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Alma Delia Murillo

16/02/2017 - 12:00 am

Furia y flores

La ira también sirve para dar a luz, para atreverse a empezar, para estrellar la cara contra la pared y descubrir que venimos de una tribu de cabezas duras más resistentes que todas la paredes y los muros que hemos enfrentado.

La ira también sirve para dar a luz, para atreverse a empezar, para estrellar la cara contra la pared y descubrir que venimos de una tribu de cabezas duras más resistentes que todas la paredes y los muros que hemos enfrentado. Foto: showme.co.za

La profética tribu de incendiadas pupilas ayer se puso en marcha,

Cibeles, que los ama, hace manar la roca y florecer al desierto ante estos vagabundos

—Baudelaire

 

El enojo es un buen comienzo.

La ira también sirve para dar a luz, para atreverse a empezar, para estrellar la cara contra la pared y descubrir que venimos de una tribu de cabezas duras más resistentes que todas la paredes y los muros que hemos enfrentado.

Hacerse cargo de las señales del enojo personal en el estar cotidiano es experimentar una catarsis casi musical. Si reconoces tu ira puedes escuchar cómo se monta a un ensamble infinito de voces enojadas.

Que huyamos del mal humor social y que seamos positivos es un mensaje tan infantil como torpe y dañino, ¿habremos de vivir entonces en un santuario de pretendido optimismo como si todo estuviera bien? Nada más insano, me parece.

Jacques Lacan decía que el odio también cura, que cuando el odio aparece y se reconoce, es señal de que el inconsciente ha madurado y lo que era sustancia potencial puede convertirse en acto de transformación.

La semana pasada —en ese pedacito de México que es Twitter y que sólo representa a las clases medias— algo quedó claro: estamos muy enojados. Hartos, irascibles, furiosos.

En un primer acercamiento lo obvio sería decir que es cosa mala pero bien pensando, distanciándose un poco y reconociendo otras crisis históricas de nuestros humores sociales, creo que este momento frágil y precioso que podría irse como vuelo de colibrí, tiene un potencial tremendo por todo lo que entraña: en principio, empuja a salir de la indolencia tan característica de la clase media donde a menudo insistimos en pasar de largo de las revueltas incómodas con la argumentación obtusa de que nuestra proba ciudadanía está cubierta con trabajar y pagar impuestos.

La indiferencia es complicidad, lo sabemos.

La comodidad es vulnerabilidad, aunque nos resistamos a aceptarlo.

Como dice el bolero: odio quiero más que indiferencia porque el rencor hiere menos que el olvido. Y sí. Olvidar, condenar a la amnesia las experiencias amargas es lo que ha causado históricas heridas que aún permean con su humedad infecciosa el tejido social.

Cuando volvía de la marcha de Babel donde cada uno habló su lengua, gritó su consigna, vistió su indignación del color que quiso y defendió la versión de su México; noté que las jacarandas, ese milagro violeta que estremece al espíritu más rígido, habían empezado a florecer.

Tuve la sensación de estar transitando la pelea y la reconciliación al mismo tiempo; y pensé que si me hubieran preguntado en ese momento qué es ser mexicana habría respondido que ser mexicana es algo animal, algo físico.

Esa sensación fascinante y desesperante identifica a este país que, a pesar de todo y contra todo, desborda una vitalidad efervescente.

No es paliativo de nada. La realidad sigue estando ahí y bastan dos datos —el de la pobreza y el de corrupción, por ejemplo— para comprender el alcance de la seria crisis que atravesamos.

Pero eso no aniquila el entorno y lo que digo es que no podemos obviar que aquí la vida brota a través del asfalto, de entre las rocas y, también, bajo el mal humor y desde el coraje, siempre preferibles a la indiferencia.

Que tal vez lo que está pasando no es tan malo y, volviendo a Lacan, se esté gestando una de las modalidades que inicia un proceso curativo; un cuerpo a cuerpo donde se pone rostro y voz a una de las emociones fundacionales de la humanidad: la furia. Que quizá no hay que tenerle tanto miedo, ahí están ya las jacarandas para recordarnos, como cada febrero, que también tenemos las flores.

@AlmaDeliaMC

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