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Benito Taibo

15/02/2015 - 12:00 am

De la percepción del frío

He oído una y otra vez las siguientes frases: Éste año ha hecho más frío que nunca. ¡Nunca ha llovido como ahora! ¿Verdad que nunca antes había huracanes en estas fechas?

He oído una y otra vez las siguientes frases:

Éste año ha hecho más frío que nunca.

¡Nunca ha llovido como ahora!

¿Verdad que nunca antes había huracanes en estas fechas?

Y parecería que “nunca” es ahora mismo y que las cosas que suceden no hubiesen sucedido antes.

Pero es una vil apariencia que sustituye a la realidad.

En la Ciudad de México no se ha registrado una nevada desde enero de 1969 (y yo que vengo del siglo pasado, la recuerdo), y parece ser que el día más frío en esta zona del país fue en 1960 que amaneció a cuatro grados bajo cero (y no lo recuerdo porque nací ese año).

Sin embargo, yo, que ahora mismo escribo en casa, cubierto con un “polar”, podría jurar y perjurar que nunca ha hecho tanto frío como ahora mismo. Lo cual, por supuesto es completamente falso.

Tiene que ver con la inmediatez en la que vivimos, con nuestra muy poca eficiente manera de recordar, con la capacidad de olvido, con el atiborra miento de imágenes y palabras que todos los días nos confunden un poco más.

Los bebedores del tradicional refresco de cola (cuyo nombre no voy a decir) piensan que el líquido similar que hace su competencia es más dulce, pero es una mera percepción. Hay análisis que así lo demuestran. Parece ser que todo proviene de una campaña publicitaria hecha en los años ochenta que dejó para siempre ese estigma en la cabeza y el paladar de muchos consumidores. Éste es un dato obviamente banal, pero que sirve a mis propósitos últimos y por eso lo consigno, como mera curiosidad.

Ni éste es el año más frío de nuestra historia, ni todo aquello que tiene dos piernas y habla, es un humano (por lo menos no un humano de carne y hueso).

Así, nos han dado gato por liebre en cuanto a percepciones se refiere en los últimos años, involuntariamente a veces, como es el caso del frío, los huracanes o los posibles ganadores en las carreras de caballos de los hipódromos, pero otras, más graves, han sido diseñadas y proferidas con toda la mala leche del mundo.

Comienzan las campañas políticas que apuntan ya  a las elecciones del próximo mes de junio y yo miro asombrado la televisión, o escucho la radio, sin poder dar crédito de la inmensa cantidad de mentiras, barbaridades y despliegue de cinismo que miro y oigo.

Se repiten en casi todos los mensajes palabras como cambio, esperanza y resultados,  y suenan tan huecas, tan vacías, tan carentes de significado y significantes que ya son otras, unas que resultan indignantes.

Pero, apelando a la memoria, descubres rápidamente que son exactamente las mismas que han repetido desde siempre.

Y aquí, algún cínico publicista tal vez pudiera sonreír, pensando que es cierto, porque esas palabras siempre han funcionado. Que las promesas no son más que eso, artículos de cambio que sólo aplican en tiempos electorales y que sirven como falsa moneda que apela a nuestra inmensa capacidad de olvido, a nuestra flaca memoria, al hecho de que nos siguen tratando como consumidores del refresco de cola que es aparentemente menos dulce.

Porque lo que venden es una percepción y no la realidad.

Pero no cuentan con estos tiempos nuevos que marcan una pequeña diferencia. Ellos dicen lo mismo pero nosotros ya no lo creemos.

La crisis en la que están sumidos los partidos políticos, y por ende su credibilidad, ha tocado fondo.

Tal vez la piedra de toque ha sido el caso de Iguala.

Y tal vez con él, hemos perdido definitivamente la inocencia.

Nos seguirán vendiendo palabras. Haciendo pasar a lobos por corderos. Contándonos como  ya no son los mismos, sino otros, mejores, más decentes, con nuevas ideas e impolutas conciencias.

Los vendedores de apariencias no se han dado cuenta que a partir de que perdimos la inocencia, también estamos perdiendo, lenta pero consistentemente, el miedo.

Y que ya nos damos cuenta que no está haciendo tanto frío como en el aquel lejano 1960.

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