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Julieta Cardona

14/10/2017 - 7:30 pm

Don Juan se la sabía

La verdad es que no sucede gran cosa pero a mí me parece fuera de serie. Lo que para muchos es insignificante, para mí es una gran movida del mundo a mi favor. Una sacudida justa de la Tierra. Una forma de ponerme en mi lugar. Todas las formas de ponerme en mi lugar. Una […]

Don Juan, creo, debe de leerse inciertas veces en la vida, porque aunque cada una deje cátedras distintas, siempre sobrevive el instructivo para hacerse parte del desierto. Foto: Especial

La verdad es que no sucede gran cosa pero a mí me parece fuera de serie. Lo que para muchos es insignificante, para mí es una gran movida del mundo a mi favor. Una sacudida justa de la Tierra. Una forma de ponerme en mi lugar. Todas las formas de ponerme en mi lugar. Una manifestación grande de la belleza de las cosas que viene de la mano con el destino que no queremos elegir.

Mi percepción de la realidad está torcida, dicen, porque agradezco hasta lo más soso. Que si me fui de hocico por andar en un caballo a galope: gracias; que si reverdece: gracias; que si ganarme el pan de un par de días me costó veinte horas bajo el sol: gracias; que si ese pan cruje por lo fresco: gracias; que si mi ropa está llena de agujeros: gracias; que si no me alcanza: gracias; que si dormí con frío: gracias; que si cualquier cosa: gracias.

Don Juan, creo, debe de leerse inciertas veces en la vida, porque aunque cada una deje cátedras distintas, siempre sobrevive el instructivo para hacerse parte del desierto. O eso que dice sobre ejercerse. O que volar también es cosa de hombres. O lo otro sobre quebrarle las piernas al miedo. O cuando dice, suavecito, que el crepúsculo es la raja entre los mundos. O que si no estás listo para ver con los ojos cerrados, mejor ni pensarlo.

Recuerdo un sueño que tuve cuando lo leí esta última vez: veía el destino como un tablero de posibilidades y casualidades, primero era una sensación macabra que se disolvía hasta volverse plana: ni buena ni mala. Cuando tomaba la enseñanza, veía todas las caras de la Tierra y, como una tinaja de agua helada, el universo me susurraba que el concepto cognoscible de la bondad de la Tierra no existía porque ella simplemente era. Entonces, como luz y sombra, había dos rutas: tomar el cobijo de Gaia o sentir sus raíces aplastándome la nuca. Al final escogía el camino que me arropaba.

«¿Tiene corazón este camino? Si tiene, el camino es bueno; si no, de nada sirve. Ningún camino lleva a ninguna parte, pero uno tiene corazón y el otro no. Uno hace gozoso el viaje; mientras lo sigas, eres uno con él. El otro te hará maldecir tu vida. Uno te hace fuerte; el otro te debilita.»

Y, bueno, de entre tantos que he tomado llegando a ningún lugar, hoy solo se me ocurre elegir el camino de agradecer porque aunque tampoco me lleve a ninguna parte, el corazón le late bien duro. Pinche Don Juan, se la sabía.

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