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Alma Delia Murillo

14/01/2017 - 12:00 am

¿El celoso ama más?

Una siente que se muere. Un tirón que atraviesa desde el sexo hasta el undécimo chakra, una siente que su identidad queda más allá del aura y de la cordura. Una, que es celosa. Ya sé que en este mundo hay psiques evolucionadas que no ensucian su prístino equilibrio con los celos. Pero todos los […]

Los celos tienen un entorno negro, espeso; es verdad.  Foto: Shutterstock
Los celos tienen un entorno negro, espeso; es verdad. Foto: Shutterstock

Una siente que se muere.

Un tirón que atraviesa desde el sexo hasta el undécimo chakra, una siente que su identidad queda más allá del aura y de la cordura.

Una, que es celosa. Ya sé que en este mundo hay psiques evolucionadas que no ensucian su prístino equilibrio con los celos.

Pero todos los demás, que somos legión, y sentimos deseos de lamernos los dedos ensangrentados luego de sacarle los ojos al traidor o traidora que nos ha herido de muerte, podemos dar fe de que los celos son un infierno tifónico que nos transforma en monstruos con serpientes enredadas en las piernas y cabeza de asno brutal como el mismísimo Tifón de la mitología griega.

Tampoco hace falta poseer una prodigiosa erudición para entender por qué los celos son una de las pasiones universales en la literatura. Desde el reconocido Otelo de Shakespeare hasta El Túnel de Sábato, pasando por Sed de amor de Mishima, El último encuentro de Sándor Márai y tantas otras. Hay un espejo transversal en ese sentimiento espeluznante que viene, las más de las veces, en el paquete del amor y que si no todos, muchos hemos sentido.

Pero yo creo que este sentimiento obsceno y castigador, tiene algo de simpático. Sobre todo cuando azota al vecino y no a nosotros, que ni qué.

Les he contado que viajo en metro, ese mar de maravillas más sorprendente que el circo y más barato que el cine o que los viajes astrales y psicodélicos. La cosa es que hoy, en el andén de la estación Centro Médico, me topé con una pareja que peleaba a bolsazos y dentelladas.

Él llevaba en la mano una bolsita blanca de papel con alguna vianda, la sujetaba como débil escudo mientras ella le asestaba tremendos golpes con su bolso de mano que emitía sonidos secos y pesados.

Hijodelachingada, hijodeputa, pinchecabrón, le estabas viendo las nalgas.

Él sólo respondía: espérate, espérate…

La coreografía era disfrutable porque en las pantallas del techo corría un video musical que hacía sonar el andén al ritmo tropical de la sonora dinamita “Pero me arrepiento, en el piso o donde sea y tómame”; la esgrima de bolsas y el movimiento de los cuerpos iba y venía al tempo de la canción.

Estuvieron así un rato hasta que ella, quizá poseída por el espíritu de las bacantes, se sacó la zapatilla bien provista de un tacón largo de esos que en los abominables años ochenta llamábamos “de aguja” y, con toda su fuerza pero muy poca puntería, se lanzó para clavarlo en el cuello de su amante que la detuvo fácilmente y, en el forcejeo, despegó el tacón del zapato.

Los hijodelachingada, hijodeputa y demás cantos de guerra reventaron como estruendo de tambores. Luego se puso a llorar.

Sé lo que están pensando. Cualquier texto psicológico que hable de los celos dirá que eso no es amor, que la confianza, que las relaciones saludables, que amemos como adultos. Y tendrá razón. Cualquier ensayo orientado a la salud emocional o cualquier texto sensato.

Pero ocurre que yo no soy sensata y que me gusta mirar el mundo desde las orillas. Ocurre también que presenciar esa escena deliciosa  que —los dioses de la bondad y la rectitud me perdonen— gocé tanto, me hizo preguntarme si alguna vez estaremos preparados para dosificar y asimilar realmente nuestras emociones.

Para coronar la historia aparecieron dos policías con actitud de justicieros; apenas verlos, la aguerrida celosa se abrazó a su compañero y dijo que todo estaba bien. De la bolsa blanca de papel quedó solo pedacería en el piso, su preciado contenido eran los famosos pastes de franquicia que venden afuera del metro, olían a carne con papas y especias, nada mal.

El hombre se mantenía en vilo, mirando a su mujer de reojo, sin entender por completo si era momento de la reconciliación.

Llegó el tren y me subí a la sección de mujeres. Ellos dos abordaron la sección mixta, se replegaron contra la puerta y se abrazaron como quien se reencuentra al regresar de una batalla inmisericorde.

Los celos tienen un entorno negro, espeso; es verdad. Son tan peligrosos que si el bicho infecta una relación pueden inducir a la más violenta de las muertes, ahí están los incontables crímenes pasionales de la historia. Desde luego sé que no es un asunto de broma si los miramos desde ese ángulo.  Pero cómo negar que son una pasión fascinante, que también pueden provocar hilaridad como las comedias del cine italiano y las de Jean-Baptiste Molière, ese que dijo que el celoso ama más pero el que no lo es, ama mejor. ¿Será?

@AlmaDeliaMC

 

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