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Francisco Ortiz Pinchetti

17/02/2017 - 12:05 am

Partidos prostitutos

Desde 1986 padecemos una plaga de 200 zánganos plurinominales en la Cámara de Diputados. Y también 32 senadores de gorrita… Todos ellos, sin haber hecho campaña, sin haber recibido un solo voto, sin representar a nadie, gozan de los mismos privilegios que los que fueron electos.

Desde 1986 padecemos una plaga de 200 zánganos plurinominales en la Cámara de Diputados. Y también 32 senadores de gorrita… Todos ellos, sin haber hecho campaña, sin haber recibido un solo voto, sin representar a nadie, gozan de los mismos privilegios que los que fueron electos. Foto: Cuartoscuro

No acaba de sorprendernos la realidad de un país que se echó a perder por culpa del dinero. O seamos más justos: de una clase política que se embelesó con las mieles del poder y la riqueza. Más claramente: hablemos de una serie de partidos políticos, todos, a los que el dinero prostituyó. No hay palabra más certera para describirlo. Incluyo por supuesto al PRI y al PAN; pero también al PRD, a Morena, al Verde, al Partido del Trabajo, a Nueva Alianza, Movimiento Ciudadano, Encuentro Social. O díganme si alguno se salva.

Me tocó presenciar todavía en los ochenta las colectas que los panistas realizaban al final de sus mítines para recabar fondos para costear sus campañas. Dos voluntarios llevaban una manta, una bandera, a la que los asistentes arrojaban monedas y ocasionalmente billetes. También me tocaron las rifas de autos, colocado el vehículo en alguna esquina céntrica de la ciudad donde los militantes del blanquiazul vendían los boletos para el sorteo, a realizarse en combinación con el de la Lotería Nacional.

En ese tiempo la política opositora era pobre, digna y a veces heroica. Cierto: era difícil imaginar que un partido en el que sus funcionarios eran todos voluntarios y no recibían remuneración alguna por entregarle a la organización algo de su tiempo libre,  pudiera aspirar a alcanzar el poder, frente a un PRI que como partido de Estado disponía a través del gobierno de todos los recursos nacionales para su aparato proselitista y electoral. Resultaba absolutamente imposible derrotarlo.

Así lo vio el chihuahuense Luis H. Álvarez cuando al asumir la presidencia nacional del PAN, en 1987, propuso la profesionalización del partido y la aceptación por parte de su Comité Ejecutivo Nacional del financiamiento público oficial para las actividades ordinarias  y las campañas electorales de Acción Nacional. Hubo resistencias, pero finalmente logró esa histórica aprobación.

Don Luis fue el último dirigente nacional panista que no detentó sueldo alguno. Por supuesto que no imaginó, me confesó un día, que su decisión significaría el hundir a su partido en las ambiciones y la corrupción. Él postulaba, y de esa convicción partió, que Acción Nacional  “es y será tan buen partido político como sean buenas  y rectas las conciencias de sus miembros”. Iluso tal vez.

Y ocurrió. No sólo en el PAN, sino en todos los partidos mexicanos. El vil y despreciable dinero ha podrido el quehacer  político en este país. Ya no son solo los ambiciosos militantes del PRI a quienes la riqueza enloquece. Ahora son todos. La oposición está sumida a la vez en la mediocridad y en la corrupción, porque hay demasiado dinero sobre la mesa… y debajo de ella.

Primero fueron, allá a mediados de los sesenta,  los diputados de partido. En 1964, el PAN tuvo sus primeros 20. El Partido Popular Socialista (PPS), nueve. Y el Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM,)  cinco. Las curules así concedidas ascendieron a 34, es decir el 15.3 por ciento del total de la Cámara, que hasta la legislatura anterior pertenecía por entero al PRI. Muy justo y democrático que las minorías tuvieran un lugar en el Congreso, una presencia y una voz.

Luego se crearon, en 1977, los llamados legisladores de representación proporcional, para equilibrar a las fuerzas políticas, nos dijeron. Muy bien. Lo malo es que al poco tiempo esas diputaciones se convirtieron en canonjías, botín para los dirigentes de los partidos que a su arbitrio las reparten entre sus cuates, entre sus cómplices. Cada curul así otorgada, sin siquiera haber tenido que someterse al voto popular, significa dieta, prestaciones, auto con chofer, bonos, viajes, partidas secretas: dinero, dinero, dinero.

Desde 1986 padecemos una plaga de 200 zánganos plurinominales en la Cámara de Diputados. Y también 32 senadores de gorrita… Todos ellos, sin haber hecho campaña, sin haber recibido un solo voto, sin representar a nadie, gozan de los mismos privilegios que los que fueron electos. Cada uno de ellos nos cuesta casi 150 mil pesos mensuales de puro sueldo (dieta). Aparte, prestaciones, prebendas, aguinaldos,  asesores, comisiones. Y bonos especiales, extraordinarios y “navideños”. Tan absurdo, costoso e inmoral es esto, que ya hasta el PRI ha propuesto su reducción a la mitad. ¡Imagínense! Y el esquema se repite impunemente, a veces más grave, en los congresos estatales y en la ALDF.

Los partidos se reparten también las presidencias y secretarías de más de 40 comisiones ordinarias en la Cámara de Diputados y 30 en el Senado, además de comisiones y comités extraordinarios. Cada uno de esos cargos significa un ingreso extra para el Diputado o Senador en cuestión. Un pilón de 33 mil pesos mensuales, en promedio. Patético el caso de los senadores que recién  renunciaron al PRD y se resisten hasta con los dientes a acceder a la petición de su ex coordinador parlamentario de renunciar a esos ingresos extras.

Luego están las prerrogativas multimillonarias repartidas por el Instituto Nacional Electoral (INE) que este año superan los cuatro mil millones de pesos en total, sin que haya proceso electoral federal. Esa suma se agrega a lo que nos cuesta el funcionamiento del propio INE para sacar adelante nuestra enclenque democracia, una de  las más costosas del mundo: más de 11 mil millones de pesos al año.

Esa canonjía institucionalizada y legal alcanza no solo para que los partidos costeen su funcionamiento y sus campañas. También, por supuesto, para que los dirigentes se den a sí mismos sueldos de diputados, o mayores, sin que nadie les ponga límite. Y disfruten además de prebendas, viajes, gastos de representación, vehículos. Todo, a costa del erario.

Cada día tenemos noticia de nuevos escándalos de despilfarro y corrupción en los que están involucrados los partidos políticos por complicidad o por omisión. Unos solapan a otros. Se hacen guajes mientras se reparten partidas estratosféricas que nadie fiscaliza. Claudican de sus principios por dinero. Se venden. Es, literalmente, el reparto del botín.

El dato fresco: la Auditoría Superior de la Federación (ASF) denunció el miércoles pasado que la Cámara de Diputados ejerce los recursos públicos “sin racionalidad y sin comprobar que sean destinados a los trabajos legislativos”. Precisó que “esto se aprecia especialmente en las partidas entregadas a los grupos parlamentarios y los apoyos a los diputados para actividades legislativas, que en 2015 sumaron mil 742 millones de pesos”.

Tal vez la naturaleza humana sea a final de cuentas la culpable de semejante descomposición. En teoría, los recursos económicos debieran aplicarse con probidad y justicia, de modo que fueran en efecto un instrumento útil al servicio de la democracia. O a lo mejor se trata de la naturaleza particular de aquellos a quienes sin tener mérito académico o profesional alguno, el destino puso frente al platón de la abundancia sin más merecimientos que el compadrazgo, la complicidad, la incondicionalidad. Ser político es hoy en México la más redituable ocupación. Y también la más cínica manera de vivir de los demás.

Por eso mismo resulta poco menos que redundante acusar de corrupción a los gobernadores priistas y panistas evidenciados por sus latrocinios y al propio Presidente Enrique Peña Nieto y su pandilla, cuando ellos forman parte natural de un inmenso océano de inmundicia que ahoga por completo a la Nación. Válgame.

 

Twitter: @fopinchetti

Francisco Ortiz Pinchetti
Fue reportero de Excélsior. Fundador del semanario Proceso, donde fue reportero, editor de asuntos especiales y codirector. Es director del periódico Libre en el Sur y del sitio www.libreenelsur.mx. Autor de De pueblo en pueblo (Océano, 2000) y coautor de El Fenómeno Fox (Planeta, 2001).

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