Poeta María Rivera, amenazada

13/12/2016 - 12:00 am
Tovar y de Teresa perteneció a una élite de poder y así como se ha usado el poder en México desde que tenemos memoria. Foto: Cuartsocuro
Tovar y de Teresa perteneció a una élite de poder y así como se ha usado el poder en México desde que tenemos memoria. Foto: Cuartsocuro

La polémica muerte de Rafael Tovar y de Teresa, primer Secretario de Cultura del gobierno federal, causó una ola de animadversiones por parte del ala intelectual oficialista.

Estas animadversiones se lanzaron en contra, principalmente, de todos aquellos que, sin mancillar el cuerpo del occiso ni faltarle el respeto a sus dolientes, fueron críticos del papel que Tovar y de Teresa desempeñó en los dos periodos que fungió como máximo representante del gobierno en el ámbito de la cultura.

Si bien es cierto que por prudencia no es posible arrojarse contra el occiso a cuchilladas el mero día de su muerte (nadie, en este caso, lo hizo), también es cierto que es impermisible que se le santifique como al hombre sin cuya labor cultural este país estaría en la completa barbarie (aunque yo creo que, dicho sea de paso, ya la hemos rebasado).

En cualquiera de los casos, la tolerancia debe tener límites infranqueables sin que esto signifique no ser justos en nuestros juicios. Hay que decirlo con objetividad: Tovar y de Teresa perteneció a una élite de poder y así como se ha usado el poder en México desde que tenemos memoria (incluido el poder colonial, herencia de lo que ahora somos), así mismo lo usó el ahora extinto Tovar y de Teresa: de forma autoritaria. Esto es: creó una clase cultural selecta a la que benefició y de la que se benefició y las instituciones que le tocó presidir (y en algunos casos fundar) no fueron sino instrumentos para retener este poder.

Así lo hizo con Salinas de Gortari en el entonces Conaculta y así lo estaba haciendo ahora como secretario de Cultura, y la muestra fue el gran escándalo nacional desatado por la publicación de una antología de poetas que se realizó bajo formas arbitrarias y, a pesar de que se evidenció públicamente la corrupción, nadie resultó castigado.     

De este balance que estuvo permeando las redes sociales a la muerte de Tovar y de Teresa, la depositaria del odio oficialista fue la poeta María Rivera, quien fue muy puntual en sus críticas a la labor de la Secretaría de Cultural en general y de Tovar y de Teresa en particular y quien por ello recibió duras amenazas en Twitter por parte de notorios trolles que la vejaron con comentarios soeces.

Desde la cuenta de un tal Syd Barret (@pitercuil) le lanzaron esta amenaza: “Puta bruja ya tienes hasta la madre al patrón, cuídate, te tenemos ubicada”. Desde la cuenta de Alfonso Álvarez (@robertinho231), esta otra: “Mira perra a estos pendejos no los mando nadie, a mi si me pagan y su (sic) no dejas de mamar voy por ti”. Además de otras ofensas desde otras cuentas claramente identificadas con la institución cultural.

Lamentable pensar que a estas alturas de nuestra madurez democrática sean vistos estos brotes de extremo autoritarismo como reacciones normales de nuestra libertad de expresión, cuando en realidad es una conducta despótica orquestada por el mismo gobierno.

¿Ya no podremos, entonces, pensar en la crítica como una de las vías de nuestro progreso social, la mejora de nuestras instituciones y el perfeccionamiento de nuestro Estado?

¿Qué clase de sociedad es esa en la que ya hasta se tiene miedo a pensar?

La muerte de uno de los caciques del poder cultural en nuestro país debe ser motivo, precisamente, de reflexiones serias sobre el tipo de cultura que queremos para mañana, el tipo de funcionarios que deberían presidirla, la forma en que deben realizarse los procesos y programas culturales, quién o quiénes deben fungirlos y de qué comunidad deben emerger estos servidores públicos, más allá de que sean nombrados por el dedo presidencial.

Tenemos, pues, que pensar y decir lo que pensamos sin el temor de que alguien, como le ha sucedido a la poeta María Rivera, te amenace y afrente tal como se hace en los peores regímenes dictatoriales.

Rogelio Guedea
Abogado criminalista y doctor en Letras. Es autor de la “Trilogía de Colima”, publicada por Penguin Random House e integrada por las novelas Conducir un trailer (2008/Premio Memorial Silverio Cañada 2009), 41 (2010/Premio Interamericano de Literatura Carlos Montemayor 2012) y El Crimen de Los Tepames (2013/Finalista del Premio “Películas de Novela”). Su má reciente libro es La brújula de Séneca: manual de filosofía para descarriados (Grupo Almuzara, 2014). Por su trayectoria como escritor y académico, fue incluido en El mundo en las manos. Creadores mexicanos en el extranjero (2015), publicado por la Secretaría de Relaciones Exteriores. Actualmente es jefe del Departamento de Español de la Universidad de Otago (Nueva Zelanda).
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