ENTREVISTA | “Todavía no escribí una buena novela”, dice Guillermo Fadanelli, autor de “El hombre nacido en Danzig”

17/08/2014 - 12:00 am
"No creo en la lógica ni en la razón en la literatura", dice Guillermo Fadanelli. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
“No creo en la lógica ni en la razón en la literatura”, dice Guillermo Fadanelli. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

Ciudad de México, 16 de agosto (SinEmbargo).- El hombre nacido en Danzig (Almadía) es una novela sobre el filósofo polaco Arthur Schopenhauer y es también una historia sobre el baloncesto donde la elegancia y el pudor de “Magic” Johnson juegan encestadas contra la grandilocuencia vertiginosa de Michael Jordan.

Es una anti-novela negra, el género que menos le interesa al escritor Guillermo Fadanelli, quien por tanto se muestra magistral en la construcción de un detective apellidado Riquelme, la voz de la conciencia amarga de un hombre que pretende volver a saber lo que ya sabe y que, por supuesto, se muestra inepto a la hora de descubrir preceptos ignorados.

Si vas a contratar a un investigador privado más vale que no sea para que te ayude a entender algo de lo que nunca entenderás, parece decir la voz del narrador, entregado de antemano a la verdad de las mujeres, esos seres que se escapan irremediablemente de su vida en el momento en que más cree necesitar de ellas.

La obsesión por las féminas más que las féminas en sí. Puesto que aunque se diga antifreudiano (bueno, lo digo sobre todo ante ti, porque eres argentina, dice con buen humor a la cronista), El hombre nacido en Danzig podría ser un buen ajuste de cuentas psicológico por parte de un autor que sin tener alguna moral definida se preocupa desde hace tiempo por abrir un debate en torno a la ética, a nuestra manera de comportarnos frente a un mundo inane y muchas veces absurdo.

Así lo ha dejado claro en sus recientes libros de ensayos En busca de un lugar habitable, Insolencia y El idealista y el perro, todos editados por Almadía –la casa editora donde el famoso escritor parece encontrarse más cómodo- y de los que El hombre nacido en Danzig funciona como perfecto colofón, vuelta de tuerca ficcional a un sistema donde la raíz es la filosofía.

Junto con Juan Villoro y Paco Ignacio Taibo II,  Guillermo Fadanelli es un autor cercano a la gente, miembro de un selecto grupo de escritores nacionales identificables a la primera en las tiendas de libros, en un lugar de privilegio del que pocos gozan en un país de pocos lectores. A él poco le importa ser leído por sus contemporáneos. La celebridad, dice, no es para viejos.

De todos modos, lo que importa en México es la poesía, le decimos en forma provocadora a Fadanelli, quien muestra una ternura infinita al descubrir, por ejemplo, que su joven editora en la revista VICE, la talentosísima Xitlalitl Rodríguez Mendoza, es en realidad una de las poetas más importantes de la nueva camada, con todo y su pasión por los tiburones.

Hablamos de poetas y de cómo ser un buen bebedor, justamente con él, que dice tener crudas de tres días y de mejores amigos a su hígado, su estómago y su vejiga.

Soy un hombre sano, siempre renazco. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
Soy un hombre sano, siempre renazco. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

También de esa manera de ser tan Fadanelli en una ciudad que a menudo se le hace pequeña, donde en algunos rincones hay gente que lee Lodo o La otra cara de Rock Hudson, en un ejercicio –el de la lectura- que no cunde ni en las viejas ni en las nuevas generaciones mexicanas, ya lo dijimos.

“Por lo único que me importaría que me leyeran mucho es por el dinero. Quisiera poder vivir sólo de mis regalías, pero eso no es posible”, dice encogiéndose de hombros, luciendo una camisa color calipso con ilustraciones en rojo, regalo de un joven que trabaja con él y que Guillermo ha elegido para su encuentro con la prensa.

Estamos en el Covadonga y nadie pasa sin saludar a Guillermo Fadanelli. Ni el caricaturista Daniel Camacho, ni el poeta Luis Felipe Fabre ni la académica Sara Poot-Herrera. El cincuentón de muchas amantes pasa sin embargo a un segundo plano cuando irrumpe con su belleza serena su eterna compañera de la vida, la cómplice en la editorial Moho, bailarina y espíritu etéreo, Yolanda Guadarrama.

Son un par singular. Si él ha construido a lo largo de noches interminables una fama de excesos que lo mantiene incólume como un toro salvaje dispuesto a probar cuanta sustancia o menjunje alcohólico anduviera por ahí, ella es un dechado de perfeccionismo nutricional que aplica a una dieta libre de gluten, de azúcares y de grasas.

Ella por la carencia y él por el exceso; frágil la una, fuerte el otro: ahí se ven, tal para cual y sin ninguna posibilidad de pensarse por separados.

El hombre nacido en Danzig nació del odio o el amor a la novela de detectives. O ni por lo uno ni por lo otro. Más bien es fruto de la indiferencia hacia un género que “puede ser buena literatura, como en el caso de Raymond Chandler o Chester Himes”, acepta Fadanelli, pero al que le huye “porque no me interesa la lógica ni la razón en la literatura”, dice.

La nueva novela de Guillermo Fadanelli. Foto: Almadía
La nueva novela de Guillermo Fadanelli. Foto: Almadía

“En cambio, me atraen la sinrazón y la metáfora”, agrega.

–        También es un guiño paródico al género policial, con ese hilarante detective llamado Riquelme…

–        Sí. Cuando empecé a escribir sobre Riquelme lo quise hacer seriamente, pero conforme iban pasando las páginas me di cuenta de que la figura del detective es ridícula. Espiar no nos garantiza saber nada acerca del otro. Quizás en la política el espionaje sirva de algo, pero en el mundo de las pasiones y de los sentimientos, de los celos, del erotismo, a no ser que seas voyeurista, no tiene sentido vigilar a nadie.

–        ¿Qué mujer abandona a un hombre y le deja sus pantaletas en el hogar?

–        Cuando Lisa Miller se va y deja sus pantaletas debe saber que ejerce todavía un poder simbólico y sexual sobre el hombre que abandona. Ninguna mujer dejaría sus pantaletas si no supiera qué efecto van a causar. De ninguna manera acuso de premeditadas y de maquiavélicas a las mujeres, pero cualquier dama sensible y que ha sido víctima o ha gozado de las pasiones y de las obsesiones de su hombre, dejaría las pantaletas de manera casual al irse. Son un símbolo y la construcción de los símbolos nos puede llevar toda una vida. Por otro lado, mi personaje y yo sabemos que nunca se puede poseer a una mujer. Que una vez que lo tienes, el objeto deseado se escapa y te deja de nalgas en el piso. El conquistador siempre es un hombre ridículo. En esta novela, Lisa Miller no está, aunque esté. Es más, cuando se va, su presencia aumenta, lo que nos habla de la perturbación del personaje.

–        Alguien dijo por ahí que la diferencia entre un futbolista y un basquetbolista es que el basquetbolista fue a la escuela

–        (risas) Jugué mucho tiempo en Los Pumas. Mido 1,85 y era uno de los más bajos del equipo. Era ala derecha. Es probable que esa egolatría y esa arrogancia de los basquetbolistas provenga de su estatura. Cuando íbamos de gira me tocaba compartir habitación con algún poste que medía 2,10 o 2,07 y siempre me pareció una experiencia extraordinaria ver cómo sus piernas rebasaban la magnitud de la cama. Cómo tenían que hincarse para orinar, porque además eran hombres muy corteses y no querían ensuciar el retrete. Yo entrenaba en Los Pumas cuando entrenaba Hugo Sánchez, cuando Bora Milutinovic era el técnico. Teníamos dos gimnasios, pero a los basquetbolistas nos gustaba ir al de los futbolistas porque todos eran chaparros y parecían tan poca cosa. Llegábamos los hombres altos y fornidos a levantar más pesas que ellos…éramos más fuertes y a veces incluso más ágiles. Pero cuando salíamos del gimnasio, los basquetbolistas nos subíamos al camión o al pesero que pasa por la avenida Insurgentes y a los futbolistas los recogía un Porsche o tomaban su propio automóvil último modelo para irse a su casa. En la lucha animal y cotidiana éramos entre comillas superiores, pero una vez afuera del gimnasio, las cámaras de televisión, los fotógrafos, los coches y las mujeres hermosas eran para ellos. Si eso no es una enorme lección de humildad, ¿qué lo es?

En la lucha animal y cotidiana, los basquetbolistas son superiores a los futbolistas. Sin embargo, son éstos los que se quedan con las chicas hermosas y los autos lujosos. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
En la lucha animal y cotidiana, los basquetbolistas son superiores a los futbolistas. Sin embargo, son éstos los que se quedan con las chicas hermosas y los autos lujosos. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

–        Hablas de “Magic” Johnson…

–        Sí, mi héroe. También me gustaba mucho Pat Ewing, mi poste favorito, un negro de ébano, con una fortaleza casi griega, no, casi espartana. O Kareem Abdul-Jabbar, el jugador más alto de los Lakers, con su 2,14 metros de altura y el tiro de gancho que lo hacía imbatible. Pero “Magic” tiene algo que no tuvo Michael Jordan ni tiene hoy Lebron James y es que es un hombre simpático y de gran imaginación.

–        Lo demuestra su manera de enfrentar el SIDA en una época donde era muy complicado hacer pública la enfermedad…

–        Déjame arriesgar algo que no he pensado antes: “Magic” Johnson se parece a un simio inteligente y Michael Jordan a una máquina. Un simio inteligente es nada más ni nada menos que un ser humano. Me gustó siempre la humanidad de Johnson. Siempre estaba haciendo travesuras, siempre sonreía. Detesto la idea del mejor y como buen fan de “La Juve”, nunca antes había visto a un jugador que entrara con una silla a la cancha, se sentara y desde allí observara el juego. Obviamente es una metáfora, pero ese es el tiempo de Andrea Pirlo, que es como el tiempo de los dioses…

El tiempo de Andrea Pirlo es el tiempo de los dioses. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
El tiempo de Andrea Pirlo es el tiempo de los dioses. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

–        “La Juve” que tenía a Pinturicchio, un ídolo voluble que jugaba según su estado de ánimo…

–        Es que Del Piero es un jugador temperamental, como el argentino Riquelme, como lo fue Maradona…pero la tranquilidad y la prudencia de Andrea Pirlo se acercan mucho a la sabiduría. Y cuando pienso por qué en mi novela decidí dialogar con “Magic” Johnson, con Schopenhauer y con Rousseau, es porque este jugador y estos filósofos me han conmovido e impresionado mucho. Son para mí la representación de la belleza intelectual en un caso y física y deportiva en otro.

UN ESCRITOR QUE AMA LA FILOSOFÍA

Guillermo Fadanelli nació en la ciudad de México. Aunque ingresó en la UNAM para estudiar Ingeniería Civil, pronto empezó una formación autodidacta en la literatura. Actualmente colabora tanto en fanzines como en diarios de gran circulación. Dirige la revista Moho y colabora en periódicos y publicaciones de diversos países. Algunas de sus narraciones han sido adaptadas al cine –películas y cortometrajes–, en México y Argentina.

Su literatura de los últimos tiempos es la unión de la ficción con el pensamiento filosófico, quizás porque siguiendo a Karl Popper, “todos los hombres somos filósofos de alguna manera; unos los son más que otros y hay filósofos profesionales”.

“Creo que un hombre como yo, que no tuvo una buena formación académica ni educativa, un escritor curioso como soy, puede entrar a la filosofía y obtener frutos, al menos como experiencia. Leo las obras de mis filósofos favoritos como ficciones. No sólo las obras biográficas, sino también las de títulos tan pedantes como Ser y tiempo (Martin Heidegger) o El mundo como voluntad y representación (Arthur Schopenhauer). Prefiero leer a Schopenhauer que a Joyce, a Nietzsche que a César Aira”.

–        ¿Eres un hombre preocupado por la moral?

–        Creo que soy un hombre al que le interesa la filosofía moral, cada vez leo más a filósofos de la ética, pero no tendría que llevar esta pasión a la literatura, pues la literatura no se merece ninguna pretensión filosófica. La literatura y el lenguaje tienen su propia vida y son ingobernables. El escritor incluso es un accidente. Odiaría ser como Sartre, quizás por eso lo admiro tanto, de querer dar una dirección a lo que pienso y a lo que siento. No soy así.

–        Pero poner el debate de la moral en la mesa es también una forma de moral…

–        Totalmente, pero ¿crees que existe la ficción desinteresada? Creo que no. Si escribes novela negra o sobre los pobres y los ricos, tu elección es moral, pero la literatura, el talento y el oficio con que lo lleves a cabo es lo que termina pesando, desde mi punto de vista.

–        ¿Cuánto tiempo te llevó la escritura de El hombre nacido en Danzig?

–        Unos cinco años. Intentaba comprender por medio de la escritura el misterio de los celos. Lo cierto es que las novelas no tienen principio ni fin, eso es cosa de mercadotecnia o de hombres ingenuos. Las novelas en realidad son fragmentos de una novela que jamás se podrá escribir.

–        Alguien en México, un país donde se lee tan poco, está yendo a comprar un libro de Juan Villoro, de Élmer Mendoza, de Guillermo Fadanelli… ¿Piensas en eso?

–        No me interesa. Me hubiera gustado ser un escritor célebre hace 20 años. Hoy soy un cínico. Me gustaría ser leído por el dinero que eso te da. Me encantaría vivir de mis regalías y ejercer el oficio de hombre irresponsable, como debe ser, pero no va a ser posible porque mi lectura no es tan permeable a las grandes masas. Nunca seré un best seller y la idea de “gran escritor” me resulta ofensiva. Así como no tolero a los hombres que acumulan grandes fortunas en países donde la pobreza impera, pienso que la idea de un gran escritor es consecuencia de nuestro afán mítico, de nuestro deseo de seguir construyendo dioses.

La idea del gran escritor me resulta ofensiva. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo
La idea del gran escritor me resulta ofensiva. Foto: Antonio Cruz, SinEmbargo

–        ¿Te preocupa escribir cada vez mejor?

–        Sí, como preocupación formal eso existe. A todo albañil hacer su trabajo cada vez mejor le interesa. Escribo novelas porque es el género que más esfuerzo me causa. Es un género que no puedo dominar. Todavía no escribí una buena novela, que me haya causado satisfacción. Los premios son una equivocación, un accidente. Casi todos los finales de mis novelas son abruptos, porque me aburro, no porque la novela haya llegado a su fin natural o el gran artista haya terminado su gran obra…no, sencillamente me aburren. No estoy hecho para eso. El cuento es mi género favorito y las novelas representan ese lugar adonde no he sido llamado, pero así como he sido un basquetbolista necio, también soy un novelista necio.

–        Una vez te vi cuando corrías por La Condesa…era temprano y parecías un Fadanelli desconocido…

–        Corro casi todos los días y hago pesas. Parece la frase de un payaso pero siempre digo que hago ejercicios para tener algo que destruir. Camino mucho. No nado, el que nada es Rafael Pérez Gay, aunque ahora tiene tantas cosas que hacer que creo que le llevan la piscina a su casa.

–        ¿Estás bien?

–        Mira, no me he enfermado. Estoy a punto de cumplir 10 años de mi último chequeo médico, me siento bien, mis mejores amigos no son Rafael Pérez Gay ni Alejandro Páez, sino mi estómago y mi hígado y mi mejor amiga es mi vejiga. Las crudas, por supuesto, son mortales, cada vez tardo más tiempo en recuperarme, pero renazco. Espero que la vida sea breve; sin embargo, soy un hombre sano.

 

 

 

Mónica Maristain
Es editora, periodista y escritora. Nació en Argentina y desde el 2000 reside en México. Ha escrito para distintos medios nacionales e internacionales, entre ellos la revista Playboy, de la que fue editora en jefe para Latinoamérica. Actualmente es editora de Cultura y Espectáculos en SinEmbargo.mx. Tiene 12 libros publicados.
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