Revisando en mi lista de recomendaciones caí en la cuenta de lo incompletas que han estado algunas de ellas. No por mala voluntad, por supuesto. Si acaso, por cuestiones de espacio o de tiempo, por incapacidad o porque es imposible abarcarlo todo.
Hace cerca de un año hice un listado que incluía a cinco escritores españoles (ver Ciertos tíos de ultramar). Sólo eso. De entrada, resultaba demasiado parcial y subjetiva. Como resulta evidente, autores españoles hay por decenas. Supongo que, también, de cualquier otra nacionalidad. Sin embargo, la cercanía con ellos resulta evidente. No sólo porque compartimos la misma lengua, porque hemos abrevado de sus enseñanzas y ellos han aprendido de nuestra literatura. También, porque gran parte de la industria editorial mexicana está muy ligada a la española. Los grandes grupos editoriales tienen su sede en ese país; muchas de las líneas que marcan los contenidos a publicarse en México también parten de esas latitudes.
Así pues, continúo el listado. De nueva cuenta lo hago a partir de mis preferencias, de lo entrañables que me resultan algunos o de los libros que persigo cuando me entero que los han publicado. Hago, pues, crecer el listado original con la conciencia de que me sigo quedando corto. Es inevitable. A nuestras librerías llegan sus títulos por docenas. Es común encontrarlos en ruedas de prensa, en entrevistas para diferentes medios. Además, son tan variados que da trabajo restringirlos a un solo estilo, a una poética que los abarque bajo el epíteto de españoles. Si acaso, descubrimos en sus novelas los inevitables giros del lenguaje. Aquéllos que nos diferencian y nos enriquecen a un tiempo. Me da la impresión de que, a la larga, pertenecemos a la misma tradición y eso basta para incluirlos entre nuestras lecturas. Junto al nombre de los autores agrego, como casi siempre, el título de uno de sus libros, como posible referencia para futuras lecturas.
Soldados de Salamina
La discusión en torno a las diferencias entre la ficción y la realidad es añeja y, quizá, irresoluble. Sin embargo, su existencia denota que el tema le interesa a muchos. Esto puede deberse a que, a fin de cuentas, los límites entre una y otra son casi indiscernibles; por no hablar de las aportaciones que la primera hace a la segunda. Éste parece ser el punto de partida de Cercas. Leerlo es convencerse de que, más allá de la discusión, conviene adentrarse en esa realidad ampliada. La misma que abreva de la ficción o que, incluso, le pide ayuda para desentrañar misterios complejos. Tal vez por eso las novelas de Javier Cercas parten de un planteamiento que suena extraído de la realidad, del pasado histórico. A ello se le suman estrategias narrativas en torno a la investigación y una arquitectura apuntalada en la idea de despejar las dudas. No será así, por supuesto. Sabedor de que esos límites son borrosos, gusta que la ambigüedad forme parte de su discurso literario, obligando al lector a participar activamente. Tal vez por eso su fama sea tan merecida.
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El dueño del secreto
Es un escritor de los que caben bien dentro de muchos adjetivos. Prolífico como columnista, se ha acercado a diversos géneros. Sus novelas tienen la consistencia del desasosiego. Ya sea porque sus personajes se encuentran en una búsqueda infructuosa, ya porque han dado con la respuesta que buscaban. Así, no es raro encontrar tramas de muchos tipos. Desde las que se perfilan a partir de una breve pero intensa anécdota, hasta las que son contundentes en su inmensidad. Antonio Muñoz Molina es capaz de escribir una novela por entregas y de olvidarse de ella al escribir otra monumental. Sea cual fuere su proceder narrativo, lo cierto es que cuenta con todos los recursos del novelista contemporáneo. Algo que no cualquiera puede presumir.
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El criterio de las moscas
Las novelas pueden ser vistas como un divertimento. El autor se plantea un problema de difícil solución y la respuesta es, propiamente, la escritura de la novela. Éstas pueden caber en el terreno de la narrativa de misterio. Sin embargo, también pueden ir mucho más lejos. Justo eso es lo que hace Luis Manuel Ruíz. A fuerza de plantear tramas complejas, habitadas por personajes siniestros, logra atrapar a sus lectores tanto en el mundo del texto como en un particular estado de ánimo. Justo lo que cualquier buen lector quiere: que lo transporten, para hacer de su labor una experiencia que linda en el desconcierto. Leer estas novelas es, entonces, atreverse a un mundo tan cercano al nuestro que la sorpresa aguarda al filo de las páginas.
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El pintor de batallas
La novela de aventuras es virtuosa a la hora de formar lectores. Sucede que este tipo de libros se definen por su capacidad de generar tensión dramática, de involucrar a quien lee con la trama, de hacerlo partícipe de las peripecias de los personajes. Es fácil recordar libros de los que es imposible separar la mirada ya fuera porque el héroe estaba a punto de revelar un misterio, porque su vida corría peligro culpa de una traición infame o porque estaba a punto de recibir su recompensa. Los detractores de Arturo Pérez-Reverte pueden asegurar que parte de fórmulas a la hora de trazar sus tramas. Sin embargo, el uso de un lenguaje de alto nivel junto con novelas de altos vuelos deslegitima el argumento. Al contrario, sigue invitando a quienes nos gusta dejarnos atrapar por las aventuras, por hacer crecer nuestra experiencia vital.
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Tu rostro mañana
La literatura es tan versátil que da cabida, con aplausos, al entrecruzamiento entre géneros. Javier Marías ha sabido hacerse de un espacio propio en esta venturosa intersección. Si bien es cierto que sus novelas pueden leerse como tales (es decir, dejándose atrapar por la trama y las peripecias de quienes la habitan), también es verdad que incluyen un alto contenido ensayístico. Mejor aún, las reflexiones del narrador (muchas veces confundido con el propio Marías) o de los propios personajes pueden ser leídas como sesudos ensayos. Sobre todo, porque las preocupaciones del autor suelen cargar connotaciones éticas. Así, es posible encontrarse con anécdotas simples que, al ser cargadas por dilemas profundos, resignifican la lectura llevándola a un nuevo nivel. Algo que siempre se agradece.
Si algo caracteriza a los autores españoles antes mencionados es el compromiso que tienen con lo que escriben. Es probable que este compromiso obedezca a que España es un país con muchos más lectores que el nuestro. Así, dedicarse a la escritura es una ocupación de tiempo completo, sin los distractores que padecen muchos de los autores nacionales. Sin embargo, bien podrían no aprovecharlo. Por suerte lo hacen y, al comprometerse, siguen acrecentando la rica tradición de las letras españolas.
