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Adrián López Ortiz

15/10/2017 - 12:00 am

¿Por qué estamos tan enojados?

No es sólo México, el mundo está enojado. El desencanto democrático se convirtió en rabia. Ahí la nueva beligerancia estadunidense. Ahí el resultado del Brexit. Ahí el tenso momento catalán.

“No es sólo México, el mundo está enojado”. Foto: Cuartoscuro

Casi todos los expertos, especialmente economistas e historiadores lo afirman: en el pasado todo era peor. Vivíamos menos, enfermábamos seguido, teníamos hambre, nos matábamos, éramos menos libres. Si era así, entonces ¿por qué estamos tan enojados?

¿Por qué los haters son mayoría en redes sociales?, ¿por qué el populismo regresa?, ¿por qué ningún “chile nos embona”?, ¿por qué tenemos una relación tan quebrada con nuestros políticos?

En México se responde sin pensarlo mucho: ¡es culpa de Peña Nieto! ¡Es culpa de los corruptos de siempre! Sin duda la evidencia nacional para el enojo es abrumadora, pero el debate es más profundo que nuestras miserias.

No es sólo México, el mundo está enojado. El desencanto democrático se convirtió en rabia. Ahí la nueva beligerancia estadunidense. Ahí el resultado del Brexit. Ahí el tenso momento catalán.

Pero en realidad es ¿”todo el mundo”? O acaso esa “porción” que se siente fuera de las bondades de la globalización. Esos a los que Nick Srnicek y Alex Williams llaman el “excedente”: los excluidos de la educación, el trabajo y la movilidad social. Los más pobres, administrados por sistemas de asistencia social ineficaces y controlados por sistemas penitenciarios que no reintegran a nadie.

Ahora, ¿son la mayoría? No necesariamente. En buena parte del mundo subdesarrollado o emergente –cómo México– sí. Pero no en el primer mundo donde en realidad son minoría. Entonces, ¿por qué los estadunidenses eligen a alguien como Donald Trump?, ¿por qué los ingleses deciden ir un paso atrás y votar a favor del Brexit?, ¿tienen razón? No creo, pero lo entiendo.

La explicación de nuestro enojo pasa por dos tipos de razones: primero, las razones concretas y reales, es decir, los problemas surgidos de los desequilibrios del sistema político y económico dominante, a saber la democracia representativa y el capitalismo neoliberal; como lo son la desigualdad, la exclusión, la concentración de riqueza, la manipulación de los mecanismos de acceso al poder y la información.

Y segundo, con razones discursivas, es decir, con la manera en que construimos nuestras narrativas en épocas multiplataforma.

En el caso de los primeros, estamos ante problemas de política pública en un mundo no lineal, complejo y veloz, que demanda la aplicación de acciones con conocimiento técnico-científico y una capacidad impresionante de ejecución/organización.

Son problemas multidisciplinarios muy reales como el calentamiento global, el crimen organizado transnacional o la xenofobia. Problemas a los que la política tradicional responde siempre desde la esfera localista, las buenas intenciones y el sentido común con resultados precarios o catastróficos. Vamos, si el Presidente del país más poderoso del mundo niega la existencia del cambio climático porque no “cree”, ¡Houston, we have a problem!

En ese sentido, lo primero es aceptar que NO TODO ESTÁ BIEN. La política necesita volverse mas incluyente e innovadora. Y esa innovación tendrá que salir sobre todo de sus críticos. Si es evidente que el capitalismo fue el ganador de la Guerra Fría, habría que apalancarse en ello y escuchar e integrar las sugerencias de las nuevas corrientes de izquierda para mejorar lo que hay. Nada más vivo que un sistema político, pero seguimos empeñados en construir democracias modernas con reglas electorales y mecanismos de toma de decisiones del siglo pasado. Hay que superar la dicotomía, dijera Edgar Morin.

Por otro lado, la opinión pública no es la misma de antes. Además de los protagonistas tradicionales del agenda setting, los mecanismos de construcción de la conversación política pasan ahora por nuevos medios digitales, plataformas tecnológicas y redes sociales. Gracias a ellos la información es commodity y los espacios de interacción redujeron a casi cero sus barreras de entrada.

Ahora TODOS tenemos VOZ. Pero eso no significa que TODOS tengamos RAZÓN. Más bien, TODOS tenemos RAZONES para quejarnos de algo, de alguien. Lo hacíamos desde antes, en el café, con nuestros amigos. Pero no escalaba. Se quedaba en chisme. Pero gracias a Twitter, Facebook y Youtube podemos, de la nada, “ser alguien”. Y ojo, la viralidad no tiene código de ética. La masa digital no tiene rigor periodístico. Es como el “Eh puto” del estadio, basta que un irresponsable lo genere para que no lo pare nadie. La manipulación está a la orden del día.

Pero la disrupción digital no es mala per se. Todo lo contrario. Internet abrió las puertas a un mundo comunicativo que todavía no somos capaces de aprehender ni comprender. Nos tomará décadas digerirla y diseñarle reglas y mecanismos de rendición de cuentas.

Mientras tanto, aprovechemos las herramientas de la digitalización para pensar, discutir y organizarnos. Para solucionar los problemas del mundo real.

Porque tirar bilis en Facebook se siente bien, pero no cambia nada.

Librero.

¿Por qué tenemos lo valores que tenemos? De acuerdo con el Dr. Ian Morris en “Cazadores, Campesinos y Carbón” (Ático de Libros, 2016), las modos sucesivos de capturas de energía (cazar, cultivar y producir combustibles fósiles) que los humanos hemos usado a la largo de nuestra evolución, determinan o al menos “limitan” nuestras formas de organización social y nuestros estándares morales. Un libro erudito y retador.

Adrián López Ortiz
Es ingeniero y maestro en estudios humanísticos con concentración en ética aplicada. Es autor de “Un país sin Paz” y “Ensayo de una provocación “, así como coautor de “La cultura en Sinaloa: narrativas de lo social y la violencia”. Imparte clase de ética y ciudadanía en el Tec de Monterrey, y desde 2012 es Director General de Periódicos Noroeste en Sinaloa.

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