Javier Lozano, o el solo de un tipo rudo; el (casi) pianista que todavía sueña con la Presidencia (Primera parte)

16/04/2013 - 12:00 am

Inteligente y arrogante. Culto y pretencioso. Disciplinado y colérico. Ambicioso y golpeador. Leal y zalamero. Javier Lozano es uno de esos personajes que provocan todo, menos indiferencia; se le ama o se le odia. Por esto la dificultad de encontrar con justicia dos adjetivos solitarios para él: siempre van de dos en dos.

“Tengo muchos enemigos. ¿Cuántos? No los he contado, pero sí, muchos”, suelta ufano en una entrevista en la que acepta hablar de todo. De la tarde en que descubrió, en medio del llanto, su insuficiencia ante el piano; y la vida se le torció hacia la política. De su adopción por los tecnócratas de los que habla con veneración y orgullo. Del desprecio por su padre (“Es un cobarde…”) y de la devoción por su madre (“Tenía una gran capacidad para el trabajo y una gran sensibilidad artística, pintaba… Ella me llevó al conservatorio de música”).

En lo que nadie puede disentir, es en que fue, durante el sexenio pasado, uno de los hombres más poderosos y polémicos. A quien se culpa de la desaparición de Luz y Fuerza o de Mexicana de Aviación; al que se acusa de intentar cerrar espacios a Carmen Aristegui. Al que se da crédito por una Reforma Laboral que llevaba años cocinándose, sin éxito…

PRIMERA PARTE

Ciudad de México, 16 de abril (SinEmbargo).- Los huevos de guajolota (cócona o pava) equivalen en tamaño y peso a dos o tres de gallina. Tienen una cáscara más resistente y se acoplan mejor a la mano de quien decida convertirlo en bombas. El año pasado, la Sierra Norte de Puebla se convirtió en un extenso sitio de colecta de esas armas cuya capacidad de daño se incrementó dejándolos podrir.

El blanco del ataque planeado era uno y sólo uno: Javier Lozano Alarcón.

–¡Chingas a tu madre! ¡Feliz día del padre, pinche bastardo!– bullía centenar y medio de electricistas apenas lo encontraron. Era 17 de junio de 2012 y estaba confirmado que Lozano había cometido la imprudencia de meterse a territorio electricista. Los obreros cesados tenían, finalmente, acorralado a quien consideraban responsable de su desempleo.

A pocos metros, dentro del salón de fiestas Princess del pueblo de Xicotepec, Javier Lozano se mantenía guarecido con unos 50 panistas que acudieron a su acto de campaña  en busca de la senaduría.

–¡Lo-zano es no votar por este fulano!– coreaban los inconformes convertidos en una marea que amenazaba con romper el dique del saloncito de reuniones sociales.

A pocos metros del lugar, los electricistas descubrieron la camioneta en que viajaba el calderonista, una Escalade negra donde tres guardaespaldas se mostraban cada vez más intranquilos. En el interior del vehículo había fusiles de asalto. La gente rodeó el auto al que dirigió una primera carga de huevos acompañados de jitomates y propaganda del Partido del Trabajo y se asomaron al interior.

–¡Traen armas!– advirtió alguien.

El bombardeo había sido acordado por la dirigencia del Sindicato Mexicano de Electricistas apenas se supo que Lozano iría por una senaduría de mayoría en Puebla, residencia de la más vieja planta hidroeléctrica en funcionamiento en México.

Así que había un vasto contingente de trabajadores enfurecidos por la liquidación de Luz y Fuerza del Centro dispuestos a lanzar los huevos podridos de guajolota al Secretario del Trabajo durante la extinción de la empresa pública.

El SME retaba a Lozano a hacer campaña en la Sierra Norte de Puebla. Lozano respondía en tono similar. El candidato se envalentonó y tomó camino al bosque. Se consideró hacer el evento abierto, dar la cara, enfrentar. Se pensó en el jardín municipal de Xicotepec o en una canchita deportiva de sus alrededores. Y así fue como el Día del Padre del año pasado Lozano se escurrió al corazón del bastión electricista. El ambiente estaba cargado y el equipo de seguridad de Lozano optó por la prudencia, pero no lo suficiente.

–¡Lozano, el pueblo te saluda!– y a continuación la tonadilla chiflada de cinco tonos.

La Policía Estatal llegó y algunos exigieron que se detuviera a los guardaespaldas y se incautara la camioneta y los dos rifles de asalto AR15 –de uso exclusivo del ejército– que en ella se transportaban.

“Esta fue una distracción”, cuenta la periodista Leticia Ánimas, presente en el lugar. “Dentro del salón de fiestas, los pocos panistas que había colocaron una escalera sobre una silla de plástico que acercaron a una ventana por la que Lozano salió y brincó hacia un cafetal que había atrás. Y corrió –Lozano es un corredor–, suponemos que a un vehículo de la Policía Estatal que lo rescató”.

Lozano, en sus años como priista. Desde el 30 de junio de 2007 es miembro del PAN. Foto: Cuartoscuro
Lozano, en sus años como priista. Desde el 30 de junio de 2007 es miembro del PAN. Foto: Cuartoscuro

***

–¿Usted llora, Senador?– se le pregunta a Lozano en entrevista con SinEmbargo.

–Sí, muy seguido.

–¿Cuándo fue la última vez que lloró?

–No sé, la semana pasada o antepasada. Yo soy un hombre que, ante las emociones, sí lo sé expresar, cosa que me da mucho gusto. Es más, la semana pasada lloré escuchando la Pasión según San Mateo en el Palacio de Bellas Artes.

–Usted es un hombre que causa simpatía o lo opuesto. ¿Está usted al tanto de esto?

–Sí– admite despreocupado.

–Se dice que usted es un hombre inteligente y arrogante.

–Pues, mira, mano… Pues no…– el tono adquiere una nota hacia arriba.

–Usted dice que es un hombre sensible y orgulloso de expresar sus emociones.

–Yo no me puedo calificar como arrogante, yo no lo pienso así y respeto a quien tenga otra apreciación. Tengo una personalidad fuerte y a veces simplemente hay que decir y hacer valer las cosas como son y no es que quiera imponer mi punto de vista, pero en la vida y la política hay que tener posiciones y llevarlas con los argumentos necesarios para ganar ese tipo de batallas.

“Y de inteligente, bueno, pienso que sí soy una persona capaz de procesar los problemas y de encontrar soluciones óptimas”.

–¿Culto e iracundo?

–¡Agh!– contiene el fastidio. –No sé. Sí tengo carácter fuerte y la cultura me gusta muchísimo. Trato de nutrirme todos los días en diferentes aspectos del saber y del arte. Reconozco que tengo un carácter muy fuerte, pero tanto como iracundo… Quién sabe.

DON GA

El tronco principal en el árbol genealógico de Javier Lozano Alarcón nace de una infidelidad cometida por su abuelo materno, Gabriel Alarcón Chargoy, con una bella mujer de origen libanés –Puebla recibió una fuerte inmigración de personas de esa nacionalidad– llamada Elisa Jater. De la relación nació una hija única a la que su padre reconoció y llamó Concepción Alarcón a quien le tocaría lidiar con su origen ilegítimo en una ciudad profundamente conservadora y recelosa de quien estuviera fuera del estrecho reglamento moral.

Conchita Alarcón estudió odontología en la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla, donde conoció un colega, Mario –y/o Gerardo– Lozano del Valle, con quien se casaría y procrearía tres hijos: Gerardo, Sergio y Javier, nacido el 21 de noviembre de 1962.

“Mi madre fue una mujer extraordinaria. Tuvo una gran capacidad de trabajo, nos sacó adelante, poseía una maravillosa capacidad artística. Pintaba. Ella me llevó al Conservatorio de Puebla y me mostró el piano. La recuerdo con mucho amor”, la define Lozano.

–¿Y su padre?

–Mi padre se fue cuando yo era muy pequeño. Tenía cuatro o cinco años. Entiendo que las parejas se separen, yo mismo ahora estoy en un proceso de este tipo, pero al contrario de alejarme procuraré más a mis hijos. Mi padre simplemente se fue. Es un cobarde– pasa la voz por hielo.

–¿Y su abuelo Gabriel?

– Con mi abuelo no hubo relación. Ni lo conocí. Fue muy cercano a William Jenkins y entiendo que no tuvo la mejor reputación. Las condiciones económicas se sobrellevaron gracias a sus bisabuelos maternos. Conozco algunos Alarcón, pero en realidad con ellos cero.

De la familia de Lozano nadie habla con apertura. Ni sus hermanos.

–¿Cómo era su hermano en la infancia?– se le preguntó a Sergio, el mayor de los Lozano Alarcón y heredero del consultorio dental de Concepción.

–De mi hermano Javier no puedo hablar. Ya sabe usted cómo es, cómo se enoja– respondió Sergio al otro lado del teléfono con tensión inocultable.

Inútil insistir.

Sergio es un hombre que –él mismo lo dice– sufre un desorden psicosocial de bipolaridad y que en el pasado fue demandado legalmente por sus hermanos abogados. Gerardo y Javier le reclamaron dineros relacionados con el edificio que su madre comprara varios años atrás y que alberga el departamento donde terminaron de crecer sus tres hijos.

¿Fue en realidad inocuo el papel de Gabriel Alarcón en el guión de su nieto Javier?

Varias personas consultadas en Puebla aseguran que, en su juventud, el muchacho explicaba la suficiencia económica de su familia en el patrocinio de su abuelo con quien, según las mismas fuentes, efectivamente no existía mayor convivencia, quizá más por aprehensiones sociales y definitivamente no económicas pues ya poseía una de las mayores principales fortunas de México.

Y es imposible soslayar los paralelismos entre Don Ga y Javier Lozano, quien es más –y por mucho– Alarcón que Lozano.

***

Gabriel Alarcón Chargoy fue poblano por adopción. Nació en 1907 en Tianguistengo, Hidalgo, donde adquirió alguna experiencia como comerciante de alcohol producido en una empresa familiar. Migró a Puebla y en 1927 instaló en el centro de la capital poblana una tienda de abarrotes a la vez que administró una planta de veladoras.

Era un hombre laborioso y esforzado, cualidades que su nieto pone por delante cuando se define a sí mismo y a quienes admira.

El destino de Don Gabriel –y el de su descendencia– tomó rumbo cuando topó con el de William O. Jenkins, un estadounidense avecindado en Puebla desde los años de la Revolución Mexicana y dueño de una fortuna construida en parte porque Don Guillermo –su riqueza le otorgó una engolada nacionalidad por decreto social– era un protestante chapado en la idea de que el trabajo extenuante es loa a Dios y, junto con esto, porque tuvo la gran idea de auto secuestrarse cobrando su cuantioso rescate al gobierno mexicano. También participó en el gran negocio que representó la prohibición de alcohol en su país. Vendiéndolo, por supuesto.

Jenkins era avaro al grado de que evitaba pagar su pasaje en el tranvía cuando salía con su esposa y corría detrás del carro con el argumento de que ahorraba y se ejercitaba. Por supuesto, William odiaba pagar impuestos y en 1934 intentó un contrabando de aguardiente que resultó incautado. Jenkins fue arrestado.

Este fue el momento crucial para los Alarcón. Así lo describió Enrique Cordero y Torres, cronista de la ciudad de Puebla:

“Gabriel Alarcón Chargoy, comerciante abarrotero de la calle 3 Norte con la avenida 8 Poniente, declaró que los camiones capturados con latas de alcohol que la policía fiscal había detenido, no eran de Jenkins sino suyos, comprobando además el pago de los impuestos correspondientes; Jenkins salió liberado”.

El abuelo del Senador panista se uniría a la banda de contrabandistas de sustancias prohibidas, similar a las perseguidas a sangre y fuego por el gobierno al que pertenecería su nieto.

Jenkins y sus dos principales lugartenientes, Alarcón y otro de nombre Manuel Espinosa Yglesias –éste evolucionaría a la banca comercial– continuaron los negocios hacia terrenos menos ríspidos y construyeron el cine Reforma, inaugurado el 11 de agosto de 1939, el primero de la Cadena de Oro, que llegó a ser la empresa exhibidora de películas más importante de América Latina y decididamente el monopolio de la exhibición cinematográfica en México.

Los empresarios, como casi todo en Puebla, existían bajo la anuencia política de Maximino Ávila Camacho, hermano del Presidente de México entre 1940 y 1946, y fundador de un grupo político que tendría entre sus mayores exponentes a Gustavo Díaz Ordaz, gobernante de México entre 1964 y 1970. Maximino poseyó varias famas. Como militar, incendió pueblos completos y en guerra o paz asesinó con su propia pistola a más de un enemigo; era arrogante hasta la locura y no podía contener su afición por el juego ni su delirante gusto por las mujeres.

(Resulta necesario referir a dos o tres personajes sin mucha relación con esta trama del pasado, pero de relevancia primordial para el presente: el general Rafael Moreno Valle, brillante médico militar y Secretario de Salubridad y Asistencia Pública con Díaz Ordaz, fue, por decisión de éste, Gobernador de Puebla. En el despacho conoció a un inquieto y avispado muchacho con un vehemente deseo de ser político, Melquiades Morales, a quien le obsequió algunos pesos para que se comprara un poco de ropa apropiada para ser un hombre público. Varios años después, el Gobernador Melquíades Morales devolvería el favor a su mentor siéndolo él del joven Rafael Moreno Valle, actual Gobernador de Puebla).

Una particularidad más y quizá más importante es que Maximino –y algunas porciones de sus redes empresariales políticas y empresariales– sostuvo una furiosa enemistad ideológica con la izquierda hasta alcanzar el fascismo la colaboración con la Alemania nazi en sus planes de abastecerse de petróleo mexicano o de utilizar el territorio nacional como puente a Estados Unidos.

El estilo de Maximino caló hondo en el modelo político y empresarial poblano alrededor de la mitad del siglo pasado. Por eso se entienden las formas de Don Ga.

La mano dura de un Alarcón a un grupo sindical adversario no es novedad. A los ríspidos conflictos laborales de mineros, electricistas y empleados de Mexicana de Aviación llevados por Lozano Alarcón como Secretario del Trabajo –acusado reiteradamente de operar como un empresario– precede el pleito a muerte, literal, de Gabriel Alarcón con el Sindicato de Trabajadores de la Cinematografía cuyo líder, Alfonso Mascarúa, fue asesinado en 1954.

Don Ga fue acusado de la autoría intelectual del crimen e inicialmente sentenciado por dos de los tres jueces de la Sexta Corte Penal. Con el avilacamachismo en su esplendor político, el industrial no tuvo mayor problema y salió libre con apoyo de periodistas comprados. Es posible que de esta relación diera la primera luz a Alarcón del poder de la prensa.

La primera relación de un Alarcón y Televisa tampoco ocurrió recientemente, en el sexenio pasado durante el pasado intento de reforma a la Ley de Telecomunicaciones a la que se conoció como “Ley Televisa”. En 1949, en asociación con el abuelo Emilio Azcárraga, el abuelo Alarcón extendió la Cadena de Oro al Distrito Federal y en 1961 compró la franquicia de la tarjeta de crédito Diners Club.

Al año siguiente nació su nieto Javier Lozano Alarcón.

A mediados de los sesenta, Don Gabriel fundó El Heraldo de México, periódico que presidió y dirigió hasta su muerte. El diario nació en Puebla al igual que otros conglomerados periodísticos mexicanos, como la Cadena García Valseca, primera casa editora de los periódicos nacional y locales El Sol, y Novedades, de los O’Farril quienes además ostentaban un importante paquete accionario en Televisa. Las organizaciones editoriales compartían la ascendencia política de Maximino Ávila Camacho y el apoyo de su poderoso paisano y Presidente Gustavo Díaz Ordaz.

***

Pero, ¿participó el abuelo del hoy Senador panista en esa fiebre anticomunista?

Alarcón innovó en el diarismo mexicano con la introducción del color. En sus extensos despliegues fotográficos, El Heraldo era una ventana abierta a la denostación, por ejemplo, de los movimientos estudiantiles y sociales de los sesenta y posteriores.

La siguiente carta es un documento encontrado por el investigador e historiador Jacinto Rodríguez Munguía y publicados en su libro La otra guerra secreta. Los archivos prohibidos de la prensa y el poder (Debate, 2007) sobre la posición periodística de Gabriel Alarcón ante el gobierno de Díaz Ordaz.

Para Rodríguez Munguía, la misiva es de “antología” para comprender la relación prensa-poder durante los años de la Guerra Sucia. Gabriel Alarcón remitió el 24 de septiembre de 1968 al Presidente:

“Antes que nada deseo expresar a usted que la amistad y la lealtad que le profeso, las antepongo a todo, y al exponer seguidamente mi actuación en los problemas estudiantiles lo hago para que no exista duda de mi buena fe y entrega a su gobierno, y muy especialmente a que respaldo abiertamente a su actuación valiente, sensata y patriótica. Usted señor Presidente me conoce y sabe que no soy falso. Estoy lo mismo que mis hijos con usted y respaldamos firmemente su actuación con nuestra modesta forma de actuar.

(…)

“Querido señor Presidente (…) puede usted ver que para hacer bien las cosas dentro de mi capacidad, me he valido de los consejos y observaciones y deseos de diversos funcionarios. Este fue un consejo que usted me dio. Hasta hoy ni uno solo de ellos, nunca me ha hecho un extrañamiento u observación que pudiera hacerme pensar que no estoy actuando con abierta parcialidad a su gobierno o incorrectamente con usted.

“Sinceramente, creo que mi lealtad y la de mis hijos están a prueba de cualquier duda, le rectifico una vez más que creemos en usted, que tenemos fe y que hemos actuado lealmente.

“Por muchos años se nos ha criticado nuestra parcialidad y entreguismo. Pero le ratifico a usted que hemos sido, somos y seremos Díaz Ordacistas y agradecidos leales y sinceros con usted. Sin embrago, mucho le agradecemos que si usted personalmente cree que nos hemos equivocado por favor nos lo haga saber. Señor Presidente nos sentimos en un cuarto oscuro y solamente usted nos puede dar la luz que necesitamos y señalarnos el camino a seguir.

“Lo saluda afectuosamente y se repite como siempre sus órdenes.

“Atentamente, su amigo

“Gabriel Alarcón”.

No es claro si hubo o no respuesta, excepto por el viento en popa con que navegaron los negocios de Alarcón. En 1968 se convirtió en accionista del Banco Internacional y poco después al de Crédito Mexicano. Se unió en 1971 a la familia Saba para incrementar y expandir varias fábricas petroquímicas e incursionó en la industria textil. Acaso, El Heraldo y Novedades causaron alguna molestia en el gobierno de Luis Echeverría por las páginas dedicadas a la alcurnia mexicana en momentos de efervescencia social.

En 1982, año en que Concepción, la madre de Javier Lozano Alarcón, murió de cáncer, Don Ga fue designado “ejecutivo del año”, aunque, para colocar estas titulaciones en perspectiva, poco antes el jefe de la policía del DF, Arturo Durazo Moreno, uno de los personajes más emblemáticos de la corrupción mexicana fue nombrado “funcionario del año”.

Manuel Buendía dirigió un memorándum a Miguel de la Madrid aparentemente poco antes de ser asesinado. En el texto, recuperado y publicado por la Revista Nexos, el periodista advierte sobre la élite de los empresarios de la comunicación en México, incluido Gabriel Alarcón a quien colocó como ejemplo de impunidad por el asesinato del líder sindical. Sorprende la vigencia de lo escrito por Buendía hace casi 30 años:

“Ellos saben mostrarse cobardes y cortesanos, cuando así les conviene.

“La arrogancia de estos señores feudales ha llegado a extremos de cancelar acciones vitales del Estado mexicano mediante el recurso de negarles espacio en las planas importantes o minutos en la hora ‘estelar’ de la pantalla. (‘No te pienso, luego no existes’, le están diciendo cara a cara al gobierno y al Estado).

“En esta táctica de arrinconar al gobierno y de hacer retroceder históricamente al Estado, nada comparable al caso de Televisa.

“Esta empresa que en el fondo depende de la voluntad de un solo hombre, se ha erigido en el Quinto Poder y quizá aspira a ser llamada en México simplemente El Poder”.

Y, como si hablara del pensamiento del nieto Javier, el escritor Humberto Mussacchio escribió años atrás en su enciclopedia Milenios de México (Hoja Casa Editorial, 1999) algunas líneas sobre El Heraldo de México:

“Se caracteriza por su conservadurismo, la tenaz defensa de una ilimitada libertad de empresa y su rotundo rechazo a los movimientos populares”.

Gabriel Alarcón Chargoy y sus hijos guardaban especial interés en los asuntos de espectáculos y formularon la idea “Rostros del Heraldo” que dio a conocer a Verónica Castro, Lucia Méndez, Tatiana y Ana Bárbara. El ambiente de la farándula, como se verá, ejercería también alguna atracción sobre Javier Lozano Alarcón.

El diario ostentaba la tenencia de las plumas de Luis Spota, Agustín Barrios Gómez, Raúl Velasco y Joaquín López Dóriga; el trazo del caricaturista Calderón, las lentes de Porfirio Cuautle  y Casasola.

Habla un viejo reportero de El Heraldo:

Don Ga tenía mirada de cabrón cuando se lo proponía, pero sabía ser agradable y dicharachero. Tenía la ceja tupida, la cara alargada, los paréntesis a los lados de la boca marcados, el cabello oscuro, la piel blanca y la barba cerrada. Javier Lozano tiene la misma cara. De los malos tratos, me parece que Lozano Alarcón es más como Óscar, uno de los hijos de Don Ga. Óscar tronaba dedos, golpeaba el escritorio, levantaba la voz. Salía de la redacción echando chispas, arrancando el carro patinando las llantas. Cuando nos enviaban a Estados Unidos a una cobertura, invariablemente encargaba cosas peculiares, un chaleco antibalas, por ejemplo”.

El abuelo Alarcón murió en la ciudad de México el 16 de septiembre de 1986. Pasó la estafeta a su otro hijo, Gabriel Alarcón Velázquez, padrino de Emilio Azcárraga Jean. A los pocos años, sus hijos y nietos descendientes de su matrimonio formal se destrozaron en los tribunales por una herencia cada vez más mermada.

El Heraldo fue vendido y convertido en el efímero Diario Monitor, de José Gutiérrez Vivó, el periodista perseguido en lo económico hasta su devastación durante el gobierno de Vicente Fox.

MAÑANA, SEGUNDA PARTE

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