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Julieta Cardona

18/02/2017 - 12:00 am

No dar la cara

El miedo es una reacción pero también es una resolución propia, tal como cuando elegimos comportarnos como idiotas. Idéntico.

El miedo es una reacción pero también es una resolución propia, tal como cuando elegimos comportarnos como idiotas. Idéntico. Foto: “Crear”, por David Miguel Herrera.

No dar la cara está de la verga.

Tener tanto miedo también está de la verga.

Hace unos días alguien que se hace llamar “La patria primero” me escribió –vía Twitter–, con signos de exclamación, que “el miedo no se elige es una reacción!!!”. Y, bueno: sí y no. Su réplica fue a mi pregunta: ¿Por qué, oiga, de todo lo que puede tener, elige tener miedo? La cosa es que perdón, lo siento bien duro, pero no pude contestarle a alguien que dice que la patria es primero porque yo me siento rehuérfana, pues, de patria. Juzgue usted.

Lo que quiero decir es que sí: el miedo es una reacción pero también es una resolución propia, tal como cuando elegimos comportarnos como idiotas. Idéntico. Y la gente no da la cara porque está muerta de miedo. Somos de carne, de hueso y de pesadillas. Y actuamos como si en lugar de sangre nos hirviera cianuro. Todo por no dar la cara.

La trinchera tecnológica que nos trajo la opción de anonimizarnos, trajo además la desvergüenza y el despropósito. Anular las mentadas de madre de frente nos atora el vocabulario en las vísceras y la garganta. No dar la cara está de moda. Digo, la cobardía ya existía, pero mientras más opciones tenemos para ocultarnos, menos honorables nos volvemos.

No solo caminamos con dos pies izquierdos sino que nos horrorizamos ante la idea de enamorarnos de frente. Anular los rompimientos que se hacen en la cara nos atora el mar de lágrimas y condena al amante venidero porque tarde se manifiesta el coraje que estuvo en modo avión. Y es tan rico decirle a alguien mirándole a los ojos: vete mucho a la mierda, mi amor. Hace falta reventarnos de frente: reventarnos el anillo o la bofetada en nuestras narices. Hace falta dejar de rompernos el corazón a nuestras espaldas.

Nos hace falta vernos a los ojos cuando pactamos cualquier cosa y también cuando cogemos. Voltear para arriba o manosearnos con los ojos cerrados y con la luz apagada terminará por nublarnos los ojos, el amor, las sensaciones, los juramentos, las erizadas de piel y la verdad. Terminará por jodernos como especie algún día.

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