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Jorge Javier Romero Vadillo

13/10/2016 - 12:00 am

A vueltas con la crisis del PSOE

A pesar de la relativa indiferencia con la que fue recibida mi colaboración de la semana pasada, quiero insistir en el tema de la crisis del socialismo español, pues esta es reflejo de los problemas que atraviesa toda la izquierda democrática europea, los cuales se reflejan en el debilitamiento de todo el proyecto socialdemócrata en […]

El PSOE intentó frenar el trasvase del voto joven y más de izquierda a Podemos con la elección de un nuevo líder a través de unas elecciones abiertas a toda la militancia, en lugar de hacerlo en un congreso partidista, como tradicionalmente ocurría. Foto: EFE
El PSOE intentó frenar el trasvase del voto joven y más de izquierda a Podemos con la elección de un nuevo líder a través de unas elecciones abiertas a toda la militancia, en lugar de hacerlo en un congreso partidista, como tradicionalmente ocurría. Foto: EFE

A pesar de la relativa indiferencia con la que fue recibida mi colaboración de la semana pasada, quiero insistir en el tema de la crisis del socialismo español, pues esta es reflejo de los problemas que atraviesa toda la izquierda democrática europea, los cuales se reflejan en el debilitamiento de todo el proyecto socialdemócrata en el mundo.

Como escribí la semana anterior, el PSOE lideró en España un gran proceso de transformación económica y social desde 1982 hasta 1996, encabezado por Felipe González. Durante esos años, el país ingresó a la Comunidad Europea, hoy Unión Europea, construyó un Estado de bienestar respetable y dio un gran salto en infraestructura que lo niveló con sus socios más avanzados. Gracias a los fondos de cohesión europeos, las regiones españolas más atrasadas lograron superar la pobreza y la prosperidad llegó a todas las comunidades autónomas creadas por la Constitución de 1978.

Después de ocho años de gobiernos conservadores, los socialistas volvieron al gobierno en 2004 y. bajo la presidencia de José Luis Rodríguez Zapatero, lograron impulsar una agenda de ampliación de derechos civiles y de prestaciones sociales muy ambiciosas. Sin embargo, la crisis económica mundial se cebó con especial virulencia en España, en buena medida debido a la manera en la que el gobierno conservador de José María Aznar había propiciado la especulación inmobiliaria, y la mala gestión del gobierno socialista de la caída económica llevó a que en las elecciones de 2012 el PSOE tuviera un gran retroceso, mientras el PP alcanzaba la mayoría absoluta.

A partir de entonces, con todo y el gran malestar social provocado por la política de austeridad que el gobierno de Rajoy aplicó como disciplinado acólito de los dictados de Bruselas, el partido socialista siguió perdiendo electores. El líder que sustituyó a Zapatero, Alfredo Pérez Rubalcaba, un veterano de los gobiernos de González, de talante prudente y negociador, no consiguió recuperar el entusiasmo de parte del electorado tradicional socialista y, a partir de las elecciones europeas de 2014, enfrentó el ascenso de Podemos, una nueva fuerza identificada por el electorado como de izquierda, a pesar de sus intentos de presentarse como un polo de atracción transversal. Podemos se nutría de las movilizaciones de indignados que en las postrimerías del gobierno de Zapatero había inundado las ciudades españolas y que desde el 11 de mayo de 2011 habían tomado durante meses la Puerta del Sol de Madrid y en su primera participación electoral obtuvo cinco escaños en el Parlamento Europeo, con una votación proveniente sobre todo de los jóvenes, sector de la población especialmente golpeado por la crisis, con niveles de desempleo que llegaban al 50%.

Después de aquellos comicios críticos, que modificaron el mapa político español y acabaron con el bipartidismo imperante desde mediados de la década de 1980, Podemos se convirtió en el reto principal para los socialistas. También emergió una nueva fuerza en el centro derecha que, si bien le quitó votos sobre todo al partido popular, también atrajo a votantes proclives a votar por un PSOE tradicionalmente moderado.

Podemos se ha presentado como una fuerza crítica con la austeridad económica impuesta por la Unión Europea a instancias de Alemania, que ha afectado especialmente a los grupos más vulnerables de la sociedad española. Si bien no se ha presentado como antieuropeísta, ni ha promovido el repudio al euro, como sí han hecho partidos similares, principalmente la coalición de izquierda radical Syriza en Grecia, sí ha tenido deslices demagógicos en su propuesta, como el llamado inicial a desterrar a la casta de la política, o a repudiar el arreglo político surgido de la transición española a la democracia. La emergencia del nuevo partido ha terminado por fagocitar a Izquierda Unida, la coalición encabezada por el Partido Comunista, que tradicionalmente había sido la tercera fuerza electoral con implantación nacional, aunque siempre con déficit de representación a causa del sistema electoral que deforma la proporcionalidad con el método D’hont de asignación de escaños.

El PSOE intentó frenar el trasvase del voto joven y más de izquierda a Podemos con la elección de un nuevo líder a través de unas elecciones abiertas a toda la militancia, en lugar de hacerlo en un congreso partidista, como tradicionalmente ocurría. El secretario general y candidato a la presidencia del gobierno surgido de ese proceso fue Pedro Sánchez; su juventud y prestancia lo hacían una figura con los atributos necesarios para recuperar al partido y en las elecciones autonómicas previas a las generales del 20 de diciembre de 2015, a pesar de no lograr triunfos indiscutibles, obtuvo unos resultados que le permitieron formar gobierno en varias comunidades con el apoyo ya fuera de Podemos –en la mayoría de los casos– o de Ciudadanos, como ocurrió en Andalucía. No parecía mal punto de partida.

En las elecciones de diciembre del año pasado, el PSOE mantuvo el segundo lugar electoral, pero con una pérdida notable de diputaciones y con Podemos pisándole los talones. Ciudadanos quedó por debajo de sus propias expectativas, pero irrumpió también como una fuerza significativa. En los márgenes, con poder de veto, quedaron los partidos nacionalistas vascos y catalanes, los segundo empeñados en una deriva independentista, por lo que, a diferencia de elecciones anteriores, no eran aceptables para un pacto de gobernabilidad con alguno de los dos partidos mayores, opuestos a cualquier intento soberanista unilateral de aquellas comunidades.

La posibilidad de un acuerdo con Podemos y lo que quedó de Izquierda Unida para formar un gobierno encabezado por Sánchez se enfrentaba a que se requería de los votos o las abstenciones de los nacionalistas. El líder socialista intentó un pacto que incluyera a Ciudadanos y a Podemos, pero, aunque logró el acuerdo con los primeros, se enfrentó a la negativa de los segundos a la formación de un gobierno que tuviera una pata en el centro derecha, empeñados en atraer al PSOE a un acuerdo claramente de izquierda, lo que hubiera implicado algún tipo de compromiso para aceptar una consulta soberanista en Cataluña, asunto vetado por la dirección socialista, que ha propuesto una y otra vez una reforma constitucional federalista para frenar el reto del independentismo.

El fracaso del intento de Sánchez llevó a unas segundas elecciones, en las que los socialistas y Ciudadanos retrocedieron, el PP se recuperó una pizca y Podemos no consiguió su objetivo de rebasar por la izquierda al PSOE. Todos, menos el PP empeoraron. Sin embargo, Sánchez quiso mantener su compromiso electoral de impedir un gobierno del PP, aunque él mismo no era capaz de presentar una alternativa. La amenaza de un nuevo retroceso en unas posibles terceras elecciones provocó una rebelión entre los aparatos locales y los antiguos líderes del socialismo que incluso entraron en conversaciones con Rajoy a espaldas del secretario general y, finalmente, Sánchez fue obligado a dimitir, después de su intento por conseguir el apoyo directo de las bases que originalmente lo habían elegido como líder. La gestora del partido parece avanzar ahora hacia la abstención en la investidura de Mariano Rajoy, lo que permitirá un gobierno conservador frente al cual los socialistas encabezarían la oposición.

La caída de Pedro Sánchez solo ha significado una huida hacia delante del socialismo, pues no contribuirá a su recuperación electoral, en la medida en la que su contribución a la reelección de Rajoy puede ser aprovechada por Podemos –que también está inmerso en una discusión estratégica interna– para seguir captando al voto de izquierda joven, entre el que el PSOE tiene muy poco atractivo. La crisis del socialismo español se suma a la pérdida de atractivo de la izquierda democrática en toda Europa, tal vez con la excepción de Italia, mientras ascienden grupos demagógicos capaces de atraer el voto emocional del descontento.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.

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