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Jorge Javier Romero Vadillo

17/05/2018 - 12:00 am

La educación, carne de demagogia

Finalmente, el tema educativo ha ocupado un lugar en la discusión de la campaña electoral, pero no lo ha hecho de la mejor manera. En los últimos días se han mostrado las limitaciones y las contradicciones en la materia de las diferentes candidaturas, en buena medida gracias a las comparecencias –presenciales o escritas– de los candidatos en la pasarela de Diez por la educación, pero también debido a la investigación publicada en Reforma sobre los gastos publicitarios del anterior secretario de Educación Pública, hoy coordinador de campaña del candidato del PRI, y a la reiterada cantaleta de López Obrador sobre su intención de cancelar “la mal llamada reforma educativa” en un mitin el domingo pasado en Oaxaca.

Aurelio Nuño, el encargado de poner en marcha la reforma. Foto: Cuartoscuro.

Finalmente, el tema educativo ha ocupado un lugar en la discusión de la campaña electoral, pero no lo ha hecho de la mejor manera. En los últimos días se han mostrado las limitaciones y las contradicciones en la materia de las diferentes candidaturas, en buena medida gracias a las comparecencias –presenciales o escritas– de los candidatos en la pasarela de Diez por la educación, pero también debido a la investigación publicada en Reforma sobre los gastos publicitarios del anterior secretario de Educación Pública, hoy coordinador de campaña del candidato del PRI, y a la reiterada cantaleta de López Obrador sobre su intención de cancelar “la mal llamada reforma educativa” en un mitin el domingo pasado en Oaxaca.

El ejercicio de Diez por la educación, organizado por un conjunto amplio de organizaciones civiles vinculadas al tema educativo, si bien no tuvo la claridad del realizado hace seis años, permitió que los candidatos mostraran sus cartas respecto a diversos temas de política educativa. No son pocas las críticas que se pueden hacer a la batería de preguntas planteadas a los aspirantes presidenciales, pero en términos generales sirvieron para que cada uno de ellos se definiera respecto a la reforma educativa en curso y para que desarrollara los rasgos generales de la política educativa que pretendería desarrollar durante su gobierno. Lo curiosos es que ni los candidatos que comparecieron, ni López Obrador, que desairó el acto, pero envió sus respuestas por escrito, hicieron una crítica a fondo, que demostrara una evaluación seria de lo hecho por este gobierno en la materia.

Meade, como era de esperarse, se definió por la continuidad. No podía ser de otra manera, pues es Aurelio Nuño, el encargado de poner en marcha la reforma, su coordinador de campaña. La falta de crítica muestra el enorme cinismo de un gobierno que, si bien impulso una reforma constitucional de gran calado, muy pronto, desde el momento de proponer la legislación secundaria, mostró su falta de compromiso serio con un cambio que involucrara a los profesores en la mejora de la calidad en la educación. Desde el proyecto de Ley del Servicio Profesional Docente, el gobierno de Peña Nieto pareció que estaba haciendo una reforma contra los maestros y no con ellos. Una reforma tacaña, atada al dogma de la evaluación, que no generó incentivos positivos para mejorar la vida profesional del profesorado.

La publicación de la manera obscena en la que Nuño gastó recursos en publicidad y en promoción personal hizo evidente la simulación con la que este gobierno enfrentó el reto educativo. Los avances innegables, como la generalización del concurso de ingreso a la carrera o los concursos de oposición para ocupar las plazas de dirección en las escuelas o de supervisión, quedan opacadas por el nulo compromiso mostrado con el impulso de la mejora en las condiciones laborales y de vida de los maestros de aula, amenazados con un sistema de evaluación que ni siquiera toma en cuenta su desempeño ante el grupo y que se reduce a un examen estandarizado con consecuencias negativas y sin un sistema de promoción en la función claramente garantizado en la ley.

El actual gobierno no hizo nada por destinar recursos a un sólido programa de formación continua y actualización del magisterio, no invirtió en la reforma del sistema de formación inicial, ni procuró, más allá de la propaganda, el acercamiento con los maestros de a pie. En cambio, el secretario de Educación gastó cantidades ingentes de recursos en promover su imagen, con miras a la candidatura presidencial. Afortunadamente, según anuncian las encuestas, en estas elecciones su carrera política llegará a su fin, junto con la del candidato cuya campaña coordina, carente de cualquier garra transformadora.

Anaya solo atinó a criticar la implementación de la reforma y respondió burocráticamente a las preguntas planteadas también en clave burocrática, sin fuerza inquisitiva. Nada memorable de su intervención, además del tono buscado para quedar bien con los organizadores del encuentro. Mucho más sorprendentes fueron las respuestas de López Obrador o, mejor dicho, del equipo de Esteban Moctezuma, pues el candidato eludió el cara a cara con Mexicanos Primero o con el IMCO, organizaciones a las que les tiene especial ojeriza.

Las respuestas enviadas a Diez por la educación a nombre del candidato puntero en las encuestas resultan más que razonables. Se ve que están escritas por un burócrata que conoce la jerga de la política educativa y, aunque usa los latiguillos de la campaña, como el “haremos historia”, poco tienen que ver con el tono incendiario con el que habitualmente AMLO aborda el asunto. Una vez más, su campaña muestra una doble cara: amable y condescendiente en los encuentros en corto, amenazante y disruptiva en el discurso de plazuela o, mejor dicho, uno es el discurso del candidato y otro el de sus colaboradores, dedicados a apagar los incendios que el verbo flamígero de López Obrador va provocando.

Las respuestas en Diez por la educación presentadas en nombre del candidato de MORENA (y del PES y el PT, no hay que olvidarlo) fueron, desde mi punto de vista las más atinadas, pues ponen el énfasis en la necesidad de formar a los maestros, de dotarlos de recursos para que puedan enfrentar los retos de la mejora de la calidad educativa. Tampoco es que sean la gran cosa; de hecho, son bastante conservadoras y en algunas pareciera como si meramente se tratara de un cambio de gobierno al estilo de los viejos tiempos del PRI, donde de lo que se trata es de poner al secretario saliente de acuerdo con el entrante, para garantizar la continuidad. Hay crítica, pero de baja intensidad, y cuando abordan el tema de Ley del Servicio Profesional Docente, no plantean nada innovador respecto a la promoción en la función; el énfasis se pone en el cambio del carácter de la evaluación, pero no se toca la necesidad de generar incentivos positivos para que los profesores se comprometan a fondo con su carrera.

Sin embargo, el domingo en Oaxaca el que habló fue el mismo López Obrador que no quiso decir en persona lo que le dijeron sus colaboradores que debía responder ante las organizaciones civiles. Ahí, frente a los integrantes de la CNTE, volvió a clamar, cual Júpiter tonante, rodeado de matracas y tamboras, que cancelaría la mal llamada reforma educativa, en el mejor estilo del demagogo que repite sus frases hechas.

Ese es el problema: que los demagogos siempre dicen lo que sus audiencias quieren oír y uno nunca sabe a qué atenerse con ellos. Lo mismo pasa con sus alianzas: las hacen de chile, dulce y de manteca y a todos les dicen que sí. Obviamente, los que pactan con él creen que son ellos y no los otros, de ideas e intereses contrarios, pero que también han pactado con el caudillo, los que lograrán hacer avanzar sus intereses. Lo malo es que a la hora de gobernar se tendrá que decantar de un lado o de otro, porque en campaña se puede quedar bien con todos, pero eso no ocurre cuando se tiene que tomar decisiones con efectos distributivos. Ahí es cuando, de pronto, algunos tendrán que reconocer que no fueron otra cosa que tontos útiles.

Jorge Javier Romero Vadillo
Politólogo. Profesor – investigador del departamento de Política y Cultura de la UAM Xochimilco.

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