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Óscar de la Borbolla

13/08/2018 - 12:04 am

Caminos no euclidianos

Lo primero que viene a la cabeza cuando se escucha la palabra “camino” es una vereda (o una carretera, da igual) que une dos puntos y, por culpa de Euclides, uno piensa en una línea recta, pues hemos aprendido que la recta es el camino más corto entre dos puntos. Parece claro, pero nada es tan sencillo actualmente.

Parece claro, pero nada es tan sencillo actualmente. Foto: Especial

Lo primero que viene a la cabeza cuando se escucha la palabra “camino” es una vereda (o una carretera, da igual) que une dos puntos y, por culpa de Euclides, uno piensa en una línea recta, pues hemos aprendido que la recta es el camino más corto entre dos puntos. Parece claro, pero nada es tan sencillo actualmente.

En el Discurso del método, Descartes anotó, como una de las reglas de su moral provisional, mantenerse siempre en la dirección elegida porque sólo así, pensaba, puede salirse de un problema y, para darle una rotunda elocuencia a su argumento introdujo como ejemplo hallarse perdido en un bosque: zigzaguear, o sea, tomar una decisión y luego la contraria, no nos permite salir; mantenernos, en cambio, en el camino recto de nuestra elección es lo que sí nos puede sacar del extravío. El camino correcto con Descartes consiste en mantenernos en el trazo original de nuestra elección: ir siempre recto.

Y otro tanto dice del camino Lewis Carroll, aunque con una capacidad de sugerencia insuperable. Me refiero al conocido diálogo de su Alicia en el país de las maravillas: Alicia pregunta: “¿Qué camino debo seguir?” Y el gato contesta: “Eso depende de a dónde quieras ir y si no sabes a dónde quieres ir, entonces tampoco importa mucho el camino que tomes”. Y más adelante, el gato advierte que siempre se llega a algo si se camina lo suficiente. Por lo visto, es la identificación de la meta la que señala cuál camino seguir y cuando no se tiene clara la meta de todos modos se llega a alguna parte, con la condición de caminar lo suficiente. A la esencia del camino euclidiano se suman dos condiciones más: tener clara la meta y la resistencia; pero el camino sigue siendo recto.

En la vida, sin embargo, los caminos nunca son rectos. Y no estoy pensando en la pedestre idea de que la superficie terrestre nos fuerza, por muy recto que vayamos, a trazar una línea geodésica, sino en el camino real, que es mucho más complejo que el que se recorre en las geometrías no euclidianas.

En la vida, en la realidad, el camino tiene que ver más que con el mero espacio, con las dificultades que es necesario vencer para ir de un punto a otro. Esto yo lo sabía en la práctica, pero sólo acabé de entenderlo leyendo sobre “el efecto honda” del matemático Michael Minovitch y de las autopistas interplanetarias que ofrecen rutas muy complicadas en el espacio para ir de un punto a otro.

Me explicaré: en 2014, una sonda espacial llamada Rosetta aterrizó en el cometa denominado 67P/Churyumov-Gerasimenko. Diez años antes había salido de la Agencia Espacial Europea y, para poder lograr esa proeza, llevó a cabo la trayectoria más complicada que pueda imaginarse, pues en lugar de ir a encontrarse con el cometa en el punto más próximo de su trayectoria, se dirigió en sentido contrario: el cometa venía de más allá de Marte y la sonda espacial se fue rumbo a Venus. Esto parece absurdo, pero no si se piensa que el campo gravitatorio de Venus le dio un impulso que le permitió, por una ruta más larga, ahorrar combustible y reorientar su rumbo. Rosetta anduvo zigzagueando entre los planetas del Sistema Solar y eso fue lo que finalmente hizo posible alcanzar al cometa y lanzarle un dispositivo que se ancló en él. Los cálculos que permitieron esta hazaña son verdaderamente extraordinarios. A quien desee hacerse una idea de esa complejidad le recomiendo el libro Las matemáticas del cosmos, de Ian Stewart. Ahí se dice también que la cantidad de combustible que habría sido necesaria para mandar la sonda directamente era de tal magnitud que, sencillamente no habría sido posible la misión. Para hacerse una idea aproximada piénsese en los viajes a Europa con escalas, salen mucho más baratos, pese a que se recorre más distancia.

Me interesan esas rutas reales, esos caminos reales, pues así de galimáticos y laberínticos son los que nosotros recorremos cuando realmente llegamos a nuestras metas. Si para que Rosetta llegara al cometa hizo falta no sólo valerse de los campos gravitatorios de los planetas, sino volver a pasar cerca de la Tierra y, además, un efecto insignificante en algún punto de su trayecto (Efecto Mariposa), de igual modo en las rutas de nuestra vida no sólo hace falta hacer bien lo que uno hace, sino tal vez haber o no saludado a alguien, pues toda lo suma de lo que uno ha hecho hasta un momento determinado es lo que termina permitiendo o impidiendo alcanzar alguno de nuestros anhelos. La ecuación que hizo posible la misión Rosetta es como la ecuación de una vida humana.Yo que alguna vez quise lograr el premio Nobel tal vez si me hubiera ido en sentido contrario de mi meta: no a escribir mejor el siguiente libro, sino a trabajar en la política, o de parranda con un selecto grupo del jet-set hoy, tal vez, estaría más cerca. En la vida los caminos no son euclidianos.

Twitter: @oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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