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Catalina Ruiz-Navarro

17/02/2016 - 12:02 am

Parábolas

“Érase una vez dos exploradores que se encontraron con un claro en la jungla. En el claro crecían muchas flores y maleza”

Para quienes estamos secos de fe, las manifestaciones masivas de amor al Papa pueden parecer absurdas, pero, como muestran las quizás, se trata de que no estamos en el mismo campo semántico. Foto: Cuartoscuro
Para quienes estamos secos de fe, las manifestaciones masivas de amor al Papa pueden parecer absurdas, pero, como muestran las quizás, se trata de que no estamos en el mismo campo semántico. Foto: Cuartoscuro

“Érase una vez dos exploradores que se encontraron con un claro en la jungla. En el claro crecían muchas flores y maleza. Uno de los exploradores dice: «Algún jardinero cuida de este sitio». El otro explorador disiente: «No hay ningún jardinero-. De forma que plantan las tiendas y se ponen a vigilar. Sin embargo, no se ve a ningún jardinero. «Pero puede ocurrir que sea un jardinero invisible». Así que colocan una alambrada de espino, la electrifican y pasean alrededor con sabuesos. Pero ningún ruido indica que un intruso haya recibido una descarga eléctrica. Ningún movimiento del alambre delata un escalador invisible. Los perros nunca ladran. A pesar de todo, el creyente no está aún convencido. «Hay un jardinero invisible, intangible, insensible a las descargas eléctricas, que no desprende ningún olor ni hace ruido, un jardinero que se allega en secreto a cuidar el jardín que ama». Al final, el escéptico se desespera: «Pero, ¿qué es lo que queda de tu afirmación original? El jardinero que tu consideras invisible, intangible, eternamente esquivo, ¿en qué se diferencia de un jardinero imaginario o siquiera de ningún jardinero?”

A comienzos de los cincuenta el debate de moda en el “Club Socrático” de la Universidad de Oxford era sobre el lenguaje religioso ya que que los problemas que suscita el lenguaje religioso, y en concreto las proposiciones teológicas, nacen de la ausencia de claridad en las expresiones que incluyen o hablan de Dios. El debate llegó a un punto en el que se empezaron a inventar parábolas para desafiarse unos a otros, esta columna comienza con la que se conoce como la Parábola del Jardinero, planteada por Anthony Flew. Flew quiere demostrar que lo que en un principio tiene toda la apariencia de una afirmación, cuando se la acorrala y aplica el principio de falsabilidad resulta que el creyente no está diciendo nada. El creyente es víctima de una trampa que se tiende a sí mismo. Cuando en su afán por cualificar la afirmación original le responde al escéptico que el jardinero es invisible, intangible, etc. Eso en filosofía lógica tiene un nombre muy cool: la muerte de las mil cualificaciones.

Sin embargo, el argumento tiene una trampa: la naturaleza de las creencias religiosas es diferente a la de aserciones verdaderas o falsas. R.H. Hare inventa el concepto de blik, su definición más precisa en español es “interpretación inverificable e imposible de falsear de la experiencia de alguien”. A partir de este concepto Hare plantea la Parábola del Lunático:

“Cierto lunático está convencido de que todos los profesores quieren asesinarle. Sus amigos le presentan a los profesores más amables y respetables que encuentran y después de cada encuentro, le dicen: «Ya ves que no te quiere asesinar, te ha hablado con mucha cordialidad ¿Te has convencido ya?». Pero el lunático contesta: «Sí, pero eso sólo era una maniobra diabólica; en realidad está conspirando contra mí todo el tiempo, al igual que los demás. Te digo que lo sé». Y por muy amables que sean los profesores, la reacción es siempre la misma. El lunático tiene un blik enfermo sobre los profesores; nosotros tenemos un blik sano. Y es importante resaltar que nosotros tenemos un blik sano, no que no tengamos un blik…”

El problema es ahora es que no podemos diferenciar entre un blik enfermo y un blik sano, pues son inverificables e infalseables y nadie puede realmente tener la experiencia de otro. Aunque los blik no son explicaciones ni hipótesis (como los entienden los científicos) sin un blik no puede haber explicación pues gracias a nuestros bliks decidimos qué es y qué no es una explicación. Así que Basil Mitchel propuso otra parábola señalando “una prueba contra el amor de Dios hacia los hombres”: el dolor. Cuando el hombre religioso dice “Dios ama a la humanidad” no concede que existan hechos en contra de esta afirmación, uno podría decir que las millones de mujeres asesinadas en México han sido “olvidadas por Dios” y como hemos podido observar en los últimos días, esta afirmación no hace tambalear la fé. Así nace la Parábola del Extranjero:

“Durante la guerra, un miembro de la resistencia se encuentra, en un país ocupado, con un extranjero que le deja, después de una larga conversación, profundamente impresionado por su sinceridad. El extranjero pide al partisano que tenga fe en él pase lo que pase. No se vuelven a encontrar a solas pero al extranjero se le ha visto que en ocasiones ayuda a la resistencia y en otras colabora con el ejército de ocupación. A pesar de todo el partisano sigue confiando en el extranjero y sostiene ante sus camaradas que está del lado de la resistencia aunque a veces las acciones del extranjero debiliten su confianza.”

A diferencia del lunático, el partisano es que es consciente de la tensión que se desata en su interior, lo que le «convierte en un hombre con juicio y razonable», tiene una razón para confiar en su creencia: la personalidad del extranjero. Sin embargo, a Mitchell lo volvió a poner Flew en jaque, pues la Parábola del Extranjero desemboca en un clásico problema filosófico: Si sustituimos a la figura del extranjero por la de Dios entonces resulta difícil conciliar los atributos de omnipotencia, omnisciencia y bondad con la imposibilidad de ayudarnos, evitar el mal y la imperfección del universo, mejor dicho, que si Dios conoce todas las tragedias del mundo (porque lo sabe todo) y lo puede todo (todopoderoso) ¿no arregla las cosas porque no le da la gana? O quizás sí lo puede todo, y tiene las mejores intenciones, pero no se entera (no es omnisapiente). Y la opción más triste de todas: que lo sabe todo y le gustaría ayudarnos pero no es suficientemente poderoso.

Me dirán ustedes que la solución más fácil a estos dilemas es que Dios no existe (y hay que admitir que es lo más probable) pero afirmar así, más allá de toda duda, que algo no existe es tan temerario como decir que un dios intangible e invisible existe pues no se puede probar un negativo. Es decir, yo no les puedo probar que existen los unicornios porque no he encontrado uno para mostrarles, pero ustedes, por su parte, no están en capacidad de abarcar el universo (el conjunto de todas las cosas) y por lo tanto siempre habrá la posibilidad de que en algún lugar, más allá de nuestras limitaciones cognitivas, exista un unicornio.

De la venida del Papa ya se ha dicho todo. Quedó probado que la laicidad del Estado Mexicano solo existe en el papel y que la separación entre Iglesia y Estado solo se materializó en un menor número de días festivos. También se comprobó que Panchito no nos salvó de la pobreza, ni acabó con la corrupción, ni incluyó, así lo que se dice “incluir” a los indígenas, ni a las mujeres, pues representa a una institución legendaria por su falta de sentido poscolonial y perspectiva de género. Para quienes estamos secos de fe, las manifestaciones masivas de amor al Papa pueden parecer absurdas, pero, como muestran las quizás, se trata de que no estamos en el mismo campo semántico. En todo caso, si como yo, están hasta el zoco de las parábolas católicas, o de escuchar criticar o venerar a Bergoglio, les dejo estas parábolas agnósticas, a manera de gimnasia mental para canalizar el desconcierto que produce ese tsunami de fe –tan poderoso como infructuoso- que nos cayó con la visita del Papa.

Twitter: @Catalinapordios

Catalina Ruiz-Navarro
Feminista caribe-colombiana. Columnista semanal de El Espectador y El Heraldo. Co-conductora de (e)stereotipas (Estereotipas.com). Estudió Artes Visuales y Filosofía y tiene una maestría en Literatura; ejerce estas disciplinas como periodista.

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