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Óscar de la Borbolla

16/07/2018 - 12:00 am

Reivindicación de la muerte

Morir tiene sus ventajas. Y no estoy pensando en el alivio que la muerte representa para aquellos que están atenazados por un gravísimo dolor -sea físico o moral- que no tiene remedio y, tampoco, en quienes están condenados a una cama por la enfermedad y los años, sino en el beneficio que se deriva de saber, lúcida y vivencialmente, que las cosas acabarán tarde o temprano. Estoy pensando en la certeza del fin que nos hace apreciar el rato.

Museo de la Muerte de San Juan del Río. Foto: Óscar De La Borbolla.

Morir tiene sus ventajas. Y no estoy pensando en el alivio que la muerte representa para aquellos que están atenazados por un gravísimo dolor -sea físico o moral- que no tiene remedio y, tampoco, en quienes están condenados a una cama por la enfermedad y los años, sino en el beneficio que se deriva de saber, lúcida y vivencialmente, que las cosas acabarán tarde o temprano. Estoy pensando en la certeza del fin que nos hace apreciar el rato.

Extraña palabra esa de “rato”; significa un espacio de tiempo breve pero indeterminado,  porque un rato puede durar lo mismo una tarde completa (“Nos pasamos un rato: desde el mediodía hasta la cena”), o unos minutos (“Espérame un rato”) o, incluso, el tiempo que abarque el resto de mi vida (“Todavía me queda rato”).

Los ratos -todo el mundo lo sabe- pueden ser buenos o malos, agradables o desagradables. Lo que no todos saben es que la vida es un conjunto de ratos y no un continuo con un común denominador. Esos ratos que conforman nuestras vidas desfilan ante nosotros, generalmente, sin que les prestemos atención o sin que los valoremos como deberíamos; la certeza de la muerte -y esta es su virtud- afila la mirada, desamodorra la conciencia y nos hace entender el enormísimo valor de los ratos, que no son otra cosa que las cuentas del collar de nuestra vida.

No haríamos nada, ni nos importaría nada nada, si no fuera porque vamos a morir. Sólo la pueril inconsciencia de la muerte nos vuelve desvaídos. Porque, paradójicamente, el sentirnos inmortales nos hunde en la indolencia, en la inactividad, en el desgano. A ver si el aburrido, el que no le encuentra el gusto a los ratos seguiría en su abatimiento si enfrentara, aunque sólo  fuera un segundo, la verdadera claridad de la muerte, ese deslumbramiento que nos arroja a afianzarnos con todas nuestras ganas un rato más a la vida.

No le encontramos el chiste o nos parece que no vale la pena, porque en el fondo no terminamos de creer que se acaba deveras. No comprendemos nuestra irremediable condición de seres mortales, aunque, claro, estemos enterados, y su revelación no nos dice nada nuevo.

Sé que no es fácil ni duradera la conciencia vivencial de nuestra muerte; pero, en los raros ratos en que accedo a ella, me parecen estupendos, formidables, maravillosos esos ratos cuando paso una mañana platicando o escribiendo o fumando o regresando. Maravilloso es todo, gracias a la muerte.

 

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@oscardelaborbol

Óscar de la Borbolla
Escritor y filósofo, es originario de la Ciudad de México, aunque, como dijo el poeta Fargue: ha soñado tanto, ha soñado tanto que ya no es de aquí. Entre sus libros destacan: Las vocales malditas, Filosofía para inconformes, La libertad de ser distinto, El futuro no será de nadie, La rebeldía de pensar, Instrucciones para destruir la realidad, La vida de un muerto, Asalto al infierno, Nada es para tanto y Todo está permitido. Ha sido profesor de Ontología en la FES Acatlán por décadas y, eventualmente, se le puede ver en programas culturales de televisión en los que arma divertidas polémicas. Su frase emblemática es: "Los locos no somos lo morboso, solo somos lo no ortodoxo... Los locos somos otro cosmos."

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