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Jorge Alberto Gudiño Hernández

16/09/2017 - 12:00 am

El cerco

Es una mujer como tantas otras. Miles que se acumulan con los años. Miles que van lastrando la integridad emocional de sus deudos. Miles que desaparecen, que mueren, que se cargan de oscuras historias en los últimos momentos de sus vidas. Miles que no encontrarán justicia pues el dato es relevante: sólo al 4% de los delincuentes se les apresa. El número es ínfimo y escandaloso. Quizá si fuera al revés pero, en ese caso, es casi seguro que esas miles serían apenas unas cuantas.

“Es una mujer como tantas otras. Miles que se acumulan con los años”. Foto: Archivo Cuartoscuro.

Para A.

Un buen día, mientras alguien lee los horrores en las redes sociales y en la poca pero efectiva prensa independiente, el teléfono suena. No es una llamada de extorsión de las que abundan, tampoco el anuncio de un secuestro o la exigencia de un rescate. El número es conocido, un familiar cercano, el propio padre. El júbilo se desmorona por completo: la voz entrecortada, el sollozo contenido, la peor de las noticias, si cabe.

Una mujer ha sido asesinada en el Estado de México. Una más, en Huixquilucan. Saliendo del banco. Ni siquiera la asaltaron. Tampoco le importó a su asesino que fuera madre de dos hijos o que su familia la pensara con cariño, que la amaran. Disparó y huyó.

Es una mujer como tantas otras. Miles que se acumulan con los años. Miles que van lastrando la integridad emocional de sus deudos. Miles que desaparecen, que mueren, que se cargan de oscuras historias en los últimos momentos de sus vidas. Miles que no encontrarán justicia pues el dato es relevante: sólo al 4 por ciento de los delincuentes se les apresa. El número es ínfimo y escandaloso. Quizá si fuera al revés pero, en ese caso, es casi seguro que esas miles serían apenas unas cuantas.

A la mayoría no las conocemos, por supuesto. Si acaso, alimentan una cifra que nos suena lejana, imposible, convencidos como estamos de que eso no nos va a pasar. Nos convencemos porque no hay remedio. De lo contrario, viviríamos en los linderos de la locura: ese fantasma que atraparía todos nuestros miedos. Así que nos rehusamos a aceptar la realidad, el hecho incontrovertible de que la violencia aumenta cada día, se aproxima a nosotros, tiende un cerco del que pronto será imposible escapar.

Estas llamadas son una resquebrajadura. Detonan tanto dolor que es imposible contenerlo. Y al dolor le siguen la rabia, la decepción, la certeza de que este país se nos está yendo de las manos.

No exagero: ya no podemos ir al banco, ya no podemos subir al transporte público, ya no podemos conducir en zonas de tráfico, ya no podemos caminar por la noche, ya no podemos… nadie garantiza nuestra seguridad, nadie garantiza nada.

Y es cierto, aun cuando son miles de historias las que giran en torno a la violencia de este país, nos podemos refugiar en el consuelo de la estadística: no me va a pasar a mí, no a mi familia, no a mis amigos. Pero eso es falso: la violencia se acerca cada día. En cualquier momento será uno de nosotros quien responda a esa llamada telefónica o, peor aún, quien la propicie. En cualquier momento será nuestro turno de trocar toda la fuerza vital por desesperanza.

Ya nos habían robado durante décadas, gobiernos de todos los colores se han aprovechado de nosotros, hemos sido engañados consistentemente… ahora la violencia está lastimando a nuestros seres queridos, a nosotros mismos… resulta impensable que nos resignemos a vivir dentro del cerco: es nuestro turno de manifestar nuestra inconformidad y revertir las cosas.

Jorge Alberto Gudiño Hernández
Jorge Alberto Gudiño Hernández es escritor. Recientemente ha publicado la serie policiaca del excomandante Zuzunaga: “Tus dos muertos”, “Siete son tus razones” y “La velocidad de tu sombra”. Estas novelas se suman a “Los trenes nunca van hacia el este”, “Con amor, tu hija”, “Instrucciones para mudar un pueblo” y “Justo después del miedo”.

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