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Antonio Salgado Borge

17/03/2017 - 12:00 am

El nuevo error de López Obrador

Andrés Manuel López Obrador parece convencido de que su posible condición de candidato presidencial menos malo en 2018 le licencia a incluir a personajes impresentables en su proyecto político. Y considerando quiénes serían sus más probables rivales, este cálculo podría ser acertado. El problema para Andrés Manuel López Obrador es que su nueva estrategia también podría […]

El problema para López Obrador es que 2018 aún no está aquí; que podría haber otras opciones inesperadas en la boleta y que, en plena era antiestablishment, está a punto de dar la espalda a un sector del electorado independiente y crítico que podría ser fundamental para sus aspiraciones. Foto: Cuartoscuro

Andrés Manuel López Obrador parece convencido de que su posible condición de candidato presidencial menos malo en 2018 le licencia a incluir a personajes impresentables en su proyecto político. Y considerando quiénes serían sus más probables rivales, este cálculo podría ser acertado. El problema para Andrés Manuel López Obrador es que su nueva estrategia también podría ser el –nuevo- error que termine privándolo de la Presidencia.

En 2006, con un espectacular margen de ventaja en las encuestas, el líder de Morena excluyó de su campaña a grupos de poder que consideró dispensables o indignos: quizás los ejemplos más representativos son Elba Esther Gordillo y las cúpulas empresariales que luego se volcaron en su contra para asustar a medio país con el cuento del “Chávez mexicano”. En 2012, López Obrador trató, demasiado tarde, de dar un giro y presentarse como la antítesis de la hostilidad –amor puro- y de proyectar una imagen más moderna –recordemos su plataforma digital para atraer a votantes independientes-. Ciertamente este esfuerzo le funcionó en buena medida, pero, por razones de sobra conocidas, ciertamente no le alcanzó para ser Presidente.

Uno pensaría que, con otro sexenio de experiencia a cuestas, con un escenario político y tecnológico difícilmente más favorable, y con todo el tiempo del mundo para tejer su estrategia, el tabasqueño tendría que haber estado listo para tomar lo mejor de sus dos experiencias pasadas: la solidez de la primera campaña, en la que no cedió espacios supuestamente para no traicionar sus ideales, y la apertura hacia las partes más progresistas de la sociedad de la segunda campaña, que logró, por ejemplo, que muchos universitarios y personas con educación formal votaran por el entonces perredista. Pero, al menos por el momento, este claramente no ha sido el caso. La actual estrategia de Morena parece encaminada a anexar a su proyecto a todo el que pueda sumarle política o electoralmente sin importar su trayectoria o perfil; una aceptación tácita de que sólo una “mafia del poder” puede derrotar a otra “mafia del poder”.

Y es que, justo cuando parece que menos los necesita, López Obrador ha abierto las puertas de su partido a personajes con trayectorias tan largas como cuestionadas –véanse sus candidatos en algunos estados-, mantiene intocados a miembros de su partido, como los hermanos Monreal, y se ha aliado con Ricardo Salinas Pliego, dueño de TV Azteca cuya foto bien podría acompañar al concepto “mafia del poder” en cualquier enciclopedia que dé cuenta de lo ocurrido en la arena política mexicana en las últimas décadas.

Ante semejante giro, incluso los seguidores más recalcitrantes de Morena tendrían que admitir que, para cualquier elector independiente o simpatizante de “El Peje” con criterio propio, es natural que estos hechos exijan una interpretación. Sus seguidores pueden decir, con toda la razón del mundo, que durante 12 años se le han inventado cientos de historias ridículas a su candidato y líder moral; que en 2006 hubo una cargada en su contra, que debió ganar las elecciones de ese año, o que el “peligro para México” y la etiqueta de “loco” son dos de las más grandes mentiras políticas vendidas en el siglo XXI mexicano. Pero nada de eso tendría por qué borrar los hechos recientes ni eximirlos del juicio de propios y extraños.

Y es que López Obrador no ha tejido su nueva alianza con organizaciones sociales defensoras de derechos humanos, con grupos que han empujado temas como transparencia y rendición de cuentas, con movimientos feministas y LGTB, que cada día son más fuertes y que piden a gritos genuinos representante, o con individuos que sinceramente suscriben visiones de izquierda más liberales y autocríticas.  ¿Son mejores sus nuevos aliados que los grupos mencionados en este párrafo? La respuesta depende del sentido en que se interprete la palabra “mejor”. Si por ésta entendemos a) aquello que aumenta sus posibilidades de ganar, los neomorenistas podrían ser considerados mejores que los excluidos en caso de que se piense que su incorporación garantizaría un triunfo que los otros no pueden asegurar. Pero también podríamos entender “mejor” en términos de b) el aporte intelectual y calidad moral de los implicados o c) lo más conveniente para el país en caso de que AMLO gane la elección. Claramente b) y c) no son mutuamente excluyentes.

Se puede argumentar, con razón, que no hay punto de comparación entre la trayectoria de López Obrador y la de personajes francamente impresentables como Margarita Zavala, Rafael Moreno Valle, Miguel Ángel Osorio Chong, Luis Videgaray o Aurelio Nuño. Y el presidente de Morena parece saberlo perfectamente. Parece convencido de que, a pesar de todo, podrá atraer el voto de aquellos que no simpatizamos con el candidato, con partes de su proyecto o con su corte; de aquellos que, ante la ausencia de otras opciones, podríamos terminar considerándolo el menor de los males. Es decir, todo parece indicar que, con tal “asegurar” su triunfo, el líder de Morena se ha conformado con ser la opción menos mala.

Hay quienes afirman que al final todo estará bien porque López Obrador es un individuo honesto y, tal como el propio político parece sugerir, quienes se suman a su proyecto se limpian automáticamente de su pasado. Si bien todo parece indicar que el ex Jefe de Gobierno del Distrito Federal, en efecto, es un hombre honesto, sus recientes decisiones abren al menos dos posibilidades: 1) está abriendo las puertas a integrantes del grupo que ha llamado “mafia del poder”, perdonando su pasado, porque cree que puede controlar sus conductas “mafiosas” o 2) los recibe porque está dispuesto a tolerarlos. La honestidad del dos veces candidato presidencial puede no estar en duda, pero es un error de inferencia pensar que porque un individuo, por convicciones personales, no sería capaz de tomar dinero público para fines personales, este individuo automáticamente podrá controlar a una mafia cuando ésta le rodea. Además, no se requiere ser corrupto en lo individual para tolerar la corrupción de terceros y, lo que es peor, no se necesita ser corrupto para ser mafioso ni para querer una rebanada del poder.

En cualquier caso, un ejercicio de congruencia personal del Presidente de poco serviría si éste llega al poder con un proyecto plagado de individuos sin potencial de transformar prácticamente nada. ¿Verdaderamente los mexicanos no podemos aspirar a nada mejor? ¿Sólo una “mafia del poder” puede derrotar a otra? Y es que, de no corregir el rumbo, López Obrador se encaminaría a una nueva versión del “haiga sido como haiga sido” de Felipe Calderón reeditado por Peña Nieto en 2012. En su presente camino, “El Peje” no ha dudado en descalificar, sin razones o argumentos, a los que podrían ser sus aliados naturales, pero que no se han sentido representados por su proyecto. ¿De verdad un padre de Ayotzinapa desesperado y frustrado es un mero provocador? ¿En serio piensa que Emilio Álvarez Icaza es un filopanista? ¿En este caso, también lo serían Sergio Aguayo, Denise Dresser y Javier Sicilia?

López Obrador tiene que ser mucho más inteligente que eso. Es por ello que, a pesar de que probablemente termine siendo el candidato menos malo, sus acciones y descalificaciones a la ligera y su desprecio por la argumentación son muy malos presagios de su posible actitud como presidente. Ya se lo preguntaba Albert Camus al hablar de revolucionarios y rebeldes: si el fin justifica los medios, ¿qué justifica el fin? Y Camus estaba seguro que el fin sólo podía ser justificado con base en los medios empleados para lograrlo.

Pero aun si esta disonancia fin-medios y la transformación real del México le tienen sin cuidado, el problema para López Obrador es que 2018 aún no está aquí; que podría haber otras opciones inesperadas en la boleta y que, en plena era antiestablishment, está a punto de dar la espalda a un sector del electorado independiente y crítico que podría ser fundamental para sus aspiraciones. Y este podría terminar siendo el nuevo gran error que le despierte, de una vez y por todas, de su sueño de ser Presidente.

@asalgadoborge

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Antonio Salgado Borge
Candidato a Doctor en Filosofía (Universidad de Edimburgo). Cuenta con maestrías en Filosofía (Universidad de Edimburgo) y en Estudios Humanísticos (ITESM). Actualmente es tutor en la licenciatura en filosofía en la Universidad de Edimburgo. Fue profesor universitario en Yucatán y es columnista en Diario de Yucatán desde 2010.

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