SOUMAYA: DE CHILE, DULCE Y MANTECA

17/06/2011 - 12:01 am

Por Marcela Rodríguez Loreto

El Museo Soumaya, que abrió sus puertas en mayo pasado, es una colmena platino en su exterior y con esa fachada ha querido salvar aunque sea de forma tímida lo que parecía un descuido o un capricho. Se han colocado discretas bancas de madera al tono del piso y un barandal delgado y blanco agarrado al muro donde parece perderse en la blancura como si no deseara darse a notar.

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Al cabo la esencia de un museo son sus piezas expuestas. La subdirectora Técnica del Museo Nacional de Arte (Munal), Sara Baz Sánchez, es una “fiel creyente en que la importancia de un museo la determina su colección”,  habidas excepciones como las del Museo del Palacio de Bellas Artes y el Antiguo Colegio de San Ildefonso “que no poseen un acervo en número considerable el primero, y el segundo no tiene colecciones,  pero cuentan con el patrimonio del inmueble más los murales”.

Raquel Tibol y Teresa del Conde, con mayor cancha mediática, llamaron la atención al poner en tela de juicio el acervo perteneciente al Museo Soumaya, a raíz de la inauguración del edificio de la colmena firmado por el arquitecto Fernando Romero. No son las únicas con categoría que juzgan de dudosa factura ciertas piezas adquiridas por la Fundación Slim; a lo que se suma la crítica respecto a que las colecciones se muestren al parecer sin orden ni concierto, incluya piezas menores y, a su juicio, dicha fundación compre lotes de obra a precios de bodega y fuera de subasta.

Se dice que el coleccionista apasionado rastrea con lupa una obra a través de documentación e investigación; se llega a la obra y no a la inversa. El año pasado, esta reportera dedicó un programa a Ajmátova, en la serie radiofónica “Una habitación propia” transmitida por Radio Educación. El traductor de la obra de esta poeta rusa, Jorge Bustamante, me platicó lo siguiente: “Había un dibujo de Anna Ajmátova dibujada por Modigliani en el Museo Soumaya desde mediados de los noventa, la esposa del señor Carlos Slim lo había adquirido unos años atrás en una subasta en Nueva York,  pero no sabía de quién se trataba. Cuando fui al  Museo con Irina Ostroúmova, una geóloga que vive en Morelia, vimos el dibujo de Modigliani representando a una mujer desnuda con un gato y pensamos en la posibilidad de que se tratara de Ajmátova; nos dimos a la tarea de investigar sobre la historia y el destino de esos cuadros. Entramos en contacto con el Museo de Ajmátova en San Petersburgo, porque tienen otro dibujo de Ajmátova por Modigliani, y nuestra sorpresa fue grandísima al ver que en efecto era de la serie de dibujos que había hecho”.

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Modigliani sobre Ajmátova

Eva Ayala Canseco, curadora del Soumaya, recuerda que “hay historias que el objeto nos cuenta por sí solo de modo inmediato. Lo externo. Mi trabajo es investigar los secretos en la historia del objeto. Sin embargo, la investigación de un objeto es como la investigación de una persona, no es un caso cerrado, suele enriquecerse al paso de los años”.

Graciela Schmilchuk, especialista en museos y exjefa de Servicios Educativos en el Museo de Arte Moderno de México, advierte que para la crítica del nuevo Museo Soumaya es necesario generar otras categorías “que las que solíamos utilizar con los museos que explícita o tácitamente aceptaban que la educación, la investigación y la conservación eran sus ejes, además del principio que parecía sacrosanto de exponer obras auténticas”.

 

Contexto mercantil

Schmilchuk, quien participa en el Programa internacional de escultura pública de Israel, plantea que el Soumaya se inserta física e ideológicamente en un contexto mercantil de pasajes comerciales y zona de especulación inmobiliaria como lugar de entretenimiento de “mayor prestigio” que un Six Flags.

Llamémoslo el fenómeno Chicago cuando, como recuerda Saul Below en el libro Todo cuenta, la ciudad pertenecía a los timadores, a las agencias inmobiliarias y a los magnates de las empresas de servicios. Eso era el Chicago de principios del siglo XX. Esto es el Distrito Federal del siglo XXI.

Durante una entrevista de 2007 con el arquitecto Fernando Romero –en la revista Poder y Negocios–, un año antes de que el ingeniero Slim colocara la primera piedra del nuevo museo, Romero me dijo: “Existe una convocatoria voraz para construir y arquitectos desarrolladores; arquitectos de metros cuadrados. Puede ser un buen negocio, pero no es el tipo de arquitectura que me interesa”. Al conocer los renders del museo proyectado y de otras de sus obras pregunté acerca de la tendencia global que busca levantar edificios icono, emblemáticos de las ciudades, y refirió que en realidad “sólo son esquemáticos, no emblemáticos”.

Desde el Museo Soumaya cuidan de no referirse a la colmena como edificio icono sino emblemático. Icono es un término demasiado manoseado, casi vulgar. Lo cierto es que Grupo Carso está desarrollando un complejo de servicios y vivienda en el mismo terreno donde se alza el Museo Soumaya, en la esquina del boulevard Cervantes Saavedra y Ferrocarril de Cuernavaca, en los predios donde antes se localizaba la harinera Elizondo, la General Motors y la llantera Euzkadi, de la cual Slim fue propietario en algún momento. El complejo llamado Plaza Carso incluye departamentos, hotel y centro comercial, todo de alto standing, el teatro Cervantes Saavedra y el museo de la Colección Jumex.

Para el historiador de arte español Benito Navarrete, reconocido académico de la Universidad de Alcalá de Henares y comisionado de la exposición Tesoros del Museo Soumaya de México. Siglos XV al XIX, en la Fundación BBVA de Madrid en 2004, “es uno de los edificios más emblemáticos de la arquitectura de museos de los últimos tiempos. Una auténtica metáfora del espacio. Un edificio ideal para redefinir la zona de la ciudad en el que se encuentra y para dar sentido a una de las colecciones privadas más emblemáticas de América. La generosidad de su propietario es todo un ejemplo al brindar a la sociedad lo que con tanto esfuerzo ha conseguido, y ahora nos hace partícipe de ello. Desde las obras maestras de Zurbarán, Ribera o Murillo pasando por la colección de Rodin o de los maestros impresionistas, es todo un homenaje a la sensibilidad y un regalo para el pueblo mexicano”, concluye el también asesor externo del Museo.

La investigadora Schmilchuk, ex maestra de Comunicación en los Museos del INAH, comenta que se trata de un espacio en el que el coleccionista ofrece gratuita y generosamente el disfrute de su colección, aumentada “gracias a préstamos de museos del estado o privados de primer nivel, en un recorrido que por el momento revela criterios curatoriales y museográficos pobres, entre exposición y depósito de obra”. Agrega que el primer Soumaya de Plaza Loreto se basa en los mismos principios, pero a una escala menor, discreta “y sin la mediación de una arquitectura apantallante, que aumenta a un grado grotesco los déficits antes señalados”.

 

 

Original vs. copia

A mis espaldas un joven insiste a su acompañante ante “El pensador”, del escultor Auguste Rodin, que se trata de una copia. Igual impresión e insistencia –¡Es una copia!– mostrará ante la Piedad de Miguel Ángel, una de las ocho originales múltiples autorizadas por los Buonarroti, la familia heredera de Miguel Ángel.

Eva Ayala Canseco, encargada de la curaduría del Museo Soumaya, acota que “el visitante puede decir que vio un “Pensador” igualito en el Museo Rodin de París, sí, es otro original múltiple como el que hay aquí, pero no es reproducción, copia o réplica. Todo lo que hay en el Museo Soumaya, bronce y mármol, son originales múltiples”.

El original múltiple lo trabajaba el escultor directamente con las manos en una base de terracota, la cual vendía al Estado o a una institución o a un particular para allegarse recursos. A partir de la base en terracota se producen originales múltiples. El escultor permitía que por la paga recibida, el comprador de la obra la reprodujera en una serie numerada, como ocurre con las serigrafías. El artista escogía al fundidor, las dimensiones, y la patina mientras el comprador decidía la colocación de la obra.

Es la patina tanto en las esculturas de Rodin como en las de Salvador Dalí, que a Raquel Tibol le ha parecido chocante: “Son malas ediciones y además con la patina demasiado brillante”, comentó en el noticiero televisivo de Carmen Aristegui: “La patina en la escultura juega un papel principal. En visita al museo Rodin se ve que trabajaba con patinas casi mates, acá brillan como si les hubieran pasado grasa para zapatos”.

Quien fuera la Subdirectora del Museo de Guadalupe, Ayala Canseco, asegura que todavía es posible realizar un original múltiple de Rodin, quien al morir sin herederos cedió todos sus derechos al estado francés, el que a través del Museo Rodin otorga los permisos para originales múltiples.

La curadora del Soumaya puntualiza que las obras pictóricas del Museo son únicas, originales: “Somos un museo muy honesto. Nos atrevemos a decir los diferentes niveles de la obra.  Cuando estamos casi seguros que en la obra hay gran cantidad de mano del maestro,  la adjudicamos, es el caso de Pelegrín Clavé o José María Velasco; cuando sabemos que en una obra hay mayor mano de los alumnos, ponemos, por decir, taller de Cristóbal de Villalpando, y aclaramos cuando se trata de firma apócrifa.

“La unicidad de las obras es un concepto que brilla más a partir de las vanguardias, que valoran mucho el original, un único Picasso, un único Miró, aunque es un momento donde surge la multiplicidad en las ediciones, el cine, la obra contemporánea”, argumenta Ayala Canseco.

 

De asunto íntimo a público

Por no dejar (los periodos y corrientes del Soumaya no están entre sus objetos de estudio) pregunto a la ex directora de la Galería Sloane Racotta, Sandra Racotta, ahora en el Instituto Mexicano de Cultura, sobre su parecer del nuevo museo. “Con gusto me quedaría dos cuadros en pequeño formato de Renoir y alguno más, un paisaje sin perspectiva, pero hasta allí. La propuesta museística no me parece acertada. Es una colección de dulce, chile y manteca”. Como a muchos en la libreta de visitas, el blanco le incomodó y la rampa le pareció suicida “me iba de bruces”.

Al final de la rampa uno patina. Eso le gustó a un grupo de chicos que agarraba vuelo para deslizarse. A ellos les parecía genial, aunque a los mayores les hiciera perder el equilibrio. Recordé el Pabellón de Dinamarca que el arquitecto danés Bjarke Ingels, muy amigo de Romero, realizó para la Expo 2010 de Shanghái. Es un círculo dentro de otro, como un rulo, que tiene una rampa interna abrazando al edificio, como el de Romero; sin embargo, en la obra de Ingels estaba calculado que se prestaría a los visitantes bicicletas, un símbolo de transporte muy danés. Los visitantes del pabellón no tenían por qué sofocarse ni sentir que había pisado una pastilla de jabón.

El mural de doble vista, Río de Juchitán, realizado en mosaico veneciano por Diego Rivera, es la obra que recibe al visitante, al preguntar a Leñero sobre la selección de esta pieza, explica que fue decisión del ingeniero Carlos Slim. “Museografía hizo un trabajo muy cercano con el coleccionista. Es su espacio y con él tuvimos que trabajar muy de cerca para acomodar lo que él quería que se mostrara. Una de las peculiaridades de este museo es que como el coleccionista está vivo, él interviene y participa en la selección de las piezas, y nosotros nos encargamos del montaje”.

Leñero no  entiende la crítica que despierta a estas alturas el acervo del Grupo Carso: “Este edificio acaba de surgir, pero la trayectoria del Museo Soumaya no es nueva y pareciera que después de dieciséis años se desconociera el trabajo de difusión del patrimonio; la conservación, curaduría y discurso de sus exposiciones. El Museo Soumaya no acaba de surgir de la noche a la mañana y si se conociera su trayectoria, la controversia respecto al nuevo museo no ocurriría”, ataja.

“Es su colección y es su espacio que brinda a la sociedad”. ¡A caballo regalado no se le ven los dientes! Pero no. “El coleccionismo es un asunto íntimo, pero las colecciones, como entes vivos, dejan de serlo –dice la historiadora de arte Ana Garduño– en el momento en que se entregan a un museo público, o cuando el coleccionista que les dio vida con su gusto y su alma se retira o muere”.

 

 

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