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Ana Cristina Ruelas

14/11/2016 - 12:00 am

Después de Trump

La promesa del cambio se había escuchado campaña tras campaña y tras una serie consecutiva de juegos de esperanza, las palabras se quedan vacías y, al revés, los insultos y el odio generan empatías. Esta idea tiene como fundamento un voto racional pero basado en la desesperanza, un “nada puede ser peor”.

El Presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. Foto: AP
El Presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. Foto: AP

Hace poco escribí en esta columna sobre el adiós de la era Moderna y la necesidad de generar memoria para evitar votos irracionales que apunten a la renuncia de libertades. Sin embargo, después de la elección de Donald Trump como Presidente me vinieron varias ideas a la cabeza que trataban de justificar un afán de autodestrucción que no entiendo ¿cómo alguien en su sano juicio podría votar por una persona que odia y discrimina de esa manera? ¿en qué momento se piensa que un acosador o victimario puede ser el líder de la nación más poderosa?

Estaba enojada y triste, lo primero por pensar que solo la clase política era egoísta y no entender que las palabras de Trump hicieron eco en aquellos que nunca creyeron en la igualdad, en la sociabilidad. Triste porque me di cuenta que los derechos humanos, más de cincuenta años y muchas violaciones después, solo han entrado a los huesos de una mitad de la población, la que sigue creyendo y luchando por ellos, y que la otra mitad está convencida que la forma de progresar es pisoteándolos; le renegué a mi ingenuidad la asunción de un pensamiento exclusivo de los agentes del Estado. Siendo sincera, esta sensación no podía permanecer por mucho tiempo pues decidí creer en las personas, en la sociedad.

Así llegué a un un segundo momento, pensé que la falta de libertades, como nos las enseñaron o como las idealizamos, se convirtió en la justificación de un cambio a costa de lo que sea. Al fin, en la percepción de muchos había poco que perder, el “desarrollo” ha generado nuevas formas de esclavitud. La promesa del cambio se había escuchado campaña tras campaña y tras una serie consecutiva de juegos de esperanza, las palabras se quedan vacías y, al revés, los insultos y el odio generan empatías. Esta idea tiene como fundamento un voto racional pero basado en la desesperanza, un “nada puede ser peor”.

Finalmente, la tercera y más reconfortante, la escuché en la narración de la experiencia de Guatemala y la CICIG: los gobiernos y las personas en ellos, pasan y, la sociedad civil que cree y exige, está y se queda, con los que siguen, con los que quieran y crean.

Así, llegué a la re significación de la llegada de Trump (sin que exista reconciliación con él o sus ideas), la experiencia del voto estadounidense informa a todas y todos los mexicanos que:

  1. Siempre puede haber algo peor o, si ya no se puede más, siempre hay posibilidad de mutar y cambiar de nombre.
  2. Los medios independientes pueden coadyuvar a un voto informado y racional (en realidad Hillary obtuvo alrededor de 200 mil votos más que Trump). La libertad de expresión en contextos electorales es primordial, necesitamos que puedan contarnos la historia cómo es, en el momento y después. Esto incluye a aquellos medios internacionales que, hasta ahora, le han dado voz a la sociedad mexicana y que, tras la llegada del nuevo Presidente del Imperio, se encuentran bajo
  3. Entendamos e identifiquemos el discurso de odio y sus efectos, hay discursos protegidos por la libertad de expresión pero no todos lo son. Los discursos de candidatos, aunque chocantes y agraviantes, que hacen crítica a los gobiernos son bienvenidos; los discursos que generar reacciones de odio en la sociedad y cosifican a las personas convirtiéndolas en pestes ¡no!

Ser el patio trasero de Estados Unidos nos ha hecho voltear para seguir su ejemplo, de ahí hemos aprendido lo mejor y lo peor. Espero que el peligro que supone la elección de Trump nos haga reconocer lo que no queremos que pase en 2018, el hartazgo no es suficiente para el egoísmo y la destrucción.

Ana Cristina Ruelas
Ana Cristina Ruelas, colabora en la oficina regional para México y Centroamérica de ARTICLE 19. Es abogada y maestra en administración pública y políticas públicas. Se desempeño como Directora Regional y Oficial del Programa de Derecho a la Información en la misma organización y ha trabajado en organizaciones de derechos humanos en México y en Perú en temas relacionados con participación ciudadana y educación para el desarrollo.

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