del tiempo sabemos o creemos saberlo todo. Foto: Especial
Del tiempo sabemos o creemos saberlo todo. Foto: Especial

Ahora resulta muy fácil hablar del tiempo: llevamos tanto tiempo hablando de él que nos parece conocerlo al revés y al derecho. Los griegos lo volvieron dios y por ellos sabemos que Cronos es tan cruel que devora todo, incluidos sus hijos, y también sabemos, por Zeus, que para pertenecer a los inmortales hay que encadenarlo. Es muy fácil, como casi todo en este tiempo, hablar del tiempo: la perspicacia de millones de hablantes que nos anteceden nos enseña que el tiempo tiene tres grandes estaciones: pasado, presente y futuro, e incluso sabemos, gracias también al dilatado tiempo que nos precede, que podemos darle distintas profundidades al pasado, por decir un ejemplo: una profundidad inmediata que casi nos alcanza y otra remota, concluida y sepultada: “yo he amado” es diferente de “yo amé” (es posible que tratándose de sentimientos los tiempos verbales no sean tan claros; pongamos mejor una sensación, cambiemos el amor por el hambre); “yo he sentido hambre” es distinto de “yo sentí hambre”.

El sujeto de la primera oración tiene un hambre saciada pero no está tan lejos del presente como el hambre del sujeto de la segunda oración: ese que dice: “yo sentí hambre”; por  lo expresado goza de una buena situación económica, pues hace tiempo que no siente hambre. Gracias a los tiempos verbales (aunque ahora sólo se usen pasado y presente del indicativo) nos movemos con gran soltura en el tiempo.

Tenemos nombres para hablar de los días, los meses; unidades de medida, desde nanosegundos hasta siglos o evos (mil millones de años), hablamos del instante y de la eternidad, y gracias a los números podemos adentrarnos hasta, literalmente, el origen de los tiempos.

Del tiempo sabemos o creemos saberlo todo. Otros lo han pensado por nosotros: el tiempo se ha considerado como parte del mundo objetivo y también del modo contrario, como estructura de la sensibilidad, o sea como una coordenada que aporta el sujeto. Para unos el tiempo es absoluto, para otros es relativo pues depende del observador. Forma parte incluso de una sencilla ecuación con la que hoy hasta los niños calculan la velocidad: V = D/T…

Sin embargo, qué cosa más difícil es el tiempo. Yo, honestamente, no termino de entender qué sea. Incluso me maravilla el prehumano que lo descubrió, ¿cómo, sin lenguaje todavía, se percató de que había tiempo? Supongo que se dio cuenta de que había algo y “luego” ya no… pero ese prehumano no tenía nuestra noción de “luego”; ¿cómo pudo asir esa experiencia sin un vocabulario evolucionado como el nuestro?

Me imagino que los binomios día-noche, frío-calor, hambre-saciedad, y todos los que suponen una alternancia, necesitaban para explicarse un tiempo para cada uno; primero el sol y “luego” el no sol y que así nació nuestra noción de “luego”. Y que al principio, ya no un prehombre, sino un antepasado por línea directa comenzó a encontrar que ese luego y luego y luego volvía a repetirse, que había ciclos en el cielo, ciclos en las estaciones, ciclos rutinarios en los que el suceder se repetía. A esos ciclos los llamó “orden”, pues eran cambios, pero no cambios hacia cualquier cosa sino cambios siempre en una misma dirección, y así descubrió también la estructura causal, las cadenas causa-efecto que son un antes y un después, que están forzosamente ligados en el tiempo.

¡Qué trabajo más infernal el de nuestros antepasados, qué paciencia y qué observación y qué inteligencia para poder darse cuenta de lo que no les contaron, sino que se esforzaron para legárnoslo y que ahora nos resulte todo tan fácil! Aunque yo siga sin saber qué sea el tiempo.

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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